¿Te arrepientes?

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Dios, ¿qué carajo había pasado?

Lo último que recordaba era haber peleado contra los hombres de Wapol junto con el renito de nariz azul y después un intenso dolor en su espalda. Claro, esa doctora lo había torturado hasta cansarse, con la excusa de tratar su lesión después de la avalancha. Si no hubiese sido por eso, habría seguido en la pelea sin problema.

Inhaló y exhaló, comenzando a recobrar cada vez más la conciencia. Ugh, el aire helado hizo que su nariz doliera. Enterró su rostro en donde anteriormente estaba apoyada su mejilla, el calorcito que hermanaba lo que sea que estuviese abrazando era reconfortante. Quiso estirarse un poco, pero algo se lo impidió, algo lo tenía sujeto por las muñecas y las piernas.

¿Habían perdido? ¿Los tenían secuestrados? ¿Solo a él? ¿Y si tenían atrapados a los demás también? Nami aún no se terminaba de recuperar y los demás también podían estar malheridos, carajo. Muévete, imbécil, espabila. Intento moverse de golpe, pero lo que sea que lo tenía por las piernas afianzó su agarre.

— Idiota, ¿qué crees que estás haciendo? — una voz bastante conocida lo regaño — veo que ya estás despertando, no te muevas mucho, te puedes lastimar, cejitas.

Sentía su mejilla vibrar cada vez que Zoro hablaba, cayendo en la cuenta de que estaba recargado en su espalda. Poco a poco empezó a abrir sus ojos y logró levantar un poco su cabeza. Lo primero que pudo enfocar fueron las puertas del castillo, estaban a las afueras de este.

— Nami... — su lengua aún se sentía algo torpe, por lo que las palabras tardaban en ser pronunciadas.

— Está bien, todos lo estamos, al menos mejor que tú, definitivamente — no llevaba ni un minuto y el musgo ya empezaba a fastidiarlo.

Bufo molesto y movió su mano con intenciones de pellizcarle la oreja, pero sus manos seguían atadas.

— Ah, eso. Usopp amarro tus manos para que pudiese cargarte de caballito. Yo propuse que te atáramos algo al pie para poder arrastrarte más fácilmente, pero parece que a nadie le agrado esa idea.

— Suéltame, siento que me resbalo — bien, al menos ya empezaba a hablar más fluidamente, aunque aún se escuchaba algo ronco.

Zoro tiro de la tela que lo amarraba y lo impulsó de un brinquito para que Sanji pudiese sujetarlo del cuello más cómodamente.

— Quise decir que me bajarás, no que me subieras más.

La avalancha no me mato, pero seguro esto lo hará. Y es que claro, ya totalmente espabilado se dio cuenta que su corazón no había parado de latir velozmente desde que escuchó la voz de Zoro contra su oído al despertar y sentir sus fuertes hombros bajo sus brazos y sus grandes manos en sus muslos definitivamente no lo estaba ayudando.

— Tendrías que acostarte en la nieve, porque dudo que puedas sentarte sin recargarte en algo y desde que salimos del castillo empezaste a temblar como perrito, ¿seguro que quieres que te suelte? — a pesar de no tener una visión clara de su rostro, alcanzaba a ver cómo se asomaba una sonrisa burlona.

Finalmente, con sus manos libres pudo al fin pudo jalar de su oreja.

— No me hables de manera tan arrogante. Pobre de ti si me dejas caer entonces.

A pesar de no llevar mucho de conocerse, habían desarrollado cierta complicidad que solo ellos comprendían. Incluso las constantes peleas eran parte de su dinámica. Era la primera vez que sentían ese tipo de cercanía con alguien, hablando en todo sentido, sobretodo físicamente. Por muy meloso que Sanji pudiese ser con las mujeres, en realidad nunca había pasado de simples coqueteos. Y Zoro, bueno... era Zoro, nunca había entendido el punto de relacionarse con alguien en general, pero con el rubio se sentía cómodo. El simple hecho de tenerlo colgado a su espalda sería algo por lo que ya estaría renegando, pero no, no con Sanji.

Balada de Cigarros y Espadas [ZoSan]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora