•|•O•|• NUEVE

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Sé que puedo con esto, solo debía acercarme a la sala donde Franco y la niña

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Sé que puedo con esto, solo debía acercarme a la sala donde Franco y la niña. Iría y les diría: Tengo una enfermedad incurable y muy contagiosa por lo que necesito irme de acá. Por el bien de ustedes. Sí, ya sé que quieren que me quede, yo también me encariñé con su hogar falto de cariño y cuyo dueño me da miedo y ganas al mismo tiempo, pero es lo que debe ser.

Tan difícil no era. Bajé las escalera arrastrando mis maletas. No tenía mucho en ellas, ni siquiera había hecho el esfuerzo de desempacarlas en primer lugar. Iba a ser sutil, pero las ruedas chocaron contra la madera y el sonido fue tan fuerte que ambos pares de ojos voltearon a verme al mismo tiempo. Ojos dorados pasaron de mí a mi equipaje unos largos segundos hasta que Franco suspiró. Sabía que él sabía que esto pasaría algún día. No estaba hecho para lo que sea que él quisiera.

—Sube a tu cuarto —le ordenó a su hija y yo quise hacerme más pequeño cuando el tono duro de voz heló mi sangre.

Cielo asintió y sin reproches obedeció como siempre solía hacerlo. Sin embargo, cuando estuvo a mi lado su mirada llena de tristeza me partió el alma. Claro que quería quedarme por ella, era un trozo de cielo como su nombre decía. Pero si Valery abría la boca estaba seguro que me odiaría.

—¿Y bien? ¿Algo que decirme, Kwami? —preguntó Franco.

—No eres tú, soy yo.

Franco sabía bien como molestarme y ponerme nervioso al mismo tiempo. Porque con solo decir mi nombre yo estaba por gritarle, pero cuando se acercó a mí con pasos lentos y suaves yo solo supe retroceder mientras sentía que mi rostro hervía. Quería aplicarme el mismo juego que yo. Se suponía que solo a él le afectaban los roces. Yo debía ser fuerte.

Vamos Kwami tú puedes, velocidad, soy veloz.

Estaba recordanado todo una película infantil cuando finalmente Franco se detuvo frente mío. De cerca era mucho más intimidante, sus ojos dorados encapotados calaban el alma de cualquiera. La cicatriz que cubría toda la parte izquierda de su perfil lo hacía notar como alguien peligroso.

Ambos podíamos jugar el mismo juego. Sabía que a él lo desarmaba mi toque, la electricidad que nacía del roce le aterraba, creía yo y por eso extendí mi mano hasta ponerla en su pecho. Su corazón latía, fuerte, como el galope de un caballo. Observé mi palma con un tanto de envidia y quise acercarme un poco más.

El golpe fuerte de un objeto cayendo al suelo hizo que todo se fuera a la mierda. Franco se separó de golpe y corrió escaleras arriba. Pude ver por una fracción de segundo su piel bronceada hacerse pálida por el susto. No pasó mucho para que los guardias de la puerta entraran y siguieran a su líder. Todos se veían asustados y apurados ni siquiera se habían percatado de mi presencia. Valery fue la última en entrar. Ella me observó unos segundos y de su bolsillo sacó unas llaves y las dejó en la mesa de la cocina antes de seguir a sus compañeros.

No se podía confundir la orden. Quería que me fuera.

Tomé mi maleta y las llaves del auto. Presioné la alarma para saber el lugar en el que estaba y una vez lo escuché cerca empecé a caminar. Varios pueblerinos estaban rodeando la casa, asustados e intrigados por lo que ocurría. Nadie se percató en que salí por el jardín. Guardé mi valija en los asientos traseros y me senté en el asiento del piloto. El motor rugió cuando fue encendido y yo puse las dos manos en el volante. Tenía licencia de conducir.

El novio VOG del alfa (Virgen, Otaku, Gamer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora