Carta

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A mi más querida y preciada esposa.

Hoy, el teniente Jean, nos a comunicado que saldremos de las guarniciones de la ciudad. Al parecer, las tropas de su majestad se han quedado atascadas en las ciudades del sur, y ahora, aprovechando la coyuntura, Napoleón y sus generales tratarán de invadir el último gran imperio que se opone. No e podido saber mucho más, anunciaron ayer la marcha y nos han dado un plazo realmente corto para preparar nuestro equipaje. El teniente está muy preocupado, por ello una y otra vez nos revisa, la palabra adecuada sería "atosigar". Todo para que aceleremos el paso. Los soldados del batallón le tenemos mucho respeto, es uno de los pocos oficiales franceses que saben algo de castellano, y es todo un alago para mis camaradas. El resto del regimiento a se a tomado mal la noticia tan repentina, sin embargo, cada vez que observo las otras secciones no puedo evitar ver cierto entusiasmo. ¡El último enemigo! "¡Moscú a la vista!" dicen algunos. Todavía queda mucho trayecto hasta ahí. El entusiasmo de los hombres enmascara el poco sueño que tuvieron ayer la tropa.

La estancia en la ciudad fue realmente buena. Con los francos que nos daban, aunque fuesen pocos, me era suficiente, algunos de los oficiales reciben varios Luises de Oro, cosa que todavía no me explico. La población local es muy reservada, siempre atentos a sus negocios, y sin tener mucho contacto con los ocupantes. A mí, por ser de esta tierra, me tienen cariño. Cada vez que paso por la chocolatería que queda en la plaza mayor me sirven una porción extra. Me sienta mal, y como no, pago de más. Cada día hasta entonces ha sido una batalla constante, sin cuartel alguno, contra el aburrimiento. Jugamos todos los días a las cartas, a Fernando ya le han ganado varias veces y está acumulando mucha deuda. Tan solo espero que los franceses se la perdonen. Si hace soleado dar un paseo por la montaña ayuda, aunque ya lo he visto todo, los caminos están repletos de soldados durmiendo, algunos borrachos. El teniente coronel Zola ya avisó a la tropa que el alcohol quedaría tremendamente regulado. Ya se imagina, cariño, que ese no es el caso, y todos los días se tiene que hacer la vista gorda. Durante estos meses me han designado las mismas posiciones, ahí paso la mayor parte del día. Ahí estamos dos, en ocasiones tres hombres guardando la posición, de ningún ataque, pues las guerrillas no se atreven a asaltar una posición fortificada. Sería un completo suicidio. Paso los días leyendo la biblia que me prestó padre García. A la misa asistimos cada vez que podemos a la iglesia de San Vicente. Tristemente, siempre queda llena, y en muchos casos nos contentamos con el sermón que da el capellán del regimiento en el castillo de la mota. Es francés, y el sermón nos lo da en francés, espero que algún día se den cuenta de que los que asistimos a esa misa somos los castellanos. Muchos franceses, por estas ideas tan republicanas, han dado la espalda a dios. Algunos vascones han seguido por ese camino, sobre todo en esta ciudad. Gracias a dios siguen habiendo fidelísimos. Las raciones que nos dan son suficientes, nada del otro mundo, ya te imaginas, pero se agradecen. En algunas de las batallas los hombres tuvieron que sacar las patatas congeladas del campo, y hervir hierva para complementarlo. Solo espero que ese no sea mi destino.

Te daré más noticias en cuanto pueda. Todavía queda mucho para cualquier enfrentamiento y espero que me den el permiso para ir contigo a Burdeos. Deberíais estar seguros en esa ciudad. Le dije a mi tío que le mandaría parte del sueldo que me dan, no es mucho, a decir verdad son cantidades paupérrimas. Pero serán suficientes para pagar el pan. Extraño mucho tu presencia, mi amor más preciado, espero volver con vida para poder besarte una vez más. Aguardo ansiosamente una respuesta.

Todo mi amor eterno a ti.

Que dios esté contigo.

Carlos Jiménez de los Santos.

06/12/1811

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