12 Usted es mi decisión

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Cuelgo la llamada con mi agente, quien me reprochó por haber postergado una sesión de fotos para la reviste The Face.

El timbre de salida logra que los estudiantes de mi salón se despabilen un poco. Empiezan a recoger sus cosas de manera alborotada, aunque no con demasiada prisa. Hoy no tuvimos una práctica intensa, solo repasamos teoría de proporciones y medidas, así que la limpieza de las herramientas es mínima. Algunos se acercan a los lavamanos, pero la mayoría simplemente guarda sus cosas y se prepara para salir. Mis ojos, sin embargo, siguen posados en una esquina específica del salón, donde Keilam recoge sus pertenencias. Hay algo inquietante que parece oscurecer su expresión. No estoy seguro de qué es, pero es imposible no notarlo.

Un chico con el cabello cobrizo se acerca a mi escritorio y me enseña una hoja, señalándola mientras murmura algo que no logro captar del todo. Trato de enfocarme en él, pero la imagen de Keilam no deja de rondarme la mente. Al final, me paso la mano por la boca y luego la deslizo hacia mi mentón, en un gesto que intento que parezca pensativo, aunque mi cabeza está en otra parte.

—Los dedos son... —Frunzo el entrecejo, tratando de volver a la conversación con el estudiante frente a mí, pero entonces veo su dibujo.

El aliento se me escapa por un segundo. En la hoja que sostiene hay una figura, una entidad oscura, amorfa, con dedos anormalmente largos que parecen enredarse en hebras de cabello negro. No es solo la imagen lo que me incomoda, sino la sensación de familiaridad que me provoca. Observo al chico con mis labios entreabiertos, como si fuera responsable de haberse acercado tanto a como creo que se vería él. Lucifer.

¿Qué es? ¿Qué es esto? ¿Es una... persona?

El chico mueve los labios, inseguro. Por encima de su hombro, noto que Keilam ya se ha colgado la mochila y me lanza una rápida mirada antes de salir del salón. Junto a ella, la chica rubia de siempre, esa que nunca se despega de su lado desde el inicio del curso, la sigue de cerca.

—Un monstruo —responde finalmente el chico.

—¿De la tele?

Él niega lentamente con la cabeza.

—Lo vi en una pesadilla —explica, encogiéndose de hombros—. Me pareció... no sé. Curioso. Interesante, tal vez.

Guarda la hoja de tamaño A3 en su archivero con cuidado.

—¿No le parece adecuado?

Niego suavemente, levantándome de mi asiento para poder desconectar por un momento de esa figura.

—No, no es eso —le aclaro, intentando sonar neutral—. Está muy bien hecho. Solo me sorprendió, nada más.

Las manos de Modric Donde viven las historias. Descúbrelo ahora