Tengo un carácter horrible. Difícil de querer, imposible de admirar. Me enfrento a un problema, uno enorme y mucho más peligroso que mi impulsividad, y se trata de mi necesidad de estímulos intensos. Hay algo en mí que está mal, que funciona de forma errónea y me lleva a situaciones de riesgo. Nada me complace, todo me da igual; vivir así, cohibida por mi propia familia, me resulta una mentira.
Durante mi adolescencia me he metido en algunos problemas un tanto graves; incendié una papelera y atranqué la puerta del baño de chicas mientras había estudiantes dentro, me maltrataban y por ello no me arrepiento; también azoté la cabeza de mi mejor amiga contra el pavimento de la calle, me había llamado puta por haber dado mi primer oral; y además, en una ocasión, amenacé de muerte a mi psicóloga por haberle contado algunos secretos íntimos a mis padres, porque según ella «Su comportamiento es explosivo».
Me diagnosticaron... ̶N̶o̶ ̶d̶e̶b̶o̶.
Estoy defectuosa. Las pastillas no pudieron repararme. Tampoco estoy loca. Solo quiero ahogarme en el éxtasis que nace del miedo más primitivo: la muerte.
—Puede dormir mientras tanto —dice Dubravko, con una mano al volante y la otra en la palanca de cambio. El coche ruge al ponerse en primera marcha, avanzando por la ruta de salida de Zagreb—. Virovitica queda a una hora, casi dos.
Apoyo la mejilla contra el respaldo de cuero del asiento. Contemplo el perfil del hombre a mi lado. Por alguna razón, encuentro consuelo en él. No es un desconocido. Lo conozco más de lo que él cree.
—¿Está seguro de que sus cosas siguen ahí?
Llegamos al acuerdo de que iríamos a buscar los antiguos dibujos de Modric lo antes posible. Y en un arranque de adrenalina, le dije «Hagámoslo. Busquemos sus cosas ahora mismo». Él no respondió al instante, pero tampoco parecía estar dudando. Y ahora, en medio de la noche, nos dirigimos al hogar de su infancia.
—Sí. —Asiente con la cabeza. Su mirada permanece fija en la autopista y sus pupilas ya no se notan tan dilatadas—. ¿Hay algo que la preocupe?
—Muchas cosas me preocupan.
—¿Cómo qué?
—Estar confiando demasiado.
—¿En quién? —Me ve por el rabillo de sus ojos. Algunas hebras doradas le cubren la frente—. ¿En mí?
—Sí.
Cierro los ojos y dejo que el aire retenido salga por mi boca. Estoy agotada. Toda la información que estuve recopilando parece arrancarme la poca vida que me queda.
—Solo quiero ayudarla. Siento que le debo algo.
Un leve gruñido sale de mis labios. Arrugo la frente, haciendo que me doliera la cabeza.
—¿Podemos hablar de otra cosa?
—Pero hace cinco minutos me pidió que me callara.
—Ya sé.
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Las manos de Modric
Mystery / ThrillerKei, una chica norteamericana, decide seguir sus estudios de bellas artes en el país de Croacia. Está lejos de casa, sin nadie en quien confiar, adaptándose a un país de extraños. La muerte de su hermana mayor ha desatado en ella un trauma irreversi...