El aire está cargado con el olor a palomitas recién hechas y diferentes caramelos, junto el sonido de fichas metálicas chocando unas contra otras. Los niños y adolescentes se agolpan alrededor de las máquinas, sus ojos reflejando las luces de neón que parpadean al ritmo de los juegos. Las risas y exclamaciones se mezclan con el clic-clac de los botones y el ocasional golpe frustrado contra las máquinas. En un rincón, un grupo de amigos se turna en el Pac-Man, compitiendo por el puntaje más alto, mientras que en otro, un adolescente se inclina intensamente sobre el joystick de Street Fighter, sus dedos moviéndose con una destreza que solo años de práctica pueden otorgar. De vez en cuando, un grito de victoria corta el bullicio constante cuando alguien logra un nuevo récord.
La música de fondo, una suave mezcla de sintetizadores y ritmos de rock, se suma al ambiente de otro tiempo, otro mundo, donde la única preocupación es si tendrás suficientes monedas para una partida más. Y mientras afuera el cielo se oscurece y la lluvia cae, dentro del arcade, cada juego es una promesa de aventura, cada puntuación una leyenda en potencia.
Detrás del mostrador, Sam se inclina casualmente contra la caja registradora. Entre sus dedos, un cheeto naranja brillante, que lleva a sus labios con una sonrisa despreocupada. A su lado, Keith, se ríe de una broma compartida en voz baja.
Ambos observan el caos controlado del arcade, intercambiando comentarios y risas sobre las excentricidades de los jugadores habituales. La conversación fluye fácilmente, saltando de las últimas puntuaciones altas a planes para después del cierre. El crujido de los cheetos se mezcla con el sonido de las máquinas, creando una banda sonora única para su camaradería.
Mientras tanto, el reloj avanza lentamente hacia la hora del cierre, pero no hay prisa. Hay una comodidad en la rutina, un ritmo familiar en la espera, y en la anticipación de la tranquilidad que seguirá una vez que las luces se apaguen y las máquinas se silencien.
—¿Has dicho como flanes? —inquirió, casi atragantándose con el cheeto que había devorado previamente, tosiendo con fuerza mientras una risa se escapaba entre los accesos. Sam asintió afirmativamente, tomando otro cheeto de la bolsa que descansaba sobre la diestra de Keith.
La chica se hallaba acomodada sobre el mostrador, dándole la espalda a la concurrencia, mientras Keith, apostado en su silla rodante, se aseguraba de que nadie empleara el nuevo truco de la moneda atada a un hilo, al tiempo que charlaba con su estimada amiga y compañera de trabajo.
—Oye, Keith —llamaba un chico, secundado por otros tras el mostrador. El compañero de Sam giró los ojos en señal de exasperación y continuó la conversación con la joven, succionando su dedo para despojarse del residuo anaranjado de los cheetos. Ante la indiferencia, los niños empezaron a tocar insistentemente el timbre sobre la mesa, provocando que Sam se volteara con visible fastidio, el cual se disipó al instante al reconocer al grupo.
—¡Max! —exclamó, saludando a su hermana, quien soltó prontamente la mano de un muchacho de tez oscura al encontrarse con su mirada. Era su novio. La reacción solo dibujó una sonrisa cómplice en el rostro de su hermana —Billy llegará a las ocho en punto, así que diviértete con tus amigos mientras —articuló, mientras hurgaba en el bote de las propinas y obsequiaba algunos centavos a su hermana para que se deleitara en las máquinas recreativas.
Los minutos transcurrieron con la lentitud de un reloj de arena, cada grano de tiempo cayendo con el peso de la expectativa. El Arcade, una vez lleno de risas y el tintineo de las máquinas, se sumió en un silencio expectante. Solo el grupo de Max, Keith y Sam permanecía. Su compañero, con una sonrisa perezosa, observaba a Sam, quien, con destreza, revisaba las ganancias de la máquina de Bomb Jack más cercana, su concentración inquebrantable. Max, por su parte, se perdía en la contemplación de las luces parpadeantes provenientes del juego que intentaba completar Lucas, su mente divagando entre el juego y la inminente llegada de Billy. El ronroneo de un motor rompió la calma, un sonido que crecía en intensidad hasta que el rugido del Camaro azul de Billy se hizo presente, un león mecánico anunciando su llegada. El coche se detuvo con un gruñido.
ESTÁS LEYENDO
𝘀𝘄𝗲𝗲𝘁 𝗰𝗵𝗲𝘀𝘁𝗻𝘂𝘁 - 𝗯𝗶𝗹𝗹𝘆 𝗵𝗮𝗿𝗴𝗿𝗼𝘃𝗲
FanfictionSamantha Danielle Mayfield finalmente toma la decisión de trasladarse a Hawkins con su hermana y su madre, así como con el nuevo esposo de esta y su arrogante hijo, William "Billy" Hargrove. Lo que ignoran es que, gradualmente, estos hermanastros de...