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— ¿Entonces? — Laila masajea mis hombros

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— ¿Entonces? — Laila masajea mis hombros. — ¿Ya lo viste?

— Así es. — Atravez de mis lentes oscuros reconozco al líder de los Petrov. — Recuerdame porqué bajamos a la alberca.

— Bueno — Deposita un beso en mi espalda desnuda para seguir con el masaje haciéndome soltar un suspiro sintiendo como libero el estrés. — Teníamos una mejor vista y ya que es reconocimiento y nadie nos conoce pensé en disfrutar un poco ya que nunca viajo.

— ¿Nunca te saca el ministro? — Me burlo y da un ligero golpe en mi espalda que me hace reír.

Laila es atractiva, su carácter fogoso, fuerte y porte seguro es mucho más que un plus, mentiría si dijera que no me atrae. Ambos nos complementariamos perfectamente si ella así lo quisiera.

— Idiota. — Deja de darme un masaje y me río entre dientes. — Mejor me voy.

— ¿Tan pronto? — Me burlo tomándola del brazo jalandola hacia mi haciéndola soltar un pequeño grito cuando termina sentada en mis piernas. La beso y me corresponde llevando una mano a mi cabeza para acariciar mi cabello.

— ¿Qué diría Rachel ahora?  — Me jala hacia ella volviendo a besarme, llevo una mano a su trasero dándole una nalgada y ella me muerde un poco el labio.

— No tendría que decir nada. — Me alejo y ella me quita los lentes para mirarme a los ojos fijamente, pasa los lentes por sus labios y la sigo con la mirada cuando llega a sus pechos.

— Terminamos la misión. Podemos reportarnos el Sábado. — Me vuelve a besar.

Mi teléfono suena y me alejo de ella obteniendo una queja de su parte.

— No lo creo. — Contesto — ¿Qué sucede, Rachel? — Laila rueda los ojos y se levanta molesta, la detengo con una mano ganandome una sonrisa suya. Me acerco y le quito mis lentes para alejarme de ella con burla.

— Mis padres pusieron la fecha, quieren que la cena sea mañana. Al parecer están más ilusionados que nosotros por la boda, mi amor.

Laila borra su sonrisa y toma su bolso para caminar enojada a otro lado que no me tomo la molestia en verificar — Bien. Nosotros hemos terminado, salimos hoy mismo para Londres.

— Te recojo en el aeropuerto.

— No — Una rubia se acerca coqueta y con una confianza que me hace alzar una ceja pues su mano atrevida acaricia mi pecho para después pegarse a mi pecho dejándome sentir sus senos atravez del bikini. — Tú haz lo que te pedí. Yo iré directo a la casa de tus padres.

— Bueno. Mi amor, te amo. — Me manda un beso.

— Ajá — Cuelgo. — ¿Y esta preciosa mujer?

— Te vi muy sólito. — Me hace un puchero y la alejo por lo desagradable que se volvió justo ahora.

Bratt LewisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora