Noticias traídas desde el este

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El pelotón formado por ocho hombres traídos desde las Américas estuvo haciendo esfuerzos inimaginables para mantener un tramo del camino por donde pasan los suministros. Aquella aldea tenía un nombre eslavo. La localidad está a unos kilómetros desde Smolensk y era residencia de unos cuantos aldeanos. Por supuesto, ninguno sabía el idioma y era imposible comunicarse. Apuesto, que si alguien hubiese hecho la pregunta, no sabrían ni de qué país eran. Aquellas tierras son muy frías en invierno. El río que pasa a su alrededor se convierte en un paso helado, por donde todos pueden caminar y pasar por encima de él. Aquellos hombres no eran más que los restos de lo que una ve fue un regimiento. El 8º regimiento de línea ligera. Pero ya no existe, y dudo mucho que se guarde en la historia que jamás existió. Pues se formó de conscriptos obligados desde todas las partes de Francia y fue totalmente destruido en la campaña Rusa. Ese regimiento ya no existe. Aquellos que lucharon por él fueron muriendo durante meses. Fueron hombres valientes, empujados a la desesperación por las condiciones. Hicieron lo que pudieron, pero eso no les salvo de su fatídico final ¡Qué cruel es la vida a veces! Desaparecieron lentamente debido a la nueva plaga que pasó por sus filas. No solo el frío y el calor mermó a las tropas (hay que recordar que el verano de 1812 fue horrible), sino que para entonces tenían una nueva preocupación. Pero eso le pasó a todo el ejército. Fueron estos soldados, tan valientes y tan ingenuos, que soportaron lo peor de las campañas. Forzados a caminar por largas horas en la nieve. Caían sin que pudieran ser levantados. No deseaban parar, pues percibían aquello como una condena a muerte. De alguna forma, si se detenían serían presos del frío, del cansancio o de la peste. Por ello no pararon hasta llegar a la posición deseada. Algunos no respiraban por la nariz, estaba tan congelada que se les caía a trozos. Los dedos no los sentían, y tenían miedo de quitarse los guantes, pues no sabían si la piel se quedaría pegada en la tela. Las nevadas no paraban. En las pocas ocasiones que no nevaba la nieve no se derretía. Se cubrían con todo lo que podían, arrancando en ocasiones paños de sus camaradas muertos para mantenerse la temperatura. Las fuerzas llegaron hasta un puente hecho por los zapadores unos días antes. El resto del ejército debía batirse en retirada, mientras que los guardianes de la retaguardia debían de proteger aquel Puente. Fue el trabajo de los valientes muchachos del 8º regimiento, reducido a unos cuarenta y algo hombres. Aquellos hombres eran bestias andantes. No hablaban. No podían abrir la boca, todos la tenían sellada. De vez en cuando el comandante de facto gritaba las órdenes en un suspiro muy tenue. Todos le obedecían, el verdadero comandante hubo de morir hace mucho tiempo. En aquel puente todos los valientes hombres del octavo batallón encontraron una honrada muerte. No lucharon, como a uno podría parecerle, contra los Rusos (ni sus aliados de la estepa). Lucharon contra el resultado de la plaga. Enfermos que mataban sin pensar. No distinguían entre ejércitos. Pareciera que se trataba de unas bestias sin rumbo, dependientes de causar el mayor dolor posible. Fue necesario el emplazamiento de tropas en puntos estratégicos. Este gasto que no estaba previsto fue una causa importante en el regreso de las tropas hacía tierras más fértiles. Hoy en día las tierras de toda Rusia sirven como una tumba permanente para aquellos hombres y mujeres que defendieron con tanta fiereza sus tierras. Ese fue el caso del octavo regimiento. Defendieron la posición durante días, más de lo previsto. El Estado Mayor mandó a que se defendiese las líneas de comunicación durante al menos 24 horas. Lo suficiente para que los caballos llegasen y trasladasen a las tropas. Algunas líneas cayeron antes de lo previsto, debido al debilitamiento de las guarniciones. Este fue el caso más excepcional. Aquellos hombres tan valientes aguantaron durante cinco días y medio. Derretían el hielo del río en una pequeña hoguera. No comieron en absoluto, las raciones hace tiempo gastadas. Todos los hombres ahí reunidos sabían que su destino era morir. No necesitaron comer, la mera voluntad de la resistencia los mantuvo vivos. Pasaron del primer día de los cuarenta hombres, al día siguiente a los treinta y tres, al día siguiente a los veintiocho, así sucesivamente. Para el último día solo ocho hombres quedaron con vida. Por el puente pasaron los suministros, y llegaron a tierras seguras. El sacrificio de aquellos valientes hombres jamás deberá de ser olvidado, ni de los otros muchos que tan bravamente han dado su vida por la de los demás. Esos días en el puente fueron un infierno en la tierra. No sintieron el frío en ningún momento, el valor y la fe son sentimientos más poderosos que cualquier miedo. Son hombres bienaventurados, que pasarán a los reinos del cielo para que San Pedro les llame por su nombre.

Todo esto lo puedo contar fielmente. Soy el último del 8º regimiento ligero. Me ayo ahora mismo aislado en una aldea perdida. Uno de los hogares está hecho de piedra y e barricado las puertas. Vendrán a por mí. Tengo que diseñar un plan de escape, salir de aquí, y no caer en el sueño. Escribo esta carta, pues quiero dejar constancia de lo que pasó. Aparte de esta hay muchas más. Deseo suerte a toda Europa. Saldré en un día en busca del ejército.

[De 685.000 hombres se calcula que solo unas 32.000 tropas lograron pasar el Vístula de vuelta a la patria.]

Pólvora y entrañasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora