Pólvora

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La noche me envolvió, y por primera vez en mi vida, experimenté una sensación sobrenatural, como si estuviera siendo observada por cientos de ojos invisibles que acechaban en la penumbra, esperando el momento adecuado para abalanzarse sobre mí. Cada sonido, cada susurro del viento entre las hojas, parecía cargar un peso inexplicable, una presencia invisible que me mantenía alerta.

El creciente vacío en mi estómago y la sequedad en mi boca me recordaron la cruda situación que comenzaba a mordisquear mi voluntad.

Miré las esposas que aprisionaban mis muñecas y me pregunté si sería capaz de cazar algo en ese estado.
Una idea absurda cruzó mi mente: ¿y si los guardias me encontraran y me salvaran? Pero cualquier pensamiento de rendición fue rápidamente descartado; preferiría enfrentar la muerte en ese solitario lugar que someterme de nuevo al encierro del faro.

Me recosté sobre el húmedo lecho de hojas, deseando fervientemente que no hubiera ningún insecto venenoso acechando en la oscuridad. La incertidumbre y el miedo se entrelazaban en mi mente, alimentando mis pensamientos con la idea de que tal vez, en ese lugar, la muerte sería la única liberación.

Ese fue mi último pensamiento antes de sumergirme en un sueño inquieto, abrazado por la oscuridad de la noche.


Los primeros destellos de luz filtrándose entre las hojas me despertaron, arrancándome bruscamente de mi sueño. Y el dolor punzante en mis costillas me recordó la estúpida imprudencia de mi escape, aunque también avivó de pronto la inquietante sospecha que había estado acechando los rincones de mi mente.

¿Cómo era posible que a estas alturas aún no me hubieran encontrado?

La ausencia de cualquier indicio de mi búsqueda me llenó de un temor profundo. Sabía que mi padre haría todo lo posible por encontrarme, cada rincón de esta isla debería haber sido registrado una y otra vez. Sin embargo, el silencio seguía siendo mi único acompañante.

¿Acaso mi padre había abandonado la búsqueda, resignado a mi destino en esta isla infernal?

El temor entonces se apoderó de mí, abriéndose paso entre la confusión y el desconcierto.

Quizás mi historia había llegado a su fin. Tal vez este era el destino final que me aguardaba en esta isla desolada.
Me consolaba pensar que mi experiencia quizá podría ser un faro (irónico) de advertencia para las generaciones futuras, una lección sobre los peligros de esta maldita institución.

O quizá nunca nadie me recordaría y eso seria todo.

No tuve que seguir dándole rienda suelta a mis horribles pensamientos, pues todos, se vieron bruscamente interrumpidos por un sonido lejano que resonó en el bosque como el de un trueno cayendo en tierra firme.

Aunque estaba lo suficientemente lejos como para distinguir con precisión lo que había causado el sonido, lo identifiqué como una explosión, y su impacto resonó en mis oídos con una claridad alarmante.

¿Habría ocurrido algo dentro del edificio? La posibilidad de que una explosión se produjera en el interior provocó un torbellino de preguntas y especulaciones en mi mente. Si era así, significaba que los guardias estarían ocupados en la escena del incidente, dejando otras áreas del complejo momentáneamente desatendidas.

Esta podría ser mi única oportunidad de rescatar a Lucas.

Con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, me obligué a avanzar entonces con determinación

Reanudé mi camino, siguiendo meticulosamente los pasos que había dado el día anterior desde la pendiente de la pista de aterrizaje.

Y unos minutos más tarde, a pesar de mis esfuerzos por avanzar rápidamente, la sequedad en mi garganta se intensificó, y se sintió como si estuviera ardiendo por dentro debido a la falta de agua. Desesperada por encontrar alivio, me incliné hacia el suelo y probé las hojas húmedas que encontré, buscando desesperadamente unas pocas gotas de lluvia que pudieran calmar mi sed.

ARABELLA II: Puños de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora