𝐗𝐗𝐗𝐗.

170 13 1
                                    

Damiano.


"No".

Pedazo de hijo de puta. Había montado una puta fiesta, la había llenado de gente hasta reventar, y acababa de arrodillarse a pedirle matrimonio. Delante de todos. Presionándola. Delante de mí.

—Cédric, lo siento, pero... —murmuraba Léonie, notablemente tensa. Nerviosa. De alguna forma humillada.

—¿Qué? No, no, Léo, yo te quiero. Y tú me quieres, ¿no? Mon amour, piénsatelo bien.

La gente se mantenía en completo silencio, como si se acabase de morir alguien delante de sus propios ojos y no se atreviesen a hablar. Aunque no había nada que decir: un no rotundo debería de ser suficiente para no insistir.

—Cédric...

—¿Pero cómo vas a decirme que no, después de todo lo que he aguantado por ti? ¿Eh? ¿Después de humillarme constantemente, yéndote con tu puto ex? ¿Te crees que alguien más habría aguantado a una guarra como tú, Léonie? ¿Y vas a decirme que no?

Vi a Léonie llorar. La cabeza me ardía. Ella podía defenderse sola, pero no así. No mientras la humillaba delante de todos sus amigos. Noté como Théo me miraba de reojo, con una expresión preocupada. Como si de alguna forma me estuviera suplicando justo lo que pensaba. Así que me adelanté entre los demás invitados, apartando suavemente a Léonie de Cédric. Y, sin mediar ni una sola palabra, le arreé una patada en la boca, aprovechando que estaba todavía arrodillado. Se escucharon algunos gritos de fondo, algunas quejas. Gente sorprendida, enfadada, por parte de los invitados de él. Agradecida por la parte de ella.

—¡Pero qué cojon...! —trató de hablar el hombre, con los labios ensangrentados.

Pero no le dejé.

Volví a abalanzarme, agarrándole por el cuello de la camisa, quedando sobre su cuerpo. Y le golpeé una, y otra, y otra vez el rostro. Sin piedad. Sin pensar realmente en las consecuencias de ello.

—Vuelve a llamarla así. Vuelve a hacerlo, gabacho de mierda. ATRÉVETE A LLAMARLA ASÍ Y TE MATO —le amenacé, con el puño en alto, listo para volver a golpearle. Me escupió algo de sangre al toser, con la mirada asustada fija en mí.

—Déjame. Déjame, déjame. Vete de aquí. ¡Fuera, los dos!

—Damiano... —escuché una voz por detrás de mí. Era Léonie, que me agarraba del brazo y tiraba de mí—. Es suficiente. Por favor. Vámonos.

Miré durante unos segundos más al francés, escupiéndole con rabia. Con asco.

Non l'hai mai meritata, pezzo di merda. Mi disgusti. La disgusti —me limité a decir, poniéndome en pie. Notaba todas las miradas sobre mí. Sobre mi rostro manchado de sangre. Me ardía la cabeza, y sentía los nudillos a punto de reventarme.

Me acerqué hasta Léonie, rodeándole los hombros con el brazo, y le hice un gesto a Théo con la cabeza para que nos siguiera.

—Nos vamos.

No dije nada más, y los tres salimos de allí entre suaves e inaudibles susurros, juzgándonos. Alabándonos, en partes iguales.

El camino hasta el hotel fue muy silencioso, como si ninguno tuviera ni idea de qué decir. Fue Théo, casi como siempre, el que rompió el hielo.

—Ha estado muy bien. Como si fueras un mafioso, en plan, pam, toma ya, por hablarle mal a mi chica.

Y, entonces, Léonie se echó a llorar. Lloró todo lo que no se había atrevido a hacer veinte minutos antes. Apoyó la cabeza contra mi pecho, y yo sólo pude rodearla con los brazos. Théo la abrazó por detrás, demostrándole que nos tenía a ambos. Que el mundo no se había acabado. Que todo iba bien. Que ya no tendría que fingir más, que podría ser finalmente feliz.

—Gracias... Gracias, dios... —murmuró, entre suaves sollozos. Le besé la cabeza, una y otra vez, y deseé volver hasta Cédric para partirle la cabeza por hacerle llorar.

—No nos des las gracias, Léonie —dijo Théo, y yo le miré—. Bueno, no LE des las gracias... Lo ha hecho porque te quiere.

—Y porque le tenía ganas... Lo primero que me dijo al entrar fue: espero que no te metas coca, bla, bla, no me arruines la fiesta, bla, bla.

Léonie rio, y me besó de forma tierna, casta. Era nuestro principio. Nuestro nuevo principio.

Acabamos llegando tarde al hotel, y noté las miradas de todos los trabajadores sobre mí al entrar. Damiano David manchado de sangre, con su ex novia Léonie, visiblemente afectada por algo. Parecería una escena de película. En cuanto llegamos a la habitación, Théo se lanzó a la cama, quitándose únicamente los zapatos. De alguna forma nos estaba dando intimidad, y nos metimos directamente en el baño. Era enorme, con un jacuzzi que nos gritaba que nos metieramos para relajarnos.

—Lo siento, Léonie —murmuré, arrodillado ante ella, quitándole los tacones con cuidado. Besando sus pies con ternura—. Nada de esto habría pasado si yo no hubiera cantado esa estúpida canción, y...

—A mí me encanta esa estúpida canción.

Suspiré, quitándole después el vestido, la ropa interior. Sin lascivia, únicamente muriéndome de cariño por ella. Como si nunca la hubiera tocado. Como si fuera la primera vez que la veía. Seguía enamorado de ella, tanto, o incluso más, que como el primer día. Ella también me desvistió, con la misma calma que yo había utilizado. Antes de meternos en el jacuzzi me limpió la sangre de las manos y de la cara con una toalla humedecida.

—Era un cabrón... —dije, con la mirada fija en la francesa. No me arrepentía de nada.

—Sh. No hables de él. Estamos tú y yo ahora. Sólo tú y yo. Como debería haber sido desde el principio.

Nos metimos en el jacuzzi, y ella se recostó sobre mi pecho, como si buscase un refugio. Un lugar donde descansar y olvidarse de todo. Yo le acariciaba el pelo, en completo silencio, obviando el suave y relajante sonido del agua burbujeando contra sus pieles.

—¿Y ahora qué, Damiano?

—Ya sabes qué.

Cuando salimos del jacuzzi ya era de madrugada. Théo dormía a pierna suelta en la cama, y sólo había una en la habitación. No pudimos evitar reírnos como críos al darnos cuenta de lo que nos tocaba hacer: dormir los tres juntos.

—Al menos la cama es grande... —murmuró ella, sonriente. Le brillaban los ojos. Dios, por fin le brillaban los ojos.

Nos pusimos cada uno a un lado de Théo, que no tardó en abrazarme, totalmente sopa. Más risas, suaves. No me quejé. ¿Por qué iba a hacerlo? Éramos casi como una familia. Sólo faltaban unas pocas palabras para confirmar lo que era obvio.

—Te quiero, Léonie.

—Y yo a ti, Dami. Y yo...

Unas pocas palabras. Una casa juntos. Dos. Una en París, otra en Roma. O más. Donde fuera, donde ella quisiera. Una casa de veraneo en Ibiza, una casa de retiro espiritual en Islandia... Muchos hijos... Mucho vino. Mucha música. Mucho, y nunca suficiente, amor.

Sento una voce tagliente, un respiro costante. Una luce che squarcia il suolo...

𝗢𝗪𝗡 𝗠𝗬 𝗠𝗜𝗡𝗗  ✮  damiano david.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora