XV.

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—Profesor

Mi voz resonó en la penumbra de las mazmorras. El reloj marcaba cerca de las doce y los únicos despiertos éramos los que habían estado presentes en los sucesos de esa noche.

—¡Profesor Snape! —mi profesor se empeñaba en caminar más rápido —¡No puede hacerle esto a un inocente!

El hombre se dio media vuelta bruscamente, sus ojos irradiaban rabia.

—¡Sirius Black es de todo menos un inocente!

—¡Usted será el verdadero asesino si se empeña a negar la verdad! —me planté frente a él. Olvidando toda autoridad que el hombre representara para mí.

—Cómo se atreve a...

—¡Severus Snape se convertirá en un asesino esta noche solo por guardar rencor de algo ocurrido hace años! —el hombre se congeló frente a mí —Pero puede evitarlo, Veritaserum es todo lo que se necesita y todos sabrán la verdad, incluido usted.

—¡No poseo Veritaserum! —su voz retumbó en los pasillos —Utilicé lo último que tenía hace tiempo... en usted.

—¡Miente!

—¿Cómo puede saberlo?

—Es profesor de pociones, la mano derecha del director. Un hombre como usted jamás se quedaría sin algo de tanto valor.

—¿Cree conocerme lo suficiente? —El hombre se inclinó en mi dirección —Usted no me conoce en absoluto.

Busqué las palabras para refutarlo, pero no las encontré. El profesor volvió a andar por las mazmorras, dándome la espalda.

—¡¿Eso es todo?! ¡¿De verdad lo dejará morir?!

—El hombre se buscó su final. No hay espacio en esta vida para hombres traidores y deshonestos como él.

Estuve tentada a usar mi varita contra él, de espaldas, era la oportunidad perfecta para atacarlo. Pero la voz de la razón me hizo entender que solo tenía trece años enfrentando a un hombre que estaba decido a no ayudarme en mi causa. Todo esfuerzo sería en vano. Y estaba perdiendo el tiempo.

—Tampoco debería haberlo para hombres cobardes y repugnantes como usted.

Escuché mi propia voz retumbar en las paredes, el hombre detuvo su paso pero no me miró. Tampoco me quedé a esperarlo. Mis pasos se dirigieron hacia arriba, acompañados del sonido de las campanadas de media noche.

Lo había intentado de la forma más legal que se podía y no había resultado. La vida de un inocente estaba peligrando y si para salvarlo se necesitaba un milagro, yo iba a jugar el papel de Dios para crear mis propios milagros.

Las escaleras que guiaban a las torres parecían interminables, ignoré el pinchazo que sentía en el costado y avancé, casi llegando al final observé con horror a los dementores proviniendo del bosque, hacia Sirius. Subí los últimos escalones de dos en dos y el viento fresco em azotó la cara.

—¡Alohomora!

La puerta de la última habitación de la torre se abrió, pero me recibió una escena completamente diferente a la que me esperaba. La ventana de la habitación estaba totalmente destruida, formando un gran hueco en la pared por la que filtraba el viento.

Asomé la cabeza por el gran agujero y no encontré rastros del hombre. La única prueba de que había estado ahí eran las manchas de sangre en el piso, y junto a ellas, una gran pluma café.

—Pero que...

El frío comenzaba a hacerse más intenso, observé que los dementores estaban cada vez más cerca, eso significaba que el ministro y los demás estarían junto a mí en cuestión de minutos. Tomé la pluma del piso y la guardé dentro de mis ropas, apunté la ventana en ruinas con la varita y cada piedra y cristal volvió a su lugar. Bajé a prisa y más fácilmente las escaleras de antes y tuve que mezclarme con las sombras una vez más. Los hombres no tardaron en asomarse y subir hacia la torre. Cuando el último desapareció de la vista corrí de vuelta a la enfermería.

Snakes' SecretDonde viven las historias. Descúbrelo ahora