Alma entró en la habitación, cerrando la puerta tras de sí, y apoyando la espalda contra la madera. Su corazón latía con fuerza mientras las palabras de la señorita Sofía resonaban en su cabeza. "Los dioses te dieron una segunda oportunidad, no la malgastes”. ¿Acaso ella sabía algo más? ¿Por qué tanto interés en los detalles de su experiencia?
Se llevó la mano libre a la frente, donde pequeñas gotas de transpiración habían comenzado a formarse. Las dudas se mezclaban con los recuerdos de aquella voz etérea que la perturbó en la sala. Sacudió la cabeza, tratando de disipar esos pensamientos, pero era inútil; una grieta se había abierto en su psique.
Se apartó de la puerta para ir a la cama, pero se detuvo al captar un leve movimiento por el rabillo del ojo. Giró la cabeza de forma brusca, hacia la ventana, donde las cortinas se movían como si una brisa invisible las acariciara. Alma contuvo el aliento, clavando la mirada en la tela ondulante, esperando... ¿esperando qué? ¿Una señal? ¿Una aparición? Negó con la cabeza, sintiendo una punzada de dolor en la sien. Esta locura tenía que terminar. Dio un paso, pero entonces, algo volvió a captar su atención. Un destello fugaz, apenas perceptible, brilló en el exterior.
Alma entrecerró los ojos para tratar de identificar su origen. La brisa se había convertido en una suave ráfaga de viento que agitaba con más fuerza las cortinas. Con el corazón martilleando contra su pecho, avanzó cautelosa hacia el ventanal. Pero alguien golpeó a la puerta y se dio cuenta de la estupidez que estaba a punto de hacer.
—¿Hija?
Se sentó sobre la cama e intentó recomponerse antes de decirle que pase. El hombre parecía haber envejecido diez años más desde la última vez que lo vio. Se le habían formado bolsas bajo los párpados y sus ojos grises estaban opacos.
—¿Cómo te sentís? —le preguntó, acercándose a la cama.
—Mejor —mintió.
En cambio, le hubiese gustado decirle que estaba perdiendo la cabeza, que tenía miedo, pero después de la conversación en el auto, se convenció de que sería mejor mantenerlo en secreto.
—Te desmayaste —señaló con preocupación.
—Estaré bien.
Su padre no parecía convencido.
—Hable con la señorita Sofía. Esta preocupada, si no me decís que pasa no puedo…
Alma se puso tensa. No la culpaba, ¿quién, en su sanó juicio, preguntaría por fantasmas?
—¿Qué pasa? —replicó con sarcasmo—. Pasa que perdí a mis amigos, no me decís nada, y yo no entiendo nada.
Emanuel suspiró.
—No es tan simple, Alma. Hay problemas territoriales; tuve que hacer algunos llamados, pero ya pude solucionarlo. Nuestro vuelo sale dentro de dos horas. El avión que trasladará los féretros saldrá mañana —explicó él, con paciencia—. Pero hay un problema.
—¿Qué problema?
Él apartó la mirada y se concentró en un cuadro que estaba junto a la puerta. Alma supo que estaba tomando coraje para soltar lo que tenia que decir. Lo había hecho cuando su madre murió, y luego cuando tuvo que decirle que el vecino atropelló a su perro Zeus.
Tragó saliva.
—Aun no se encontraron los cuerpos de Tadeo y John —reveló él, con pesar.
Alma se llevó la mano a la boca, y tras el impacto de la noticia, tuvo un pensamiento esperanzador. Quizás Tadeo y John lograron escapar, o quizás aún estaban vivos, atrapados en algún lugar.
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Los Secretos Del Desierto
خيال علميUna joven arqueóloga llamada Alma y su equipo hacen un descubrimiento trascendental en el desierto del Sáhara. Embriagada por la emoción del hallazgo, Alma termina cayendo accidentalmente dentro de la cámara secreta. Lo que encuentra allí desafía to...