El caniche volador (Parte II)

48 6 6
                                    

Prendo un pucho, me lo agarra y me lo tira. Prendo otro, me lo agarra y me lo parte en dos... y lo tira. Compro una cajetilla de cigarrillos, desaparece por arte magia o por los duende hijos de puta... según él. Compro otra y aparece en la pileta de la cocina nadando en una olla sucia. Me quejo, grito, me enojo, me voy del departamento dando un portazo, me acuerdo que es el mío, vuelvo, entro y lo echo de otro portazo. 

Dos horas después, está de nuevo golpeando a mi puerta, trae como ofrenda una torta galesa, mi favorita, con mucho alcohol y chocolate. La ansiedad y la abstinencia me están matando, lo acepto, pero no hablo, como. Me rasco los brazos, me paso las manos por el cabello y me quiero estampar la cabeza contra la pared. Él se levanta del sillón, se me acerca con cuidado y me abraza, me dice que lo hace por mi bien, porque con este clima y ese humo, me voy a cagar muriendo de asma en un par de años. Que hincha pelotas, que rompe quinotos, igual que el caniche trolo. 

—Vas a tener que hacer más para sacarme estas ganas de morirme que tengo. Bueno, siempre tengo ganas de morirme, pero desde que llegaste a mi vida, está peor. Me quiero pegar un corcho cada media hora —le digo histérico sin saber qué hacer con mis manos temblorosas. Él no responde, se muerde el labio inferior, y parece pensar en algo. Luego toma mis manos y me las mete debajo de la parte trasera de su pantalón, ahí donde podía agarrarle el culo, apretar sus glúteos a mi gusto.

—¿Así te puedo sacar las ganas de morirte? ¿Al menos por un ratito? — Ah, cómo lo odiaba, cómo lo detestaba. Lo aborrecía de pies a cabeza. Me molestaba tanto que pudiera distraerme de mis pensamientos suicidas con tan solo seducirme. Sin embargo, tendríamos que ver si su cuerpo sería suficiente para la ansiedad de un adicto en recuperación. Aunque por otro lado, corría el riesgo de hacerme adicto a su cuerpo... o tal vez eso quería, y eso era aún peor. 

*⁠.⁠✧*⁠.⁠✧*⁠.⁠✧

Al caer la noche Sebas despertó de su improvisada siesta. Me dijo que le dolía todo, que había leído que alguien en mi estado no solía tener demasiado lívido. «Eso te pasa por leer tantas pelotudeces en internet», murmuré mordiendo la punta de una lapicera mientras veía por la ventana de la habitación como se iban encendiendo las luces led de la calle ahora medio agrietada por el desplazamiento de tierra del otro día. «Además no fueron tantas...», agrego luego imitando el movimiento de fumar con la lapicera. 

—¡Tres veces! —me reclamó levantándose de la cama a duras penas. 

—Seguí rompiendo las pelotas y vamos por una cuarta. Vos te ofreciste a sacarme la ansiedad. 

—Pero me voy a quedar sin culo... —murmuró arrepentido. 

Dejé de darle bola y pensé en mis cigarrillos, en mis felices días de nicotina. En todas las marcas que había probado en mis trece años de fumador. ¿Por qué ahora? ¿Por qué me hacían pasar por esta tortura cuando ni siquiera me plantee dejarlo? ¡Para qué mierda rescate a ese caniche puto!

*⁠.⁠✧*⁠.⁠✧*⁠.⁠✧

Al rato Sebastián salió del baño, se quejó de todo el semen que tuvo que sacar de su ano, y me dice que la próxima use un forro. Para qué le digo, yo ni cogía antes de que te metieras en mi casa. Vivía más feliz estando solo, sin que nadie me jodiera la existencia.

—Es por salud, pelotudo. 

—Por salud es que me dejes ir a comprar unos malboros.

—Che, guri, ¿te das cuenta que yo no te tengo atado? 

—Pero si compro vas y me lo tiras por el balcón. 

—Podrías fumarlos en cualquier otro lado, ¿o no?

—No, se te vuelvan —miento.

—Saca esa cara de orto, vos mismo queres dejarlo —me dice acercándose a mí para arrodillándose entre mis piernas y así apoyar su cabeza sobre uno de mis muslos. 

Que hijo de puta, cómo puede ser tan lindo. Esos ojos ámbar me matan, si los veo llorar, me destrozan, más que mi propia tristeza. Y sus labios: rosados, carnosos y provocativos. Me tienen dominado desde ese primer beso cuando atrapé a su caniche de salir volando por una segunda vez cuando íbamos de camino al supermercado. Me dijo que era su héroe con cara de culo y me dió un pico, pero no me alcanzó; encima que me lo venía bancando hacía semanas, me quería recompensar con un besito de mierda. Así que lo agarré de la cintura y le comí la boca, no lo dejé escapar hasta no quedarme sin aire. Ese primer beso tuvo un peculiar sabor a mar y tierra seca, pero aún así nos gustó... y mucho. Aunque yo no sea capaz de reconocer estas cosas. 

Me incliné y dejé un beso sobre su frente. Él me miró extrañado, incluso un poco sorprendido. Me ofende. Como si yo no hiciera esto seguido. 

—¿Por qué sos así tan... brillante? Digo, tenes una personalidad de brillitos por aquí y por allá. 

—Porque hice terapia, lo que a vos te hace falta con urgencia. 

—Bueh, un cambio a la vez, un cambio a la vez.

Perder esta batalla sería perder la guerra a futuro, de eso estaba seguro. Pero qué podía hacer cuando otra vez se sentaba sobre mis piernas y repartía un montón de besos sobre mi rostro y mi cuello. Este uruguayo de mierda me tenía a su merced, me estaba haciendo adicto a sus caricias y a su aroma. Podía hacer de mí lo que se le viniera en gana mientras me dejara tocarle el culo y morder sus piernas. Incluso había adoptado al caniche pelotudo ese con complejo de cometa volteado. 

Sinceramente, nunca he estado tan pelotudamente enamorado como en este momento de mi vida.

Mates dulcesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora