3. ¡Qué te den, Hanson!

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Narra Eris:

No me lo pensé mucho al ir a su casa y, ahora que estoy frente a él, me estoy arrepintiendo un poco de no haberlo hecho.

Tenía que haber recogido mi orgullo antes de entrar por la ventana en lugar de la puerta principal con mi arma en la mano.

Por lo menos me hubiese ahorrado tener que soportar su mirada oscura y ese giro de cuchillo entre sus manos que haría tragar saliva a cualquiera.

«Vamos Eris, es solo Damián. No puede hacerte mucho», me digo conforme avanza hacia mí.

«¿Por qué me estoy encogiendo? ¡¿Miedo?! ¡¿Yo?! ¡Ni hablar!» Con ese último pensamiento en mente, me abalanzo sobre él hasta el punto de que acabamos rodando por el suelo. De seguro, si alguien nos viese, diría que somos un par de croquetas siendo alimento del aceite de la sartén humeante.

Para variar, el acaba sentado debajo de mí y con ambos dos cuchillos en mi cuello.

Él tiene todo el dominio de la situación.

—¿Qué haces aquí Hanson?

Busco una excusa rápida entre todas las que estoy rezando para que se me ocurran.

—Creí que me habías invitado a un café.

Ríe y me aparta de él para poder levantarme. Eso sí, no me quita la vista de encima. Ni siquiera cuando se gira y mira a través del cristal que sirve de espejo que hay de camino a la cocina.

Su pelo se ve tan sedoso y negro que seguro que acaba de salir de la ducha. Además, hay pequeños trazos de agua por el vello de sus brazos y el de su nuca.

—No te voy a hacer ningún café. —Se sienta en una silla de la cocina y yo me quedo de pie sin saber qué hacer para no desafiarlo en su territorio—. Y menos me trago tu mentira.

Pienso poco en mis palabras y por eso digo:

—Vale, resulta que los novenos jefes han perdido la cebolla, que a veces tienen por cabeza, y me quieren echar a los perros del matrimonio... Y me he dicho, oye, Eris, porque no vas a visitar a tu amigo asesino del alma y le pides ayuda para librarte de este marrón.

Pongo mis manos en mi espalda.

Quiero parecer lo suficientemente inocente como para que me trate como una presa y acabe con mi sufrimiento ya.

—¿Y has creído que yo me voy a casar contigo?

—Sí.

—Lo estoy pensando y la respuesta es... ¡Que te den, Hanson! Ya puedes empezar a salir de mi casa antes de que rompa la norma de no matar a otros novenos si no están esquizofrénicos.

No me hizo falta nada más para salir corriendo en mi mente y andando normal, con la calma de un avestruz tranquilo, por fuera.

—Gracias por tu ayuda, Damián. Hablamos pronto —suelto al salir.

















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¿Qué te está pareciendo? ¿Echas algo de menos que crees que debería estar? Dímelo y me lo apunto ☺️.

Ahora lo que te interesa, la fecha de publicación del siguiente capítulo: 15/7/24

POE VERNE, ¡DÉJAME!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora