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Amelia es solo una niña de cuatro años, y sí, lo que mayormente uno piensa es: 

"Es muy chiquita, no debe darse cuenta de las cosas" 

Pero la verdad es que, a pesar de tan solo tener cuatro años se da cuenta de muchas cosas. 

Por ejemplo, se da cuenta de que ella no tiene mamá. 

Y eso es algo que le afecta de gran manera. 

Le afecta ver cómo al finalizar los actos del jardín todos sus compañeros van directamente a abrazar a sus mamás o ve a las madres de estos felicitándolos o llenandoles la cara de besos. 

Ella solo se queda paradita en su lugar, quieta sin siquiera moverse, junta sus manitos a la altura de su pecho y mira con recelo a sus compañeritos siendo abrazados por sus mamás.

Sí, obviamente que a veces su papá está ahí y la abraza y llena su carita de besos.

Pero qué hace si Sergio no está como pasa la mayoría de las veces? 

Quiere llorar, es tan solo una niña que creció sin una figura materna y ese sentimiento de que algo le hace falta no se va. 

Solo tiene cuatro años, pero ella sufre igual.

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—¡¿Cómo es eso que quieres que me quede adentro del jardín cuando hace un día detuve a un imbécil que intentaba tocar a una niña?!— gritó Max con notable enojo a su compañero de trabajo, la idea no le había gustado nada.
—Max, sé que te causa mucha inseguridad—hizo una pausa— pero tienes que darte cuenta que ha pasado que esos mismos imbéciles entran a los jardines cuando hay actos así en dónde van los adultos haciéndose pasar por familiares y aprovechan ahí, ¿eres conciente de eso? 

Se quedó callado, tenía razón en lo que decía, pero no lo iba a admitir. 

—Bueno.— respondió rígido y salió de la comisaría en dirección al jardín. 

Su caminar era ruidoso y violento, las suelas de sus botas chocaban con ira contra el pavimento. 

—Voy a tener que entrar sabiendo todo el peligro que hay afuera, encima ponen a otros inútiles en mi lugar.— se quejó entre dientes al saber que alguien más ocuparía su puesto esa mañana. 

Al llegar a la puerta de entrada, le mostró su placa a la maestra que estaba ahí dándoles la bienvenida a todos e inmediatamente lo dejó pasar. 

Saludó a uno de sus compañeros que estaba ahí para vigilancia también, se posicionó a su lado y dejó sus brazos detrás de su espalda aún indignado. 

—Bueno, para comenzar este acto del día del trabajador quiero darle las gracias a todos los padres y a los alumnos por participar en esto.— se escuchó la voz de la maestra principal del jardín y decidió prestar atención. 

Luego de una lectura sobre lo que se conmemoraba en ese día y la importancia de los trabajadores, empezaron a pasar niños bailando una cortita canción que era especialmente por el día del trabajador. 

—Ahora, es el turno de los niños del salón de cuatro, ¡pasen todos! 

—"Amelia va en el salón de cuatro, ¿estará ella?"— pensó el rubio al instante y comenzó a fijarse en todos los niños que habían empezado a venir al frente. 

Max estaba aguantando una risa, el ver a tantos niños y niñas vestidos como trabajadores le daba una ternura en demasía. 

Pero desde el lugar que el estaba, no podía ver del todo bien a los pequeños al frente y para eso, los veía a todos de espalda. 

Los menores comenzaron a decir mediante el micrófono "cuál era su profesión" y qué hacían en ella. 

Las chillonas y dulces vocecitas de los niños le alegraban la mañana. 

Hasta que le tocó hablar a una niña en particular. 

"Yo soy un policía, y mi tlabajo es agadad ladones y protejel a las pelsonas."

Era Amelia, esa era la voz de Amelia.

Buscó rápidamente con la mirada y la visualizó de costado sonriendole a la maestra quien se reía suavemente. 

Amelia tenía un uniforme el cual era una casi perfecta simulación del suyo, incluso tenía unas esposas de plástico al costado de su pantalón. 

Los ojos del oficial de iluminaron, la niña se veía tan adorable a su vista y sobre todo, representaba su profesión. 

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El acto había finalizado y todos los padres conversaban e interactuaban entre sí, Max charlaba un poco con su compañero de trabajo aún vigilando todo. 

—¡Hola Max! 

Escuchó seguido de un fuerte agarre en su pierna, agachó su mirada y una sonrisa de oreja a oreja se formó en su cara. 

—Hola Amelia.— respondió alzando a la menor, en cuanto la tuvo a su altura la pequeña enredó sus bracitos en su cuello abrazándolo. 

—Estás disfrazada de policía.— le recordó una vez que la infanta se desprendió de su agarre. 

—¡Sí! 

—¿Y por qué?— su curiosidad le terminó ganando. 

—Polque...— agachó su cabecita y jugó con sus deditos algo nerviosa— polque quiedo sel cómo tú cuando sea gande, polque tú edes mi persona favodita después de mi papá y quelía ser cómo tú Max.— terminó diciendo por fin para dedicarle una sonrisa al mayor. 

Max sintió su corazón contraerse, su pecho tenía una sensación de calidez y su nariz había empezado a picar. 

—Max, ¿estás bien?

—S-sí peque, no pasa nada.— hizo su cara a un lado pasando sus dedos por sus ojos limpiando las lágrimas que se estaban formando en estos. 

—Meno. 

Amelia giró su cabeza mirando a las demás personas en el lugar, el rubio la miró a ella. 

Notó la mirada perdida y apagada que había puesto la pelinegra y se dio cuenta de las madres que había abrazando y hablando con sus hijos. 

Y ahí su cabeza hizo un "click".

Amelia no tenía mamá, era normal que se sintiera celoso de los otros niños o incluso le afectara verlos con sus madres. 

El mayor lo miró con pena, pero se sorprendió un poco al ver a la niña voltear de nuevo su cabeza a él y esconder su carita en su cuello. 

Escuchó los sollozos proveniente de la infanta, y sin decir nada empezó a dar caricias en su espalda suavemente. 

Era la primera vez que veía a Amelia llorar, ya que siempre la veía alegre o sonriendo. 

Pero es un ser humano y es un niña.

Ella también sufre, y en este caso, sufre porque no tiene a su mamá. 

Cuando la niñera de Amelia vino a buscarla, al rubio le costó mucho separarse de la menor. 

No quería bajarla de sus brazos, quería abrazarla hasta que la infanta dejara de sufrir, prefería ser él quien sufriera en vez de de la pequeña

Era increíble cuánto cariño le había agarrado a la pelinegra a estas alturas. 

Sin poder pelear mucho, no le quedó de otra que ver a la niña alejándose de él tomado de la mano de aquella chica pelinegra que se encargaba de ella.

Miró por última vez a la niña y sus ganas de llorar volvieron. 

Odiaba tanto ver a la pequeña sufrir así, lo detestaba. 

Pero desde ahí se decidió cuidar y estar dispuesto a lo que fuera por la pequeña.

Porque no podía ser su "figura materna", pero podía quererlo tanto como lo haría una.

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Papá y el señor policía / Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora