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Al otro día, el castaño se despertó con la cama vacía y una nota en la mesa de noche. Aquello lo confundió un poco porque era bastante temprano de por sí a la hora a la que él se levantaba para ir a la escuela, así que no entendió por qué Valentín se había ido antes.

Al principio le costó un poco entender lo que decía porque el menor nunca se había caracterizado por tener una buena caligrafía, pero se había acostumbrado con el pasar de los años. “Gracias por dejar que me quedara a dormir y perdón por todo. Te quiero. Val.”, era lo que decía la carta y Máximo quiso dejar de sentir ese pequeño revoltijo en su estómago cada vez que pensaba en que el contrario lo quería.

Se había prometido a sí mismo no perdonarlo tan fácilmente por respeto a él y a todo lo que había tenido que soportar por culpa suya. Se había prometido a no ceder tan rápido y dejar que ese sentimiento de afecto dentro suyo lo dominara. Pero en el fondo solo quería abrazarlo y que volvieran a ser igual de afectuosos que antes, que compartieran tardes enteras de nuevo.

Los días pasaron y Valentín no volvió a hablarle en la escuela ni fuera de ella, respetando el pedido de Máximo. Los días fueron más tranquilos a pesar de que aún tenía que soportar algunos comentarios de sus compañeros.

Durante los recreos, Valentín se quedaba solo en el patio escuchando música con sus auriculares. No lo volvió a ver cerca de sus “amigos” y eso le puso contento. Las cosas estaban más tranquilas entre ellos y él ya no sentía esas ganas de que Valentín sufriera todo el tiempo.

Le daba pena, sí, pero todavía una parte suya quería saber por qué todo ese tiempo actuó de esa manera. Era la única charla que les quedaba pendiente.

Era jueves y solo quedaban dos días antes de las vacaciones de invierno, así que todos estaban emocionados por tener un descanso al fin. Ese día Máximo estaba un poco malhumorado porque era una persona a la que el frío le afectaba bastante y esas épocas del año no lo ayudaban, pero ese sentimiento cambió a uno de felicidad cuando vio encima de su banco un chupetín. 

No era muy difícil adivinar quién se lo había dejado, no cuando eran pocos los que habían llegado temprano y a unos bancos estaba Valentín con la cabeza recostada sobre la mesa y el mismo chupetín en la boca.

El menor era el único que sabía el gran fanatismo que tenía desde chico por aquellos chupetines de sandía.

Ya había pasado casi un mes desde el incidente y Máximo quería aprovechar los últimos días de clases para no empezar las vacaciones aún sin hablarse con Valentín.

No iba a mentir, se había preocupado por él después de que le dijo la situación con sus padres, le daba miedo que su padre lo golpeara de nuevo e incluso muchas veces quiso hablarle para decirle que si necesitaba quedarse en algún lugar, podía hacerlo en su casa, pero siempre terminaba acobardándose porque él mismo le había dicho que se merecía estar solo.

No había estado bien que le dijera eso, ni siquiera era algo que pensaba de verdad y solo lo había soltado porque estaba enojado, así como tampoco había estado bien lo que había hecho Valentín, pero tenía fe de que hubiera una razón detrás. A pesar de eso, eran cosas que solo iban a poder arreglar si hablaban.

Después de que sonara el timbre, Máximo se apuró para guardar sus cosas y alcanzar al menor que parecía tener apuro para salir de ahí.

Caminó por el patio un poco rápido hasta que pudo alcanzarlo y ponerse enfrente suyo para detener sus pasos. Valentín lo miró un poco sorprendido, deteniendo su tarea de ponerse los auriculares.

—Hola —saludó el castaño con una pequeña sonrisa, mientras Valentín se quitaba el auricular que se había puesto—. ¿Querés caminar por el parque? —ofreció, desapareciendo un poco su sonrisa al observar la mirada cansada que tenía el contrario y las pequeñas ojeras bajo sus ojos.

—Bueno… —murmuró en respuesta, guardándose el cable en el bolsillo junto a su celular.

Su voz no sonaba muy animada y eso le preocupó bastante. Ambos caminaron uno al lado del otro, saliendo de la escuela y encaminándose, Valentín bastante más retraído de lo que a Maxi le hubiera gustado, porque definitivamente el menor siempre fue mucho más extrovertido y alegre que él y ahora era extraño que no existiera esa parte suya.

—¿Se mejoraron las cosas en tu casa? —se animó a preguntar pero Valentín no respondió y solo miró al piso en lo que caminaban adentrándose en el parque—. Podés contarme, Valen —insistió. 

—Siempre te cuento cosas malas y te hago cosas malas, no quiero eso —respondió con la voz temblándole. 

Máximo leía el lenguaje corporal del chico y no le gustaba eso. Tenso, ansioso, inseguro e incluso estresado. No quería que Valentín se guardara las cosas para él solo porque no le hacía bien.

El más bajo se armó de valor para agarrar la mano ajena y detener la caminata de los dos. Al mayor le partió el corazón ver los ojos llorosos del contrario y cómo intentaba esconderlo.

—No me hacés mal, ya dejaste de hacerlo —mencionó aunque no se quedó muy a gusto porque Valentín seguía con la mirada desviada. Lo único que le daba esperanzas es que no hubiera soltado su mano—. De hecho hoy estaba malhumorado porque sabés que soy friolento y tu chupetín me alegró el día —agregó queriendo levantarle el ánimo, sin poder evitar acariciar su mano con su pulgar.

Valentín lo miró por unos segundos y, esta vez, Máximo pudo notar un poco de esperanza en su mirada, por lo que le sonrió, acercándose a él un poco aún sosteniendo su mano.

El menor se sintió un poco intimidado pero no se alejó, necesitando tenerlo cerca para sentir un poco de estabilidad y que no todo era malo en su vida.

—Vamos a mi casa y hablamos allá —le ofreció y Valentín tuvo que hacer lo posible para calmar su pulso acelerado por la cercanía ajena.

Le era imposible concentrarse cuando tenía a Máximo enfrente, menos cuando era capaz de observar todas sus facciones con tanto detenimiento y detalle. Le encantaba cómo parte de sus mejillas tenían pequeños granitos o sus lunares se extendían por su piel como si fueran pecas. Le encantaba lo profundos que parecían ser sus ojos pero a la vez tenían ese brillo de felicidad que le transmitía confianza y tranquilidad.

Le encantaba todo de él y no sabía cómo manejar esos sentimientos. 

Máximo dio un paso hacia el costado para empezar a caminar hacia su casa pero Valentín se quedó quieto sosteniendo su mano. El castaño lo miró extrañado.

—No… —Hizo una pequeña pausa, armándose de valor para hablar—. No quiero hablar —terminó por decir, no muy convencido de que pudiese decir algo sin ponerse mal o largarse a llorar.

Y definitivamente eso era algo que no quería mostrarle al contrario.

—Está bien, podemos comer, jugar a algún juego o simplemente acostarnos —respondió y Valentín se quedó más tranquilo de que Maxi siguiera siendo igual de linda persona y comprensivo a pesar de todo lo que había pasado.

De verdad que no se lo merecía.

chico malo - maxilengDonde viven las historias. Descúbrelo ahora