8. Llámame, señor Verne

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NARRA POE

—Dicen que al final El Nuevo no se va a presentar esta noche —escucho decir a uno de los nuestros en la cena.

Oye, ¿a ti te gusta compartir mesa con unos asesinos en serie? A mí hoy no. Podría ser peor...

—Verne —Eris se sienta a mi lado —, ¿dónde está el asesino de turno?

La ignoro a propósito.

Finjo estar pendiente de ¿los cócteles que no paran de llegar? Hubiese sido verdad si se hubiesen molestado en servirlos.

—Poe, ¿me estás escuchando? ¿Dónde está Damián?

Me hago el confundido antes de decir—: ¿Quién yo? Seré su niñera pero estoy de vacaciones. ¿Acaso no lo ves?

Y con esas es como cabreo con suma facilidad a la pelirroja con más mala fama que la carrera que conecta la ruta 66  americana con el barrio de Malasaña de Madrid.

En verdad, el pelinegro con cuchillo en mano no tarda en aparecer cubierto de sangre. Se dirige hacia el interior de la casa, supongo que para cambiarse de ropa.

Nadie lo mira sólo yo y la chica que lo persigue y que antes me ha preguntado por él. La que le espera. Para ayudar, me levanto y los sigo a ambos.

Los pierdo de vista cuando una mujer de unos treinta años, atractiva y con zapatos de tacón, se para delante de mí.

—¿Señor Verne?

—El mismo en persona, ¿qué desea? —respondo seductor.

—Nada. Sólo presentarme y decirle que si necesita algo me lo haga saber. Me hospedo en la habitación principal de la casa y mi nombre es Siyana McNabb.

Vaya. Debe ser una mujer con suerte para estar en esa habitación ya que nosotros estamos casi en la zona del servicio. Tras despedirse me ofrece un papel rojo doblado por la mitad. Está escrito con un rotulador blanco para poder verse los números que contiene.

—Llámeme, señor Verne. Será todo un placer devorarte, digo, hablar con usted.

Asiento. Sonrió al darme cuenta de que me acaba de invitarme a su cama.

Noto una presencia a mi espalda.

—«Llámame, señor Verne» —Eris imita la voz de la mujer con burla—. ¿En serio? ¡¿Ni un día?!

Me pongo delante de ella. Atrapándola entre la pared y mi cuerpo. Está cabreada y me quiere matar, aunque sabe que si lo hace estará en serios problemas con los superiores.

—Sí. Tú te lo pierdes, encanto.

Le doy un pequeño beso en la tensión de su vena carótida de la mandíbula y sigo pasillo arriba en busca de Damián.






















POE VERNE, ¡DÉJAME!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora