capítulo ocho

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Tras dejar a la señorita Sofía en su departamento, Emanuel le dio un discurso sobre la importancia de la salud mental. Alma lo escuchaba a medias, ya que en su cabeza se gestaba la posibilidad de un nuevo peligro.

En el exterior, la lluvia no dejaba de golpear con furia el parabrisas del auto.

—Sabías que el profesor Zanches no nos dijo nada al respecto, ¿no?

—¿A que viene eso?

—A que no fue un simple trabajo de campo para evaluar a los estudiantes. —viendo que no respondía decidió continuar—: En Marruecos decidí estudiar los mapas que nos dieron. Fui yo quién sugirió esa zona, basándome en comentarios, hallazgos menores en otros sectores. Hile algunos hilos, y trace posibles rutas. Mi instinto me guío.

—Eso no lo sabía. Estoy orgulloso…

—¿Qué sabías entonces? —lo cortó triunfante.

Hubo silencio.

—Marcos está interesado en encontrar pruebas sobre la existencia de los primeros Dioses. Los verdaderos. Es un coleccionista —dijo, como restándole importancia.

—¿Qué quieres decir con los primeros Dioses? —preguntó frunciendo las cejas.

Emanuel suspiró profundo antes de responder.

—Deidades antiguas, anteriores a las religiones conocidas. Existen grupos que les rendían culto a estas divinidades primigenias.

—¿Y crees que esas… cosas realmente existieron?

—No lo sé a ciencia cierta, pero cada vez hay más evidencias arqueológicas que apuntan a ello. Símbolos, templos, escritos ancestrales… Todo indica que hubo cultos desarrollados en torno a esas supuestas deidades en diversas partes del mundo.

Alma sacudió la cabeza, incrédula.

—¿Y qué tiene que ver con la excavación? ¿Qué estaban buscando?

—Hija, no se a que vienen esas preguntas. Yo no estaba ahí, deberías saber que es lo que buscaban —hizo una pausa—. Hable con especialistas, es normal que…

—No estoy loca, y no necesito ayuda profesional.

Molesta, encendió la radio, pero, al parecer, las emisoras tenían dificultades para trasmitir. Consiguió dar con una de noticias, y subió el volumen de puro capricho.

¿Alguien que verifique la información? Bueno, es lo qué se está diciendo. Todo apunta al cambio climático. Al final, la querida Greta tenía razón.

Pero escúchame una cosa. Lo de las placas tectónicas, y los terremotos no tiene nada que ver con la contaminación, ¿o sí?

Creo que no, pero si me cagaria de miedo si veo el cielo arder justo encima del vaticano…

Emanuel apagó la radio en cuanto llegaron a la casa. Alma ni siquiera lo miró, estaba demasiado molesta. Las rejas se abrieron de forma automática y cruzó la entrada con un suave rugido del motor.

Estacionó el auto frente al garaje y esperó a que la puerta de este se abriera. Una vez dentro, Alma bajó del auto y se dispuso a entrar a la casa, por la entrada que conecta al interior.

—Hija, entiendo que estés molesta, pero por favor no desestimes la ayuda profesional.

—¡Ya basta! —lo cortó ella con brusquedad—. Deja de tratarme como si estuviera loca. Me duele el brazo, sólo quiero irme a dormir, por favor —suplicó con lágrimas en los ojos.

Emanuel tragó saliva y desvió la mirada unos instantes, como si estuviera realizando un gran esfuerzo mental.

—Está bien, te pido disculpas. Entiendo que estés agobiada. Ha sido un día muy duro  —continuó Emanuel con tono conciliador—. Descansa un poco y mañana con la mente más despejada, podemos retomar la conversación.

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