Alex

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Durante el vuelo, me regalaron una botella de agua y un par de galletas con sabor a avena que devoré en un abrir y cerrar de ojos. No fue suficiente para saciar mi hambre, pero al menos aplacó mi necesidad momentánea.

La mujer me observaba con curiosidad desde el otro lado del asiento, lo que me hizo sentir un tanto incómoda. Probablemente mi aspecto dejaba mucho que desear, con el cabello seguramente sucio de tierra y la cara agotada. En comparación a su cabello negro, que estaba perfectamente peinado en una larga coleta lacia y alta. Tenía una apariencia relajada, con las entradas sutilmente rapadas arriba de las orejas, lo que le daba un estilo bastante único.

Bajo sus ojos, unas pecas salpicaban la altura de su nariz y parte de sus pómulos. Su nariz perfectamente formada tenía un aro perforando su fosa nasal y sus labios delgados le otorgaban una atrevida mirada que podría jurar, se veía incluso más ruda que la mía.

—Llámame Alex— dijo, extendiendo su mano y mostrando una esclava de plata que envolvía su muñeca.

Respondí mostrándole irónicamente las esposas en mis muñecas, y ella soltó una risa que contagió al guardia a su lado.

—En cuanto lleguemos a la base, pediré que te las retiren...— respondió, pareciendo dispuesta a continuar, pero la interrumpí con mis preguntas, alcanzando por fin su límite.

—¿Qué base? ¿Quiénes son?— Me incline hacia adelante, tratando de mostrar una imagen más intimidante, pero no pareció impresionarla en lo más mínimo.

Al no obtener respuesta, repetí mis preguntas con furia, intentando incorporar mi cuerpo del asiento, pero ella levantó las palmas en gesto de calma.

—Somos los que tu gente decidió que no debían tener una oportunidad— respondió, y aunque mi expresión mostraba confusión, reconocí que no obtendría más información de ella mientras se colocaba nuevamente la capucha y miraba por la ventanilla.

—Estamos por llegar —anunció.





No hay mucho que explicar sobre el lugar al que me llevaron. Era un edificio abandonado que debió ser un hospital, en medio de la nada literalmente, escondida entre las rocosas montañas de alguna parte de los Estados Unidos.

Parecía haber pertenecido al gobierno en algún momento, pero después de algún suceso, se debió haber abandonado y dejado en manos de la naturaleza para que hiciera lo suyo y terminara de destruirlo por completo.

El helicóptero descendió en el techo del edificio y mis ojos se posaron en los otros vehículos que aguardaban allí. Tres helicópteros más, similares al que me había traído, yacían vacíos y apagados en el inmenso techo del complejo.

Mis oídos se taparon con el aterrizaje, pero en cuanto mis pies tocaron tierra firme, el sonido comenzó a escucharse de nuevo.

Seguí a la mujer que se presentó como Alex y descendimos por una puerta que conducía a largas escaleras que se adentraban en el interior del lugar.

—Llévala a la cocina para que le preparen algo, y luego enséñale la habitación común para que pueda asearse— ordenó la mujer de cabellos negros, aún con su capucha puesta, mientras el hombre a su lado respondía con un ridículo "sí, señora".

No tuve oportunidad de preguntarle nada más, ya que ella desapareció por el siguiente piso mientras el hombre me dirigía hacia las escaleras para descender otros cuatro pisos más. Y cuando por fin se alejó de los escalones, observé que estos  parecían aún bajar otros cuantos pisos más.
Abrió la puerta del lugar, y un montón de caras desconocidas se giraron para mirarme con curiosidad. Estábamos en lo que alguna vez había sido el comedor del hospital, pero las sillas y mesas estaban cubiertas de polvo, lo que les confería un aspecto sombrío y poco saludable.

ARABELLA II: Puños de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora