HIJO DE NADIE, HIJA DE NADIE

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Tú estás en el viento, yo estoy en el agua.

Hijo de nadie, hija de nadie.

Gritos desgarradores y llenos de desesperación resonaban en la estancia, puros en su necesidad y su temor

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Gritos desgarradores y llenos de desesperación resonaban en la estancia, puros en su necesidad y su temor. El infante sollozaba y clamaba al cielo, agitando sus pequeñas manos al aire en busca de algo a lo que aferrarse. Sus ojos permanecían firmemente cerrados, al igual que su corazón, aún ingenuo e inocente, que sin haber sido aún traicionado o decepcionado, buscaba a la primera alma que le ofreciera calor para entregarse por completo.

Eren se reconocía en esos lamentos. No en el niño, que sí era su hijo, sino en ese clamor angustioso. Durante toda su vida había gritado de esa manera en lo más profundo de su ser, aunque parecía que nadie lo oía. Sin embargo, el pequeño príncipe, ahora sostenido en los brazos de una criada del palacio, hacía vibrar los cristales de las ventanas y perturbaba las llamas del hogar. Y, lo que era más importante, lo conmovía profundamente a él. Tras años, algo más que la ira o el miedo tiraba del frágil hilo que unía su corazón y su mente. Aquel infante lo estaba llamando, él podía sentirlo. Parecía que el bebé clamaba al aire, al cielo, al fuego, pero en verdad, era a él a quien llamaba.

Lo que buscas no puedo dártelo.

Era la respuesta que resonaba en crueles ecos en lo más profundo de su ser. Quería acercarse, envolver al niño en sus brazos y prometerle que siempre estaría allí, que nunca tendría que conocer la soledad y el miedo que él había soportado. Pero no podía.

Eren no podía tocar a su hijo, no podía oler su fragancia ni hacer suyo ese vínculo, porque cada vez que lo miraba, veía a Levi. Veía la prueba viva de lo que había perdido por codiciar lo que nunca había sido digno de tener: amor.

Desde niño, había sentido horror de sí mismo. Había temido a la bestia que habitaba en su alma, una criatura insaciable que susurraba tragedias en su oído y manipulaba su corazón con promesas de poder y dominación. Esa bestia había sido su compañera constante, moldeando su destino con garras afiladas y dientes de sombra. Había destruido todo lo que alguna vez había querido, había manchado con oscuridad cada rincón de su vida, dejando sólo ecos de lo que podría haber sido.

El pequeño príncipe, con sus manos diminutas y su llanto desgarrador, era un recordatorio constante de la fragilidad del amor y la brutalidad del destino. El imponente Alfa veía en él no sólo la inocencia de un niño, sino también la sombra de su propia condena. Cada vez que sus ojos se posaban en el infante, una punzada de dolor atravesaba su corazón, tan aguda como una daga forjada en las llamas de la culpa.

No podía aceptarlo como suyo, porque significaría aceptar su fracaso, porque ese dulce aroma le recordaría las noches bajo la luna, los susurros compartidos y los besos robados en la penumbra de los jardines del palacio. No podía hacer suyo ese vínculo, porque cada caricia, cada gesto de ternura, sería una traición a la memoria de su Levi, una confesión de que había perdido la batalla contra la oscuridad en su interior.

La carga era demasiado pesada. Eren sentía que sus hombros se hundían bajo el peso de su propio arrepentimiento. Las lágrimas brotaban de sus ojos sin control, mezclándose con la amargura de su existencia. Caminó hacia la ventana, buscando consuelo en el vasto cielo nocturno, pero sólo encontró un vacío interminable que reflejaba su propia desesperación.

La luna brillaba fría y distante, como un faro inalcanzable en la oscuridad. Él sabía que no podía escapar de su destino, que las decisiones que había tomado lo habían encadenado a una vida de soledad y dolor. Pero en lo más profundo de su ser, aún albergaba un atisbo de esperanza, un deseo desesperado de redención que se desvanecía con cada latido de su corazón.

Esa redención parecía siempre estar fuera de su alcance, una ilusión etérea que se desvanecía cada vez que intentaba atraparla. Y mientras el infante seguía llorando, Eren supo que su propia redención no podría llegar a través de ese niño. Porque el precio del amor verdadero era demasiado alto, y él ya había pagado con creces, con la sangre y las lágrimas de aquellos que había amado y perdido.

Con indiferencia, dejó atrás la estancia, su túnica de seda ondeando alrededor de su figura majestuosa mientras avanzaba con paso firme hacia las puertas, seguido de cerca por la fila de guardias que lo escoltaban en medio de los tiempos turbulentos de la guerra.

Aunque escuchó los llamados de Armin, ni una vez consideró regresar.

A veces, el silencio también es una respuesta.

Después de varias lunas, en la oscura y sosegada profundidad de la noche, la hermosura nocturna abrazaba el palacio del vasto reino de Évrea, en el fugaz y singular instante en que la noble sangre germinaría de nuevo en las tierras recién conquist...

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Después de varias lunas, en la oscura y sosegada profundidad de la noche, la hermosura nocturna abrazaba el palacio del vasto reino de Évrea, en el fugaz y singular instante en que la noble sangre germinaría de nuevo en las tierras recién conquistadas por el formidable y temible soberano.

Armin había dado a luz a un robusto hijo varón, un pequeño príncipe con cabellos castaños y ojos azules como zafiros del amanecer, reflejo de su conexión sanguínea con su padre omega.

Antes de que Eren pudiera asimilar completamente su nueva paternidad, Historia, su otra pareja, comenzó el trabajo de parto. El palacio, todavía resonante con los ecos del primer nacimiento, se sumergió en una nueva ola de expectación y frenesí.

Sucedió una madrugada rosácea.

Eren sostenía a las dos preciosas princesas en sus brazos, pero en lugar de sentir el cálido flujo de amor paternal, sólo experimentaba un abismo oscuro que parecía crecer con cada latido de su corazón. Los pequeños seres, de cabellos rubios y ojos como los suyos, recién llegados al mundo, miraban alrededor con ojos inocentes, ajenas al conflicto interno que atormentaba a su padre.

El vacío que sentía era abrumador, una ausencia de emociones que lo envolvía como un manto de sombras. Aunque las gemelas eran el fruto de su unión con Historia, no podía evitar sentirse desconectado de ellas, como si fueran figuras de un sueño lejano en lugar de seres reales de carne y hueso.

La rabia interna bullía dentro de él, una furia que ardía como un fuego inextinguible.

¿Cómo podía ser que un hombre tan poderoso como él, un rey con el mundo a sus pies, se sintiera tan impotente y vacío en presencia de sus propias crías?

¿Realmente era tan insignificante sin Levi a su lado?

El tormento de esa pregunta lo consumía, amenazando con devorarlo por completo.

Con determinación sombría, Eren se decidió a buscar a Levi, su vida y sus sentimientos, aunque eso significara enfrentarse a los más peligrosos enemigos y desafiar a la misma oscuridad que había consumido su alma. No podía permitirse seguir viviendo en la sombra de su propio vacío, sin su verdadera manada y familia.

Conquistaría Aztya aunque le llevara el resto de sus días. Porque en lo profundo de su ser, más allá de la bestia y el tirano, aún latía un corazón que ansiaba amor y perdón. Y por ese anhelo, estaba dispuesto a darlo todo, incluso su propia vida y las vidas que ahora dependían de él.

Youngblood - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora