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Se levantó de la mesa sin decir una palabra, la seguí con la mirada

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Se levantó de la mesa sin decir una palabra, la seguí con la mirada.

La luna contorneaba su cuerpo y el viento removía los bordes de su vestido. Ilena era bella, pero esa no era su belleza lo que me encandilaba.

Caminé hacia ella, recorriendo su cuerpo con mis ojos, guardando cada detalle de ella: las pecas que se asomaban entre los tirantes de su vestido, los pelos rebeldes que acariciaban su nuca, aquel pequeño lunar que tenía detrás de la oreja, su perfil cuando me vio acercarme de reojo. Moría por tocarla, quería adorar cada parte de su cuerpo.

miraba a Ilena y me sentía como un religioso admirando a su dios, me arrodillaría frente a ella si me lo pidiera, besaría el suelo por donde ella caminara si me lo permitiera.

Llegué hasta ella, envolví su cintura con mis brazos, pegando mi pecho a su espalda y acaricié la piel de su nuca con mi nariz; aspiré su aroma a frutillas, moras y vino.

—¿Estás segura? —le pregunté mientras mimaba mi mejilla contra su hombro.

—Como nunca en mi vida —susurró mientras entrelazaba sus dedos con los míos.

Besé sus hombros y toda piel que estaba a mi alcance. Ella trató de voltear y yo la detuve.

—Espera —murmuré, soltando mis manos de las suyas—. Déjame atenderte esta noche —le pedí. Ella asintió suspirando cuando rocé mis manos con sus nalgas.

Acaricié su cintura, subiendo lentamente hasta llegar a la cremallera del vestido. Deslicé el cierre hasta abrirlo por completo, toqué la piel de sus brazos mientras retiraba las tiras del vestido de su cuerpo. El vestido se deslizó sobre su pecho y quedó atrapado en su cintura. Llevé mis manos a su abdomen, metiendo mis manos entre la tela, acompañé su descenso hasta los muslos, donde pellizqué su carne e hice lo mismo con su piel en mi camino hasta su cuello.

Besé su mandíbula y sus mejillas, mordí su oreja y pegué mi pelvis contra su espalda cuando la escuché respirar entre cortadamente, mordí su hombro mientras mis manos se movían hasta sus senos, los masajeé mientras dejaba marcas rojas en su cuello y en sus hombros.

La hice voltear para mirarme, sus mejillas estaban rojas, pero en sus ojos brillaba la expectativa. Mi cuerpo experimentó subidón de temperatura al ver el bonito conjunto de lencería verde que llevaba puesto. La miré relamiendo mis labios y mi mente se llenó de ideas muy gráficas sobre las cosas que quería hacerle, deseaba hacerle tantas cosas que no sabía por dónde empezar.

Ella juntó las manos al frente y me miró ansiosamente.

—Si pudieras verte con mis ojos, Lena —le dije mientras me volvía a acercar—. Dioses, eres como un sueño.

Busqué sus labios con desesperación, mis manos la tomaron por los muslos para levantarla, sus piernas se enredaron en mi cadera y sus manos buscaron tímidamente los botones de mi camisa que abrió uno a uno erizandome la piel, sus manos acariciaron mi pecho desnudo y subieron hasta mi cuello donde sus dedos se enredaron en mi pelo.

Los Deseos de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora