Wolf

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Alex nos guió hasta su oficina y una vez dentro, retiró la alfombra del centro del cubículo de cristal, revelando un par de azulejos visiblemente levantados que ocultaba un escondite debajo. Levanto uno a uno y, sorprendentemente, el hoyo en el suelo resultó ser bastante grande, con espacio suficiente para al menos una persona. Y sin esperar preguntas, se lanzó al vacío y desapareció en la oscuridad. 

Olivia y yo corrimos hacia el borde del hoyo y vimos el suelo a unos dos metros debajo de nosotros. Aunque todo estaba envuelto en sombras, distinguimos un pequeño cuarto justo debajo, parecido a una alacena.

Al cabo de un momento, Alex regresó con una escalera inestable que colocó hasta el nivel de la oficina. Y aún confundida, me aventuré a bajar la escalera, con una mezcla de curiosidad sobre lo que encontraría abajo.

Los escalones crujían bajo mis pies, y estuve a punto de caer cuando uno de ellos se tambaleó. Aunque finalmente, con un suspiro de alivio, toqué tierra firme y sostuve la escalera mientras Olivia descendía. Una vez que estuvimos juntas en el suelo, observamos extrañadas a nuestro alrededor envuelto en la oscuridad.

Antes de que pudiéramos formular ninguna pregunta, se escuchó un clic a nuestro lado, iluminando de repente la habitación. 

Diez grandes cajas de madera con las tapas ligeramente abiertas quedaron expuestas ante nosotros. 

—Mi contacto en la armada me proporcionó estos recursos en caso de emergencia—, explicó Alex con un brillo de anticipación en los ojos. Olivia rio a mi lado, contagiada por la emoción de Alex mientras acariciaba las cajas, pareciendo una niña en una juguetería antes de Navidad.

—¿Ese contacto no puede venir a salvarnos? —pregunté con una chispa de esperanza.

—Ni hablar, para contactarlo debe ser en persona, de lo contrario pondría en riesgo su posición, y vaya que lo necesito donde está por si logro salir viva de aquí. Él será nuestra salvación en el mundo real si logramos descifrar la tecnología de la colonia.

—Bien, entonces solo somos nosotras tres —concluí con un tono sarcástico.

—Nosotras tres y estos poderosos bebés —añadió Alex, mientras comenzaba a retirar las tapas de las cajas, revelando un arsenal diverso. Pistolas de todos los tamaños, rifles con y sin mira, y una variedad de armas explosivas. No estaba segura de qué eran algunas de ellas, así que decidí no tocar nada y simplemente observarlas con curiosidad.

Alex reía mientras acariciaba las armas, mientras que Olivia me miraba con una sonrisa divertida, reflejando que la excentricidad de nuestra capitana era algo digno de cuestionamiento.

—No sé utilizarlas —comentó Olivia mientras sacaba un revolver y abría la cámara de las balas, sobresaltándose ante el sonido.

—¿Alguna vez practicaste algún deporte? —preguntó Alex, quitándole el arma de las manos con un gesto brusco. Aunque Olivia no mostró ninguna reacción ante su actitud.

—Equitación.

—No sirve —sentenció Alex.

Olivia se quedó pensativa, tratando de recordar algo que pudiera ser útil en esta situación.

—Mi madrastra solía mandarnos a mi hermano y a mí al campamento Salter durante los veranos. Ya sabes ese que supuestamente convierte niños en deportistas olímpicos.

Alex negó con la cabeza.

—Nunca había escuchado sobre él.

Sabía por qué. El campamento Salter era muy popular entre la élite adinerada de Estados Unidos. Mis padres, por supuesto, solo veían a Dolovan Entrepreneurs como la única opción para nosotros, así que nunca fui. Pero sabía que todos los que aspiraban a que sus hijos tuvieran éxito en el deporte eran llevados allí.

ARABELLA II: Puños de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora