Fade To Black

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Neil y la madre de las hermanas habían partido hacia California, ya que debían gestionar unos trámites relacionados con la antigua residencia de los Hargrove, y era importante conversar en persona con el letrado. Por ende, en menos de un par de horas, estarían de regreso, lo cual, para Sam, se traducía en la libertad de dormir durante todo el día sin ser molestada por nadie.

A las ocho en punto de la mañana, la pareja despertó a los muchachos para comentarles de su partida, avisando que regresarían en la madrugada, tras lo cual todos se sumieron nuevamente en el sueño, o eso parecía. Los hermanos mayores quedaron encargados de supervisar a Max, tarea que no presagiaba dificultades.

Samantha se sumergió en el sueño con facilidad. Los exámenes finales habían concluido, las vacaciones estivales estaban a la vuelta de la esquina, y el aire acondicionado de su cuarto prometía un refugio del calor veraniego, permitiéndole despojarse de sus pantalones, quedando en ropa interior y una camiseta bastante ancha, acurrucarse bajo las sábanas en un clima idílico. Sin embargo, el perfecto plan de la adolescente se vio interrumpido cuando, en su sueño, emergió Billy con su ridículo deportivo azul, que esta vez se mostraba de una forma descomunal, y la música retumbaba hasta hacer estallar los tímpanos de Sam, despertándola abruptamente. La estridente melodía no era parte de su sueño, sino que emanaba de la habitación de al lado. De la de Billy.

El volumen era excesivo.

La chica intentó ignorarlo, pues no le apetecía tener ninguna confrontación hoy; de hecho, había pensado en ignorar por completo la existencia de Billy durante ese periodo de tiempo. Trató de ahogar el sonido con sus almohadas, pero tras varios intentos fallidos, se levantó de un salto, arrancando su antifaz y lanzándolo al otro extremo del cuarto, chocando contra un póster que encuadraba la cara de Tom Cruise con algunas marcas de pinta labios burdeos en su enorme moflete, y, con ira, tomó el reloj que señalaba las nueve y media de la mañana.

—¿Acaso este imbecil no tiene cerebro? —reflexionó en voz alta, propinando un golpe al despertador que aterrizó sobre la alfombra blanca, saliendo una pila, rodando debajo de la cama.

Con pasos resonantes, se dirigió hacia su puerta, la cual abrió con tal ímpetu que impactó contra la pared, agrandando el boquete existente por cada portazo que se daba, aunque eso era lo de menos en ese instante. Lo que realmente importaba era estrangular a Billy hasta dejarlo sin aliento. Samantha avanzó por el pasillo, poseída por la ira, hasta alcanzar la puerta de su hermanastro, a la que comenzó a golpear frenéticamente, exigiendo que redujera el volumen de la música o directamente la quitara. Después de una serie de golpes contundentes y numerosos gritos sin respuesta, decidió abrir la puerta de manera abrupta, sin anticipar la escena que descubriría al otro lado.

—¡Billy, estoy harta de que pongas la música a todo volumen a estas horas de la... ¡Mierda! —Sam irrumpió en la habitación, los ojos entrecerrados por la furia y las palabras brotando a gran velocidad, lo que provocó que, al abrirlos, se topara con un escenario sumamente inusual...

Una onda expansiva de gemidos y sonidos lascivos, tanto masculinos como femeninos, se desató, entrelazada con la potente música, inundando por completo la casa, no limitándose únicamente a la habitación. Entre estos jadeos, destacaban los de una rubia que compartía la presencia de Billy. La joven reposaba desnuda, recostada sobre la cama, la cual, junto a las sábanas, parecía deslizarse inexorablemente hacia abajo, aunque en aquellos momentos, seguramente, ese no era su principal preocupación. Aunque su busto era bastante pequeño, rebotaban de una manera inesperada. Parecían... flanes. Los dedos de Billy se hundían en su cintura, apretando con una intensidad como si su vida se fuera en ellos. Sin embargo, el problema radicaba en que Sam había sorprendido a Billy en plena actividad carnal, es decir, follando. Había contemplado el sudor que empapaba su cuerpo, humedeciendo ligeramente su cabello, adherido a su frente y cuello; los gruñidos profundos que escapaban de sus labios; el vigoroso y rápido movimiento de sus caderas y el estruendo que emanaba; la expresión de concentración que se manifestaba en su mordida firme del labio inferior, y en sus ojos, esos que lo decían todo, que se encontraron con los de Samantha justo cuando esta los abrió, desatando un grito involuntario de ambos.

—¡Joder, Samantha! ¿¡Es que no sabes tocar la puta puerta!? Piérdete —exclamó con voz sobresaltada y ronca, tapándose como pudo con la sábana que, al caer con la chica, no le importó en absoluto que su acompañante estuviera descubierta por completo. Rápidamente arrojó una revista, la cual aterrizó justo en el hombro de la joven, quien cerró la puerta seguramente a una velocidad más rápida que la luz.

Samantha quedó petrificada, contemplando la puerta de madera blanca, marcada con varios arañazos y boquetes por los puñetazos otorgados por la ira de Billy desde el interior, reflexionando sobre lo ocurrido y cómo borrar aquel instante de su mente.

—La hostia... — jadeó. Fue lo único que pudo salir de sus labios en aquel momento.

—¿Qué pasa? —inquiere Max a sus espaldas, bostezando y sobresaltándola, casi provocándole un infarto.

-—¡Joder! ¿Desde cuándo estás ahí? —preguntó la castaña, visiblemente preocupada por lo que Max pudo haber presenciado. Aún despejándose el sueño, ella no había abierto totalmente los ojos todavía.

—Acabo de despertarme por los gritos. ¿Ya os estáis peleando otra vez? —preguntó ingenuamente a su hermana mayor, suponiendo que todo se reducía a una discusión habitual, y sin dudar en darle la razón.

Sam asintió y sonrió. Eso fue todo lo que hizo.

—¿Por qué no preparas el desayuno hoy tú? Yo... tengo que ir al baño, sí. —la joven se escabulló, llegando al baño y cerrando con pestillo, apoyando las manos en el lavamanos mientras se observaba fijamente en el espejo. Comenzó a levantarse la camiseta y a compararse con la figura de la rubia que había visto, pues Sam creía que sus pechos eran pequeños, pero al verlos cambió de opinión. Lo que Samantha ignoraba era que su percepción distorsionada de su cuerpo la llevaba a verse de esa manera, dado a los insultos recibidos por sus antiguos amigos y, ahora, Billy, cuando en realidad poseía una figura envidiable.

Después de lavarse la cara, decidió usar el inodoro antes de ir a desayunar, dándose cuenta de que había mojado su ropa interior al recordar la escena de su hermanastro. No podía creerlo. Todo aquello le parecía una mentira.

—¿Qué me pasa? —se preguntó, llevando su mano a la frente para verificar la ausencia de fiebre.

Unos instantes después, Sam percibió voces provenientes de la ventana del baño que daba a la calle. Interrumpió sus acciones para asomarse con cautela, observando cómo la joven rubia, a quien había visto en la habitación de Billy hace escasos minutos, mantenía una acalorada discusión con su hermanastro, quien acababa de recibir una bofetada.

—Me prometiste que estaríamos solos, capullo —la voz de la chica resonaba en la distancia mientras se introducía en su automóvil y se alejaba de la residencia Hargrove, extendiendo su dedo medio en un gesto desafiante a través de la ventanilla, desapareciendo gradualmente en el horizonte. Samantha sintió un alivio profundo al confirmar que la chica se había marchado. Exhaló profundamente y abandonó el baño con la intención de degustar el aroma que tanto la había atraído: gofres recién hechos por cortesía de Max. No obstante, al salir, se topó de frente con Billy, quien se presentaba ante ella portando únicamente una toalla alrededor de sus caderas y un cigarrillo entre sus labios. Su piel estaba tan cubierta de sudor que daba la impresión de haber emergido justo de la ducha.

—Aparta —demandó con autoridad, sujetando con firmeza el brazo de la muchacha y desplazándola por sus propios medios, haciendo que uno de sus pechos rozara contra su bíceps mojado.

—No me toques, Billy —amenazó la chica, un poco incómoda por todo lo que había pasado anteriormente, ajándose de allí, rumbo a la cocina.

𝘀𝘄𝗲𝗲𝘁 𝗰𝗵𝗲𝘀𝘁𝗻𝘂𝘁 - 𝗯𝗶𝗹𝗹𝘆 𝗵𝗮𝗿𝗴𝗿𝗼𝘃𝗲Donde viven las historias. Descúbrelo ahora