La cafetería a la que Rui nos citó es un lugar bastante peculiar. No tiene las típicas mesas de madera ni sillas sencillas. Al contrario, el suelo está cubierto por un mármol gris que refleja las luces cálidas de las lámparas de araña, que cuelgan del techo alto y abovedado. Las mesas son redondas, con manteles blancos, y las sillas están tapizadas en terciopelo celeste. Hay espejos antiguos por todas partes, enmarcados en dorado. Todo tiene un aire fantasioso con un toque de realeza coqueta.
Me ajusto los anteojos sobre la nariz y levanto la vista para contemplar una de las lámparas. Las pequeñas gotas de cristal cuelgan en racimos. Es hermoso. Ojalá vivir en un lugar como este. Siento que estoy en una película de época, aunque Vesna no parece tener la misma inclinación a quedarse atrapada en la atmósfera.
—Apúrate, Kei, no es que tengamos todo el día —dice Vesna, quien ya ha empezado a apresurar el paso.
La observo por un segundo antes de lanzarme tras ella, casi tropezando con una alfombra en mi camino. La alcanzo cuando ya ha llegado a la mesa junto a la ventana, donde Rui nos espera. Me detengo por un segundo antes de acercarme del todo, parpadeando para asegurarme de que es él. La última vez que lo vi llevaba el cabello y las cejas totalmente decolorados. Su piel morena brilla bajo la luz, resaltando sus rasgos latinos. La gente suele asumir que Rui es brasileño o algo similar, pero la verdad es que es tan español como una siesta de domingo. Lleva una bufanda afelpada color lila, perfectamente combinada con el glitter que adorna sus párpados.
—¡Mira nada más a quién tenemos aquí! —exclama Rui, con esa sonrisa que nunca cambia; un poco pícara, un poco traviesa. Se levanta de la silla y extiende sus brazos para saludarnos—. Kei, pensé que ya te habías olvidado de este mortal.
—¿Olvidarme de ti? —Me río mientras me dejo envolver en su abrazo—. Imposible, Rui. Solo... la vida. Ya sabes cómo es.
Su perfume me hace estornudar, es demasiado intenso.
—Sí, perra, pero la vida siempre está de por medio —responde Rui, entornando sus ojos color miel—. Tenías que meter las narices donde no debías para volver a verte, eh. Qué graciosa nos resultaste.
Vaya que le hicieron un buen espóiler acerca del asuntito.
Vesna ya se ha sentado, sus manos están ocupadas sacando su teléfono y colocando su bolso cuidadosamente a un lado. Rui me sigue con la mirada mientras me acomodo en la silla frente a él. Echo un vistazo hacia la ventana y veo la ciudad moverse al ritmo de un día cualquiera. El cielo está gris; esta semana habrá tormenta.
—Así que... con que tenemos planes —dice el chico. Sus codos se posan sobre la mesa y descansa la cabeza entre sus palmas—. Si realmente quieren infiltrarse en la élite de Modric, lo primero que necesitan es... presencia. Y no hablo solo de ir bien vestidas, hablo de encajar en ese círculo de una forma tan natural que nadie se detenga a preguntarse quién mierdas somos. ¿Entienden?
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Las manos de Modric
Gizem / GerilimKei, una chica norteamericana, decide seguir sus estudios de bellas artes en el país de Croacia. Está lejos de casa, sin nadie en quien confiar, adaptándose a un país de extraños. La muerte de su hermana mayor ha desatado en ella un trauma irreversi...