Chamuyero

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Martín se levantó de su mesa y guardó sus carpetas, tenía que ir a la sala de informática en Baterías D para su siguiente clase, y odiaba en sobremanera tener que cruzar el campus en aquellas horas, ya que todo se encontraba lleno de profesores y alumnos, murgas y grupos militantes que no te permitían dar dos pasos sin querer venderte sus cuestionables ideologías. Si fuera por él, ya se hubiera cambiado de horarios, pero no podía. Bueno, no lo dejaba cierta persona en realidad.

Por estar más concentrado en sus quejas mentales que en lo que tenía en frente, terminó por chocar directamente contra alguien. Varias carpetas y apuntes se estrellaron contra uno de los viejos y pedregosos caminos hacía el complejo de baterías áulicas del campus universitario cordobés.

—Uh, que mocaso, disculpame, pibe. No te vi, venía en otra —se disculpó Martín agachándose a recoger todas las cosas esparcidas por el suelo. El contrario también se hincó para alcanzar sus cuadernos.

—Si, bueno, igual yo no veía bien —respondió el afectado con un inconfundible acento chileno.

El muchacho tenía ganas de dedicarle uno y mil garabatos al rubio distraído de Martín, pero cuando lo miró directamente a los ojos, sus brillantes perlas esmeraldas le hicieron olvidarse de sus apuntes ahora estaban todos desordenados y le costaría al menos una noche dejarlos en orden. Ahora su cabeza solo podía pensar en la sonrisa perfecta y blanca del argentino. Sus mejillas comenzaron a teñirse de un leve carmín y las palabras se agolpaban en la punta de su lengua.

—Toma —le indicó Martín sin dejar de esbozar esa sonrisa de galán que tenía por defecto—. Por estas horas siempre hay muchos giles como yo caminando distraídos por acá —agregó con un tono divertido en su voz.

—Si, teni razón —enunció casi ocultando su rostro detrás de sus cuadernos.

—¿Sos chileno? —preguntó sonriendo aún más que antes, el joven de mirada miel sintió que su corazón comenzaba a latir cada vez más rápido y que más sangre era bombeada a su cara. Por ende, no pudo hacer más que asentir con su cabeza.

Martín iba preguntarle algo más, pero sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Era como si alguna especie de ser siniestro lo estuviera observando a la distancia. Percibía deseos de muerte sobre su persona, por lo que tragó saliva con dificultar y miró hacía atrás rápidamente, pero al no hallar nada peligroso, volvió su mirada hacia el joven chileno en frente de él para continuar la amena charla que habían iniciado.

Pero, y de pronto, tocaron su hombro derecho para que se girara levemente para ese lado y así le llegó un rodillazo justo en sus testículos que le robó el aliento. Su primo uruguayo lo agarró de su brazo obligándolo a mantenerse erguido a pesar del terrible dolor, y tomó un beso bastante profundo de sus labios. Martín tenía la cara roja del dolor.

—Hola bo —saludó el rubio uruguayo al castaño chileno con una muy mal fingida simpatía—. ¿Qué tanto hablas con este salame? —inquirió refiriéndose a su pareja.

—Nada, weón, nada... me tengo que ir a la chucha. ¡Adiós! —respondió el chileno casi horrorizado, casi salió huyendo por la sonrisa falsa y siniestra que le había dedicado el rubio ceniza de mirada avellana acomodándose los lentes.

—¿Qué hacías sonriendo así a otro, pedazo pelotudo? —le reclamó en un tono bastante desafiante de brazos cruzados.

—Solo... lo conocía. Dios, boludo, ni que pudiera comerme otro... con el semejante bombón asesino rebelde que tengo al lado —decía con la voz entrecortada el argentino al no recuperarse del todo por el golpe en sus partes íntimas.

—Sos un boludo, un pedazo de puto, una porquería, un chamuyero de mierda, un infeliz... —Martín tuvo que sacar fuerzas de dónde no tenía para abrazar la cintura de su novio, y callarlo de un beso para que no siguiera tirándole tantas "flores".

—Seré todo lo que vos quieras, pero como te gusto, hijo de puta —alardeó el argentino con su sonrisa típica de ganador que a veces molestaba tanto al oriental, pero no iba a continuar con sus reclamos, porque creía que había tenido suficiente con la patada en los huevos.

—¿Cómo me gustas? Soy yo él que te tiene muerto, mi amor —contra argumentó abrazando su cuello—. Te morís sin mí. Tengo pruebas y tampoco tengo dudas.

El argentino no pudo hacer más que sonreír por la fanfarronería de su primo, eran tan parecidos que a veces simplemente no lo soportaba, pero sabía que tenía la razón, no podía imaginar su vida sin la presencia extrañamente brillante de Sebastián. Su corazón saltaba de solo oír su voz, y sus labios se desesperaban por tomar los ajenos, por devorarlos y dejarlos tan rojos que nadie dudara de que tenían dueño.

Sebastián no era muy distinto, le enfermaba lo naturalmente chamuyero que era su novio, pero a la vez le encantaba volver a ser enamorado día tras día por la misma persona. Nunca dejaba de piropearlo como albañil de media jornada, mucho menos de arreglar su imagen solo para hacerse el langa con él. ¿Cómo no amarlo segundo a segundo? Después tendría que disculparse con aquel pibe chileno si se lo volvía a encontrar, aunque no se arrepentía de marcar su territorio. Porque Martín Hernández era suyo, y él era tan o más celoso que su pareja. Pero, a diferencia de él, sabía disimularlo cuando quería, y aquella tarde no era uno de esos días donde negaba su propiedad por vergüenza. Vergüenza de lo pelotudo que llegaba a su rubio oxigenado, en aquellos momentos era mejor desconocerlo y pegar la vuelta.

—¿Y si vamos al depa y te como enterito como el bombocito precioso que sos? —sugirió con esa mirada lasciva a la que no podía decirle que no.

—¿Todavía sirve tu aparato para satisfacerme?

—Me podes dar todas las patadas que quieras y mi chota y bolas revivirán al ver tu culo.

—Sos un guarango.

—Es que vos estás tan bueno que me haces poner así de irrespetuoso.

Sebastián soltó una fuerte carcajada y, sin dilatar más las cosas, lo tomó de su diestra para arrastrarlo hacia el hogar que habían construido juntos hacia más de cinco años. Pero, aún así, tenía que seguirlo de cerca porque seguía siendo un chamuyero incansable. 

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Nota: es una continuación del anterior.

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