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Ambos se conocían desde que eran pequeños, sus padres habían sido amigos cercanos y, en consecuencia, ellos también terminaron siéndolo. Desde pequeños que iban a la casa del otro y pasaban las tardes jugando a algún videojuego o divirtiéndose con Coco, el golden retriever que tenía la familia Gómez.

Pasaban muchas horas juntos, haciendo la tarea de la escuela, leyendo libros, dibujando, haciendo pijamadas, cocinando, o cualquier actividad que sirviera de excusa para juntarse y pasar unas horas juntos. Se querían más de lo que cualquier persona a su edad capaz experimentaba.

Básicamente no existía un día donde no estuvieran juntos.

Incluso al punto de ser la primera vez del otro cuando Máximo un día a sus trece años le dijo que quería besar a alguien para que cuando le gustara alguien no fuera inexperto.

No había sido nada fuera de lo normal, solo un pico de labios. Pero a medida que pasaban los años, esos encuentros se hicieron más cotidianos, siendo Valentín quien normalmente terminaba besándolo porque le parecía muy tierna su manera de actuar y de ser. Y a Máximo no le molestaba para nada que lo tratara de esa forma.

Juntarse y pasar la tarde riéndose entre caricias y besos se había vuelto una costumbre para los dos. A pesar de que no les gustaba ponerse etiquetas, sabían que en algún momento iban a tener que hablar sobre lo que sentían, pero ninguno parecía preparado para hacerlo.

Pero esa cotidianidad empezó a cambiar un poco cuando empezaron a ir a la secundaria. A veces estaban en cursos diferentes, no siempre coincidían sus horarios y sus grupos de amigos eran diferentes.

A Máximo lo que más le molestaba era su grupo de amigos, si es que podía llamarlos así.

No eran específicamente una buena influencia para Valentín y, aunque se lo dijo muchas veces, al menor no le importó demasiado y siguió juntándose con ellos.

A pesar de todo, aún seguían juntándose de vez en cuando para pasar el tiempo solos, pero Máximo notaba actitudes malas que tenía el chico que empezaba a incomodarlo, como que muchas veces lo quería obligar a que lo besara, o hacía bromas sobre su físico o sus notas, como si ser alguien flaco sin muchos músculos y aplicado en la escuela fuera algo malo.

Por eso Maxi prefirió mantener cierta distancia, aunque en el fondo le dolía que su mejor amigo de la vida—y la persona que le gustaba aunque no quisiera admitirlo— fuera de esa manera. Él solo quería volver a ese pasado en el que los dos eran cercanos y Valentín no era eso en lo que se había convertido.

A raíz de su distanciamiento, Máximo empezó a socializar más con sus compañeros, en parte admitiendo que ser amigo de Valentín lo había hecho encerrarse en solo esa amistad por lo bien que se había sentido cuando también podía tener otros amigos. 

Ahí fue cuando conoció a Federico, el chico que atraía las miradas de todas las chicas de su salón, sin saber que en realidad al más alto no le gustaban realmente las mujeres—un secreto que solo le había contado a Maxi y a un par de amigos más—.

Y aunque Valentín nunca intentó volver a hablarle o solucionar algo entre los dos, no podía evitar sentir bronca hacia el contrario cada vez que lo veía cerca de Máximo. 

Cada vez que esas miradas y esas caricias que antes iban destinadas a él, ahora iban hacia otra persona.

Cada vez que los veía en el patio de la escuela charlando y riendo, observando cómo Máximo parecía estar cómodo a su lado, cómo parecía haber creado ese vínculo con otra persona en tan poco tiempo, cuando con él había sido complicado que no fuera tan reservado o frío al principio.

Pero Valentín no estaba celoso, o eso creía. Era algo más. Era bronca acumulada hacia él mismo por ser tan orgulloso y no poder disculparse con su mejor amigo.

Pero era más fácil para él simplemente echarle la culpa a otro.

Su grupo de amigos no tardó en tomarlos de punto para burlarse por lo “gays” que eran y a Máximo más le dolía que Valentín no hiciera nada para impedirlo, solo prefería quedarse callado mientras ellos opinaban sobre su relación. 

Máximo por un tiempo lo soportó, pero no podía decir lo mismo de Federico. Aunque no pareciera, el chico tenía muchas inseguridades y definitivamente que se burlaran de su sexualidad aún si no había salido del closet, era algo que lo acomplejaba. Y Valentín disfrutó de eso por un tiempo porque no quería que nadie estuviera cerca de Máximo, aunque fuera un acto desalmado de su parte.

Al final del día, aquello era lo único que lo despejaba de los problemas que habían en su hogar.

Aunque siempre sus padres a vista de los demás habían sido la pareja feliz, esas últimas semanas se había vuelto cotidiano llegar y escuchar peleas. Valentín estaba cansado de tener que encerrarse en su pieza con Coco y no poder salir hasta que sus padres se fueran a dormir, lo que terminaba significando madrugar y dormir mal.

Molestar a Federico y a Máximo solo era una forma de fingir que sus padres no le decían inútil todos los días ni que era su culpa que todo estuviera mal. Solo era una forma de desahogar toda esa bronca interna que tenía por tener que soportar que lo trataran mal sin siquiera haber hecho nada, algo irónico porque él hacía lo mismo.

Tal vez ese era su karma por dañar a su mejor amigo.

Todo llegó a su punto cúlmine cuando el mayor decidió por fin enfrentarse al grupo de amigos que no parecían cansarse de decirles cosas ofensivas y meterse con ellos aún cuando no le hacían daño a nadie y solo estaban sentados conversando. Federico ni siquiera pudo detenerlo de decir algo, principalmente porque el alto no era fan de los problemas, pero comprendía que Máximo, a pesar de ser una persona reservada y tranquila, también tuviera sus límites.

—¿Y a ustedes qué mierda les importa lo que hagamos? —soltó sin titubear ni desviar la mirada del grupo por un segundo. No se iba a dejar intimidar—. A este punto parece que les gustamos o algo con lo alzados que están —agregó, sin poder ponerle filtros a su boca. Tenía muchas ganas de golpear algo y gritar hasta que se le vaya la impotencia.

Máximo a esas alturas esperaba cualquier cosa, pero jamás que un comentario de ese estilo saliera de la boca de quien se suponía había compartido toda su infancia y se gustaban.

—Sí, como vos cuando te me tirabas encima.

El grupo se rió y estaba seguro de que habían dicho más cosas hirientes, pero él solo pudo concentrarse en la opresión que se formó en su pecho y en su garganta, conteniendo las ganas de llorar por lo mucho que le había dolido ese comentario.

Habían compartido muchas cosas juntos, su primer beso, su primer enamoramiento, su primer mejor amigo. Había sido la persona en la que más había confiado, incluso más que en sus padres. Le había contado todos sus secretos, todas sus inseguridades y todas las vivencias lindas que había tenido, y que ahora usara eso en su contra le rompió el corazón.

Valentín se reía por la situación, divertido por vaya a saber qué comentario que habían tirado sus amigos, siendo incapaz de mirarlo a los ojos por la presión que sintió en su pecho aunque quisiera ocultarla en esa fachada.

Más aún le dolía saber que en realidad quien siempre lo había buscado y había sido más abierto con su afecto había sido Valentín. Él era quien le robaba besos de vez en cuando o lo abrazaba cada vez que podía. Él era quien le había demostrado que sus sentimientos no eran unilaterales.

—No me vuelvas a hablar ni a buscar en tu vida —fue lo que atinó a decir, mirando fijamente a su ex mejor amigo, causando que el grupo se callara.

Valentín lo miró por primera vez en bastante tiempo y se le desfiguró la sonrisa, sintiendo el peso de sus palabras empezar a aplastarlo de a poco.

Algo dentro suyo se rompió cuando lo último que vio fue el dolor en la mirada ajena antes de que les diera la espalda y se fuera, siendo seguido por Federico.

chico malo - maxilengDonde viven las historias. Descúbrelo ahora