~ Festín ~

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Esta en el marco de la puerta. Inmóvil, ansiosa.

Observa la mesa e imagina los manjares que esconden las charolas de plata, el icor derramarse de las copas de cristal, en los platos de porcelana ve reposar con elegancia los pastelitos de mantequilla y nuez que tanto adora, y en los tazones puede ver burbujear el ponche de vainilla.

La mesa es alargada y ovalada, con 13 sillas a su alrededor, candeleros esparcidos por la línea central de la mesa. Todo de oro y rubíes o cuero.

Camina hacia la mesa, sabiendo que tras ella las puertas se cierran con cada paso que da. Lento, un paso tras otro.

Finalmente llega a la mesa y escucha el estruendo de las puertas ser cerradas. Voltea y suspira, aceptando su destino y sometiendose a la incertidumbre del mismo. Voltea y se exalta, ahora hay personas sentadas en las sillas de aquella mesa.

Todos con una tela de seda negra tapando por completo sus ojos, ropas lujosas y cabellos hermosos, sonrisas espeluznantes y las manos de todos unidas entre sí por una cuerda.

"- ¿Quiénes son ustedes...?"

Nadie contesta.

"- ¿Qué son...?"

Sin respuesta.

Retrocede un poco, casi queriendo huir de la tetrica escena, pero cuando da el primer paso quien estaba a la cabeza se levanta de golpe tirando la silla en el proceso para acercarse a una velocidad inhumana a su lado.
Es un hombre. Alto y elegante.

Acaricia su mejilla con sus largos y finos dedos, provocándole escalofríos siniestros en el proceso, y suavemente inclina su cabeza para pegar sus labios al lóbulo de su oreja y susurrar, como dictando una orden:

- Come, preciosa...

En automático obedece, sus piernas se debilitan y cuando es consciente de su atuendo es tarde. Un vestido largo, fino y de encaje, con detalles floreados y lazos en la zona de su busto y mangas vaporosas que se extienden en seda hasta sus muñecas. Toma su lugar en la mesa, la otra cabeza.

Al sentarse las luces se atenuan, todos levantan su brazo izquierdo y toman el cuchillo, ella en cambio sostiene el tenedor.
Todos levantan con su brazo derecho otro cuchillo, ella en cambio no lo hace.

- Sube a la mesa...

La voz aterciopelada le recorrió cada poro de su piel atontando su cuerpo y obligándolo a obedecerle.

Subió, lentamente y sin ayuda, apoyando una rodilla y luego la otra. Se puso de pie en la mesa y camino al centro, con la mirada de todos encima de su cuerpo.

- Provecho, preciosa...

Fue lo último que escuchó salir de los labios  de aquella voz distante. Las doce personas atacaron su humanidad, con los cuchillos atravesaron sus carnes, con sus dedos mallugaron su piel y con sus bocas lamían las lágrimas que caían por su rostro.

Comen todo lo que ven a su alcance, dedos, mejillas, costillas, muslo, ojos, lengua, orejas, piernas y espalda.
No desperdician ni siquiera los últimos suspiros que emite ella emite así que todos la besan, uno por uno, la besan, le roban el alma y la paz a la que su mente la estaba orillando a crear, la besan hasta que solo queda un cascarón inerte y sin vida.

Su vestido ahora está hecho jirones y trozos de tela rasgadas en el la mesa, el icor y el ponche derramandose en la superficie y llenando de un aroma dulzón la estancia que camufla el olor metálico de la sangre, y en las charolas de plata no hay nada porque ella es el manjar que anhelaban degustar.

Ahora no queda nada de ella, solo los huesos y algunos pedazos de seda, los doce se relamen con gusto los dedos y limpian con sus servilletas delicadamente sus bocas. Tapando otro de sus crímenes, ocultando su verdadera naturaleza.

El Hombre continúa sentado a la cabeza, viendo la escena con gracia y con la diversión propia de un psicópata, ladea la cabeza y finalmente habla:

- Hagan pasar el platillo principal, fue suficiente para el postre...

Psicosis Nebulosa |Libro 2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora