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La cena por suerte fue tranquila, a pesar de que intentaba no ponerse mal al ver lo feliz que era la familia, igual que la recordaba hace años. Nada había cambiado a diferencia de él y su familia.

Se sintió un poco descolocado y no tenía la fuerzas suficientes como para sonreír ante cualquier chiste que hacían los adultos, pero intentó no ser grosero.

Le dolía pensar que él no podía cenar con sus padres de la misma forma, ni hacer chistes. Le costaba aceptar que no tenía una familia sana como Máximo. 

—Valentín —lo llamó la mujer. Con un poco de pena levantó su mirada del plato de comida que había estado comiendo en silencio—. Cualquier cosa que necesites podés contar con nosotros, ¿sí? Siempre sos bienvenido en nuestra casa —le aseguró la mujer con una mirada compasiva y el pelinegro se sintió más calmado.

Al menos tenía a esa familia.

—Incluso si es para consejos sobre pareja o relaciones —comentó el hombre al lado y Valentín sintió que se le subían todos los colores a la cara.

No le sorprendería que Máximo les hubiera contado que se gustaban o incluso tal vez ni siquiera hacía falta y ya se habían dado cuenta desde hace tiempo porque tampoco es que ellos disimularan demasiado.

—Papá —lo cortó el castaño con las mejillas coloradas por la vergüenza que le daba hablar con sus padres sobre eso.

Sabía que a esa edad era común experimentar, pero de todas maneras le daba un poco de miedo y pena hablar o hacer algo así. Sentía que era demasiada exposición y no podía entregarse de esa forma a cualquiera.

Y ya lo había experimentado en carne propia cuando intentó tener algo con Federico.

—¿Qué? Son temas de los que se tienen que hablar, no quiero que se descuiden a tan temprana edad y después tengan problemas de salud —mencionó el hombre, a lo que la adulta le dio un pequeño golpe en el hombro para que dejara ese tema.

Máximo se levantó de la mesa con su plato vacío y murmuró un leve “permiso, provecho” antes de agarrar sus cubiertos y el plato para después ir hacia la cocina con el objetivo de lavar sus cosas.

Valentín sabía interpretar lo que sentía el mayor aunque este no le dijera y sabía que en esos momentos se sentía apenado pero no entendía muy bien el por qué de su forma de actuar.

Imitó la acción ajena cuando terminó de comer, encontrándose al chico en la cocina lavando sus utensilios. Sus orejas y sus mejillas seguían de un color rojizo y se preguntó por qué estaba tan avergonzado por ese tema.

Apoyó su plato sobre la mesada, mirando al contrario terminar de lavar sus cosas y tomó valentía para hablar.

—¿Por qué tu papá dijo eso? —preguntó, en parte curioso por el tema.

—Por nada —respondió con rapidez, queriendo huir de esa situación. 

Valentín frunció el ceño, sin entender por qué no le quería decir y estaba tan a la defensiva.

Cuando el mayor quiso ir a la pieza, el ojiclaro lo interceptó, sosteniéndolo por la cintura con sus manos. Máximo no pudo empujar el cuerpo ajeno y se vio encerrado entre Valentín y la mesada.

El castaño tuvo que cerrar los ojos por unos segundos para calmar su pulso cardíaco, sintiendo su cuerpo nervioso por la repentina cercanía.

—¿Cogiste con alguien? —soltó esa vez el chico, provocando que Máximo abriera sus ojos y se pusiera más rojo.

Máximo no supo qué responder y menos podía pensar algo coherente cuando tenía el rostro del contrario a centímetros del suyo, mirándolo con una mirada molesta pero que en el fondo le resultaba demasiado atractiva. Sin contar que el agarre en su cadera no era fuerte, pero si lo suficiente como para que lo sintiera presente.

chico malo - maxilengDonde viven las historias. Descúbrelo ahora