ÉL, EN LA BRISA Y EN LOS ÁRBOLES

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A través de la hierba alta, pasarán los meses. Lo sientes; estoy aquí, estoy allá, estoy en todas partes. Pero ahora no puedes atraparme.

En las primeras luces de la aurora, apenas tintadas de un tono naranja suave, Eren se encontraba en el balcón de sus aposentos

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En las primeras luces de la aurora, apenas tintadas de un tono naranja suave, Eren se encontraba en el balcón de sus aposentos. La brisa fresca de la madrugada jugaba con las cortinas pesadas de terciopelo mientras el monarca ajustaba las ataduras de cuero que envolvían sus brazos debajo de su armadura, cada gesto meticuloso reflejando una destreza adquirida en innumerables batallas.

El metal de su armadura brillaba con un tono plateado, pulido hasta reflejar la tenue luz del amanecer. Cada pieza estaba intrincadamente diseñada, con grabados que contaban historias de conquistas y victorias. La armadura resonaba con el ruido suave del cuero crujiente al ser ajustado.

Eren, con la melena castaña cayendo sobre sus hombros, llevaba la corona real con orgullo. Sus ojos, que últimamente no tenían otra tonalidad más que la carmín de su ira interna, brillaban con determinación mientras observaba el horizonte, su reino extendiéndose ante él. Las tierras de Aztya y sus montañas todavía resistentes se vislumbraban a lo lejos, un objetivo que se alzaba como un desafío pendiente.

Las aves madrugadoras rompían el silencio de la mañana con sus trinos, pero la mente del rey estaba enfocada en la estrategia, en la batalla que se avecinaba. Évrea y Aztya eran dos reinos enfrentados por la historia y el destino, y Eren estaba decidido a sellar la supremacía de su corona.

La capa real, tejida con los colores de Évrea, ondeaba ligeramente al viento mientras el alfa se ajustaba la espada a la cintura, misma que fue forjada con la habilidad de los mejores artesanos, llevaba el peso simbólico de la autoridad y el poder del rey.

Con un suspiro profundo, se enderezó, mirando una última vez el reino que gobernaba. Sus soldados se preparaban en el patio del castillo, listos para la expedición a las tierras de Aztya.

A sus espaldas, mientras Eren se distraía con el precioso amanecer, la concubina real Historia apareció envuelta en telas de seda tan finas como la tenue luz del ambiente. Su vientre, señal de la vida que crecía dentro de ella, destacaba entre las capas de tela, saludablemente redondo. Claramente, recién habría desplegado los ojos, despertando apenas, su hermosa y larga melena ondeaba sobre su espalda delicada, con una expresión soñolienta etérea.

—Majestad. — Llamó en un suave murmullo, esperando ser notada por el pensativo alfa. —Buenos días, mi señor.

La expresión de Eren apenas varió, pero su mirada intensa se posó en Historia cuando se acercó con pasos decididos. Con un tono de voz que reflejaba tanto autoridad como cuidado.

—Historia, omega torpe, ¿no temes el frío de la mañana con esas telas tan ligeras? —Inquirió, su mirada penetrante escudriñando las capas de seda que cubrían a la concubina. —Querida, enfriarás al cachorro.

Youngblood - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora