Salí de casa preocupada por Helen y Alí, después del acontecimiento en el comedor no las vi, al llegar a casa marque sus números pero no contestaron las llamadas, eso que nunca perdían una, por esto mi corazón dio un baile asustado desde su lugar hasta mi garganta y de regreso toda la bendita noche.
Tal vez suene exagerado pero es que esto del sexto sentido femenino me gritaba sobre alguna alerta.
Estaba tan preocupada por esas dos que salí apurada para estar temprano en el estacionamiento y verlas que olvide desayunar, me sujeté la porra en una colita desaliñada dejando fuera varios rizos que caían en mi cara, unos Jean azules que serían rescatables... ¡De no ser porque son hasta las rodillas y hay un viento de la madre! Por suerte me puse una musculosa blanca y una campera finita azul y mis alpargatas, eso evitaba que empezara a moquear, pero no por mucho.
¡Era un payaso!, me veía más payasa que la mismísima preceptora con todos sus kilos de maquillaje manchado.
Estaba a mitad de camino, ya que encima me tuve que ir a pie por perder el cole, que llegué al vecindario "Malvinas" y pasé justo al frente de la casa de Marco, bueno, tío Marco.
Su casa era bastante grande para una persona que vive solo, cinco habitaciones, dos baños, una biblioteca gigante donde nos leía frente al hogar en Halloween después de pedir dulces y para nuestras pijama das de chicas, siéntase la ironía señoras y señores.
Un patio trasero lleno de flores, fuentes y otros adornos, living, cocina y comedor, pero lo que siempre me pregunté es porque tiene tantas habitaciones pero no un garaje donde guardar el coche, lo deja afuera.
Paré en seco pensando si habrá ido a trabajar o no, pero era imposible puesto a que son las 6 y hasta las 7:30 no hay jornada escolar.
Me acerqué a la puerta y toque el timbre repetitivamente hasta que escuché a Marco maldecir y a continuación abrió la puerta con signos de estar en pleno sueño.
Me miró incrédulo y viceversa, se supone que dentro de una hora entra a trabajar y está durmiendo con pijama azul de patitos.
—Elizabeth, ¿Qué haces así a las cuatro de la madrugada y con eso puesto ante este frío?
Miré el cielo, la verdad parecían las cuatro y el frío hasta me puso los pelos de punta, no podía juzgarlo en ese sentido por su falta de orientación.
Bueno, ahora me tocaba cuestionar.
—Te pregunto lo mismo tío, no son las cuatro, son las seis y seguís durmiendo todo pancho, ¿no trabajas hoy?
Sus ojos se ensancharon, miró el reloj y a continuación sin palabra alguna corrió escalera arriba.
—¡Voy a prepararme hace café que te acerco!
Reí y cerré de una patada, pasé a la cocina y preparé todo.
Tenía mucha hambre así que abrí el refrigerador y saqué una naranja, leche y galletas hechas en casa que estaban encima de la mesada, todas dentro de un frasco hecho por mí hace muchos años, sus flores y mariposas deformes lo confirmaban.
No tenía ninguna vergüenza, como dije antes, Marco es como mi tío y siempre que vengo me sirvo descaradamente frente a él e igual con mi familia y este individuo malhumorado, esta y la casa de las chicas son como mis segundo y tercer hogar.
Después de terminar de desayunar el bajó con su usual traje, camisa blanca metida en su pantalón negro de trabajo, corbata negra a juego, el cabello castaño perfectamente peinado al costado, una lapicera en el bolsillo y sus perfectos zapatos de cuero tan lustrados que parecían una lámpara.
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