OH, QUERIDA LUNA

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El silencio se cernía sobre el campamento, interrumpido únicamente por el crujir distante de las llamas devorando los restos de la plaza y la muralla de robles que alguna vez fue testigo de la prosperidad de la frontera del reino Aztya. Levi, acurrucado tras los troncos carbonizados, sentía la pesadez del aire cargado con el peso de la derrota.

Las sombras de los guerreros évreanos se proyectaban sobre el suelo desolado mientras inspeccionaban los alrededores, asegurándose de que ninguna resistencia persistiera en la desvanecida frontera. Floch, desde su caballo albino, observaba con una mezcla de severidad y cansancio.

El omega, envuelto en su capucha violeta, permanecía inmóvil, su espalda apoyada contra los troncos que aún humeaban. Cada músculo en su cuerpo temblaba, pero no sólo por el miedo. La lucha interna entre la agonía de la batalla y la tensión de su propio cuerpo, embarazado y vulnerable, le impedía encontrar la valentía suficiente para levantarse.

A lo lejos, entre las ruinas de las tiendas y los restos de la vida que alguna vez floreció en el campamento, resonaban los lamentos y sollozos de los sobrevivientes. La tragedia había dejado su marca indeleble en el reino caído, y la desesperanza se palpaba en el aire.

Tenía que moverse. Por la sagrada diosa, ¡tenía que salir de ahí!

A su pesar, cada intento de incorporarse, de aplicar presión en sus rodillas, desencadenaba punzadas dolorosas directamente en su vientre, generándole mareos. La magnitud de estas contracciones sugería que sus nervios transmitían sin piedad la incomodidad a los pequeños que llevaba consigo.

¿Cómo podía alguien allá arriba en el enorme firmamento esperar que mantuviera la calma? ¿Podían los astros ser tan crueles? Había llegado hasta allí con sangre y sudor, ¿en verdad todos esos esfuerzos serían completamente en vano ahora?

¿Qué más querían de él?

Por un momento, sólo un diminuto instante, cayó rendido. Apoyó su cabeza contra la madera áspera, la capucha cubriéndole los ojos y salvándole de observar cómo las llamas se acercaban con rapidez hasta donde estaba. Intentó respirar, inhalar hondo y exhalar lentamente. Luego, con bocanadas más rápidas; nada hizo que su interior se calmara. Pronto sintió el calor rozar su piel incluso a través de la ropa, y todavía no lograba levantarse.

¿Moriría ahí? ¿Así estaba escrita su historia?

Pensó en todo: en Isabel, su primera y adorada cachorra; en Farlan, el amor de su vida; en William y Franchesco, sus ángeles; en la joven alfa del mercado, en la señora Ágata y los guardias que le ayudaron a salir del palacio esa terrible noche. También pensó en su madre biológica y en su hermano, y en Carla, la que era su mamá en su corazón. Y, por último, pensó en Eren: su mayor anhelo, su deseo prohibido, su pareja y esposo, su 'primera vez' en absolutamente todo.

Oh, querida luna... ¿puedes ser así de cruel?

─Alfa... ─Sollozó antes de que su boca pudiera procesar lo que su cabeza estaba pidiendo. Entre las llamas danzantes y los lamentos de la muchedumbre inmersa en el voraz incendio, brotaron sollozos antes de que sus labios pudieran articular las súplicas de su mente. ─¡Eren! ─Yacía recostado entre la madera ennegrecida por el hollín, el estruendo de cascos de caballos distantes y los aterradores gritos de quienes perecían en la catástrofe. Con un gesto brusco, retiró la capucha que ocultaba su semblante, dejando al descubierto lágrimas que descendían como desbocadas cascadas por mejillas manchadas. ─¡Alfa! ¡E-Eren! ¡Mi señor!¡E-Eren! ─Gritó, rasgando su garganta, deseando fervientemente un destino diferente.

El humo lo envolvió con su abrazo siniestro.

─¡Sé que le causé daño! ¡Lo lastimé! ─Proclamó en un nuevo grito, esta vez viendo hacia el firmamento, sus lágrimas desviándose por el contorno de su cuello. ─¡Decepcioné a muchos y abandoné a otros tantos! ¡Todo esto es mi culpa! ─Exclamó, mientras su visión se perdía en nubes grises y una extraña neblina que dificultaba cada vez más la respiración. ─Prometí amarlo y quedarme a su lado... ¡Eso quería hacer, y eso intenté durante años! ¡Años de miseria absoluta! ─Acusó a cualquier ente divino que estuviera observándole desde allá arriba, descargando su ira en los cuentos que le habían contado durante toda su vida. ─ ¿¡Qué más esperaban de mí!? ¡Quiero respuestas! ¿¡Qué demonios se suponía que debía hacer!? ¡S-Si me equivoqué... lo lamento profundamente! ¡Pero siempre estuve solo! ─Confesó, sintiendo sus lágrimas, aunque ya no percibía el agua que las formaba. ─ ¿¡A quién diablos debería haber escuchado!? ¿¡Cuál era la decisión correcta!? ¡No merezco esto! No... no así. Jamás quise esto, perdónenme...

Youngblood - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora