DI QUE ME QUIERES

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Las manchas de sangre formaban un caótico tapiz de huellas y palmas sobre el anteriormente impoluto suelo del salón real. La servidumbre del palacio había pasado horas tallando cada losa antes del gran baile, lo que confería un resplandor bajo las luces de las antorchas, incluso a la sangre del rey y su inquietante reflejo. Sentado en el trono que había simbolizado generaciones de poderosos Alfas Jaeger, Eren respiraba con dificultad. Las heridas frescas en su sien y la cascada de sangre que parecía no tener fin en sus fosas nasales se expandían con cada pesada y caliente inhalación.

Los ojos del rey estaban perdiendo su fulgor, al igual que su habitual y dominante aroma. Gruñía y rugía, sintiendo su pecho y garganta vibrar ante los lamentos desesperados de su lobo herido. Su corazón parecía estrujarse entre gruesas cadenas, cada vez más cerca de estallar dentro de su pecho y ensuciar grotescamente el resto de sus órganos, donde luego sus vísceras se enredarían y avanzarían por el desastre de nervios y tejidos hasta estrangular su cuello, proporcionándole finalmente el alivio de la muerte.

Dolía, dolía demasiado. Una tristeza horrorosa se adentraba profundamente en su ser, una rabia impresionante mezclada con una ácida impotencia. Su cuerpo no le respondía; con suerte, podía respirar y tratar de lidiar con la agonizante jaqueca que le consumía internamente, punzando en su cabeza.

Sus colmillos parecían a punto de desgarrarse, cayendo de su boca. Su lobo aullaba de dolor y se retorcía, arañando sus entrañas.

Una vez que Levi cortó el lazo y desapareció más allá del muro, Eren ni siquiera pudo dar la orden a sus hombres de perseguirlo ni pensar en hacerlo. Anhelaba desgarrar su garganta con lamentos, palabras que cada célula en su cuerpo parecía querer decirle a su Omega: "¡Vuelve! ¡Por favor, no me dejes! ¡Te necesito! ¡Te amo! ¡Te amo, te amo!"

Pero no pudo. En cuanto el hilo en su pecho se cortó, Eren sintió cientos de cuchillos apuñalándolo por todas partes. Cayó de rodillas, desconcertando a toda la servidumbre, que luego se encargaría de cargarlo y arrastrarlo hacia el interior del castillo, llegando a la sala del trono. Eren fue sentado allí, y cuando el médico intentó acercarse para revisarlo, su majestad le gruñó con fiereza, desesperado para que se alejara.

Todos guardaron distancia. Acercarse a un Alfa en duelo era arriesgarse a perder la cabeza de un zarpazo, más aún si se trataba de un lobo tan agresivo como el del rey.

Después de un rato que pareció eterno, Eren logró recuperar el equilibrio, aunque su imponente figura continuaba tendida en el trono con las facciones de su rostro duras y amargas, los ojos encendidos en furiosas llamas y gruñidos retumbando en sus labios entreabiertos con los colmillos filosos asomándose en clara señal de advertencia.

Tenía a diez de sus hombres en fila frente al trono, simplemente cuidando el perímetro. El resto de su ejército estaba disperso por cada rincón de Évrea buscando a la reina, a su Levi.

Su Levi...

Lo encontraría. Claro que lo haría. Y una vez lo tuviera de vuelta, se aseguraría de que jamás osara abandonarlo de nuevo.

Las puertas del salón real fueron abiertas de golpe, haciendo que las iris rojas del Alfa se dirigieran en esa dirección. El general del ejército real de Évrea entró seguido de al menos treinta hombres, todos con heridas de zarpazos, rasguños y mordeduras. El aroma agrio de la derrota y la tonalidad podrida del miedo hicieron que Eren rugiera, captando el mensaje antes de que el general hablara.

─Alteza. ─Murmuró, su postura impenetrable al igual que el rostro gélido. Reverenció al rey, cayendo de rodillas al piso y siendo seguido por el resto de los hombres a sus espaldas. ─Mi rey, ha escapado. No hay rastro de sus feromonas, pertenencias ni de él. Y los testigos se niegan a hablar...

Youngblood - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora