4. paenamorar

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Chiara nunca había sentido tanta paz como en aquel lago. Era su sitio especial dentro de su sitio especial. Allí tumbada, con la cabeza apoyada en el regazo de Martin mientras el chico jugaba con su pelo, estaba en la gloria más absoluta.

El sol empezaba a esconderse y el cielo se teñía de tonos rosas y anaranjados. Hacía casi una hora que estaban en silencio, sin apenas moverse más que para cambiar de postura, y en ese momento fue cuando, aunque apenas los conociera, Chiara supo que podía considerar a Ruslana, Violeta y Juanjo parte de "su gente".

A consecuencia de su TDAH le era bastante difícil aguantar mucho tiempo quieta, tanto de cuerpo como de mente, y sólo lo conseguía con gente que, como su primo, le transmitía esa calma que muchas veces le faltaba a ella. Chiara era impulsiva e intuitiva, y raramente fallaba cuando le hacía caso a sus tripas. Cuando estas le dijeron que le preguntara a Martin qué le parecía llevar a aquellos tres al lago, no habían fallado.

Según su cabeza, Ruslana y Juanjo eran un poco el mismo tipo de persona. La pelirroja tenía pinta y actitud de baddie rockera y el maño de pijo de pueblo, pero los dos eran unos refunfuñones de cuidado. La cosa era que a Ruslana la había calado en su primera conversación en el árbol, que empezó con un cigarro en su cabeza e insultos a la suciedad de su pelo. Estaría de morros, pero Kiki se había dado cuenta de que en el fondo era buena persona, y le divertía picarla y que la otra se las devolviera medio en serio medio en broma. Con Juanjo no había hablado tanto y no quería asumir nada, pero también le parecía que tenía una coraza y cosas que esconder. Además, Martin le había dicho que habían estado charlando un poco la noche anterior al volver a su cabaña y le había llamado la atención, así que...

Por otra parte, Violeta la fascinaba. Cada cosa que salía de su boca (y qué boca) le resultaba lo más interesante del mundo, como si estuviera inventando un mundo en cada conversación sólo para mostrárselo. La chica parecía bastante tímida y responsable, todo lo contrario a ella, y en parte eso la intimidaba.

Sabía manejar a personas como Ruslana o Juanjo. Eran como una olla a presión con un agujerito, aunque quisieran callarse las cosas les salía humo por las orejas, se les notaba todo en las arrugas de la frente y los resoplidos. También se le daba bien la gente extrovertida y con morro, porque o eran goofy como ella o eran chulería pura como casi todas las chicas con las que solía tener algo. Y Chiara siempre se las apañaba para estar un poco por encima en la escala de sinvergonzonería.

Pero Violeta no era una chula, ni tampoco una olla a presión. Parecía tranquila, profunda, con secretos, sí, pero que no estaban a punto de salir disparados, sino esperando pacientemente a ser descubiertos.

El caso era que había estado con aquellos tres y su persona favorita del mundo, Martin, durante varias horas charlando de todo un poco, tratando de que las piedras saltaran en el agua, jugando a las palabras encadenas y en un silencio cómodo, y había sido una tarde increíble.

Ahora tocaba volver a la rutina, quedaban veinte minutos para la hora de cenar, así que se levantó de un salto, sobresaltando a los otros cuatro.

—It's dinner time! ¿Os ha gustado el lago?

—Muchísimo, Kiki, es precioso.

—Lo sabía. ¿Y a vosotros?

—Está muy guay —dijo Ruslana con una sonrisa sincera.

—Pues sí, ¿por qué nos habéis traído sólo a nosotros? Si se puede preguntar.

Chiara miró a Martin, que se encogió de hombros con algo de vergüenza, y supo que le tocaba responder a ella.

—No sé, creíamos qué erais los que más lo ibais a apreciar. O necesitar. ¿Vamos?

Y echó a andar sabiendo que el resto la seguirían. Martin enseguida la alcanzó, y Juanjo y Ruslana hablaban entre ellos, seguramente picándose, mientras Violeta iba sola unos metros por detrás, admirando el paisaje.

El CampamenOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora