6. a song for you

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Ruslana estaba empezando a acostumbrarse. Hoy era viernes, marcaba una semana que dormía en aquella cama, compartía cabaña con otras seis chicas y no salía de aquel sitio. Siendo totalmente sincera, no era tan horrible como había imaginado. Obviamente, hubiera preferido pasar el verano en la ciudad haciendo lo que le viniera en gana, pero no estaba tan mal tener aquella rutina en la que te lo daban todo prácticamente hecho y no había que tomar decisiones.

Se sentó a desayunar en el que se había convertido en su sitio habitual, entre Chiara y Juanjo, mientras comía su tostada con aceite y miel en silencio. La primera vez que Martin le había sugerido que probara aquella combinación se había reído de él, pero después de probarla había tenido que tragarse sus palabras.

—¡Kiki, te lo has zampado todo tú sola! Que tía, ahora el Paul ya no tiene yogurt.

—Ay, lo siento. Pensé que habíais cogido todos los que queríais ya —se disculpó la morena con la boca llena y los labios ligeramente manchados, y Ruslana tuvo que hacer esfuerzos sobrehumanos para no limpiárselos.

—No te preocupes, yo no quería —dijo Paul quitándole importancia.

—Que no quería, dice el amigo. ¡El coño de mi prima! Si me lo hubiese comido yo, seguro que te quejabas, pero como es... ¡Au! —chilló Naiara fulminando a Juanjo con la mirada.

—Perdón, es que tengo la pierna rebelde, le dan espasmos a veces —respondió él entre dientes.

—¡La Kiki cancelada por comerse el yogurt de Polcín! —gritó Álvaro riéndose.

—Oye, jo, ahora me siento fatal.

—Anda, tú ni caso —la animó Violeta a su otro lado—. Tú eres la persona menos cancelable del mundo, es imposible enfadarse contigo.

—Gracias, Vivi —le dio un beso en la mejilla, dejándole una manchita de yogurt que luego le limpió con el dedo—. Ay, perdón.

—¡Boluda, deja de pedir tanto perdón! —la regañó Lucas desde el otro lado de la mesa.

—Eso, si eres la consentida del grupo, Kikita, menos perdones y más exigencias.

—I love you guys —sonrió la morena con las mejillas rojas.

—Nosotros también te loyu, peque.

—Mi mañica la más inglesa —picó Juanjo a Naiara.

—¿A que te calzo una bofetada, mañico?

—No puedes, me loyueas demasido.

—Anda que... que morro se gastan algunos.

Eran un grupo de lo más variopinto, y eso hacía que, cada vez que estaban todos juntos, como en cada comida, se dieran situaciones de lo más surrealistas y graciosas. Ruslana no era mucho de hablar mientras comía, especialmente nada más levantarse, por lo que agradecía aquel entretenimiento en directo que era mejor que cualquier serie.

—Chicos, ¿alguno os vais a presentar a la gala hoy? —preguntó Suzete desde la cabecera de la mesa.

—¡Keeks y yo vamos a hacer acrobacias! —dijo Martin emocionado—. Y estamos a punto de convencer a Juanjo para que cante una jota.

—Uf, que pesao con el temita, eh. Que me da vergüenza plantarme ahí solo delante de todos, ya te lo he dicho.

—Mira, Juan José, si me dices una la canto contigo —se ofreció Naiara.

—¡Eso, eso!

—Bueeeeno, vale. Después de comer ensayamos la magallonera.

—Salma y yo íbamos a preparar una canción, pero con tanto lío no nos ha dado tiempo, así que la haremos para la siguiente —dijo Bea.

El CampamenOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora