capítulo catorce

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Dante daba vueltas alrededor de Alma. Llevaba dos días inconsciente. Olfateó su rostro, pero no detectó nada fuera de lo común más allá del pausado ritmo de su respiración.

Se recostó a su lado, atento a cualquier ruido. El ulular del viento entre las copas de los árboles, el aletear de algunas aves nocturnas, el crujir de las ramas. Nada amenazante. Sin embargo, no logró quitarse la desagradable sensación de que esa falsa calma solo era la antesala de una nueva amenaza.

Inquieto, se puso de pie y comenzó a caminar en círculos. Algo en el ambiente había empezado a cambiar. El aire se sentía más denso, más pesado, como si una fuerza invisible estuviera por encima de ellos.

De pronto, un crujido de ramas a su izquierda lo puso en máxima alerta. Mostró los colmillos y se agazapó, listo para atacar.

Fue entonces cuando una sombra enorme emergió de entre los árboles. Una criatura deforme, mitad hombre mitad bestia, de casi tres metros de altura. Su cuerpo estaba cubierto de una espesa capa de pelo oscuro, y sus brazos y piernas terminaban en tremendas garras afiladas. Pero lo más aterrador era su rostro, una calavera putrefacta de ojos rojizos, de cuyas cuencas vacías brotaban decenas de víboras seseantes.

La criatura dejó escapar un rugido tan potente que hizo temblar el suelo. Dante saltó hacia adelante, interponiéndose entre el monstruo y Alma en un intento desesperado de protegerla. Las serpientes se agitaron, y una de ellas se lanzó hacia el guardián con las fauces abiertas. Dante giró sobre sí mismo y atrapó a la víbora con sus poderosas mandíbulas, partiéndola en dos de un solo mordisco.

—Un protector celestial ha osado cruzar los lindes de mi bosque sagrado —la voz de Humbaba estremeció los mismos cedros milenarios—. He devorado a legiones enteras que intentaron profanar este lugar. ¿Crees que podrás detenerme?

Humbaba rugió de furia y avanzó dando grandes zancadas, haciendo temblar la tierra con su peso descomunal. Dante esperó hasta el último instante y se arrojó contra la criatura, clavando las garras en su pecho en un intento de derribarlo.

—¡Nadie desafía a Humbaba y vive para contarlo!

La bestia se sacudió, arrojando al guardián contra un árbol cercano. Dante chocó con fuerza, sintiendo como varias costillas se quebraban bajo el impacto. Jadeando, se puso de pie de nuevo justo cuando Humbaba se abalanzaba sobre él con las garras extendidas.

Rodaron por el suelo en una maraña de zarpazos y mordidas, gruñidos y aullidos de dolor. Dante logró asestar una dentellada en uno de los hombros de la criatura, arrancándole un trozo de carne putrefacta. Humbaba aulló de rabia y lo golpeó con una de sus enormes zarpas, abriéndole un tajo sangrante en el costado.

A su alrededor, los árboles se agitaban con la furia de la batalla. Alma seguía dormida, ajena al peligro que la rodeaba y a los esfuerzos sobrehumanos de su guardián por mantenerla a salvo.

Humbaba se irguió de nuevo, abriendo sus fauces en un rugido ensordecedor mientras sus culebras silbaban amenazadoras. Se abalanzó contra Dante con todo su peso, aplastándolo contra el suelo con las garras clavadas sobre su cuello. El guardián forcejeó inútilmente, sintiendo como el aire abandonaba sus pulmones.

—¡Nadie desafía a Humbaba en su propio reino! —bramó la bestia con su voz grave y gutural.

Sus fauces se abrieron, dispuestas a arrancarle la cabeza de un solo mordisco. Pero un estruendo sacudió los árboles circundantes. Humbaba detuvo su ataque y miró en todas direcciones, olfateando el aire con sus fosas nasales dilatadas. Dante aprovechó ese breve instante de distracción para arañar el pecho de la bestia con sus garras traseras, logrando liberarse.

Un nuevo estruendo hizo temblar la tierra bajo sus pies. Esta vez, Humbaba retrocedió varios pasos, sus ojos ardían de furia ante la presencia de alguna fuerza desconocida. Dante tenía el pelaje empapado en sangre por las numerosas heridas.

El guardián contraatacó con una veloz estrategia, clavando los colmillos en una de las serpientes y sacudiéndola con violencia para arrojarla contra las demás como un látigo. Varias bestias cayeron al suelo con un silbido de dolor.

Humbaba rugió de furia y se abalanzó con todo su peso, asestando un golpe devastador con sus garras que hizo saltar la corteza de un cedro milenario. Dante apenas logró esquivarlo por centímetros, pero el impacto lo dejó aturdido. La criatura aprovechó y lo arrojó por los aires de una patada.

El guardián chocó con fuerza contra el tronco de un árbol, quedando inmóvil en el suelo alfombrado de hojas. Humbaba avanzó hacia él con calma, saboreando su triunfo. Las serpientes se deslizaron a su alrededor formando un anillo ponzoñoso.

Dante entreabrió los ojos e intentó ponerse de pie, pero una garra se clavó en su cuello inmovilizándolo contra el suelo. Humbaba acercó su rostro deforme hasta que su aliento putrefacto le quemó las fosas nasales.

—Admira la última visión que tus ojos contemplan antes de que las sombras del bosque te reclamen, guardián…

Las fauces de la bestia se abrieron, dejando entrever las mandíbulas serpenteantes que conformaban su garganta. En ese momento, una voz potente estremeció los altos cedros.

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