I

106 12 2
                                    

Despertar es complicado, pero por más que intente ignorar lo que sea que lo esté golpeando, aunque quisiera, no podía. Abrió los ojos lentamente mientras suspiraba y lagrimeó un poco, mientras su visión se ajustaba a la luz. Finalmente pudo verlo. Era Shoko quien golpeaba su cabeza con una regla.

— ¿De dónde sacaste eso? — Dijo mientras se acomodaba en su asiento.

— Lo traje solo para poder tocarlo sin sentir asco — Respondió Shoko con una sonrisa.

Satoru abrió su boca formando una "o" y frunció el entrecejo. Se había indignado. — ¿Perdón? — Suguru rió suavemente por la reacción del peliblanco. — ¡¿Por qué te ríes?!

Suguru cerró su libro y se giró completamente para mirar de frente al otro. — Porque pareces un niño.

El comentario solo hizo que la mueca de Satoru se hiciera más exagerada, también hizo que pusiera su mano izquierda en su pecho. — ¿Un niño? Yo soy...

— ... Gojo Satoru, el más fuerte entre los fuertes, el heredero del Clan Gojo, poseedor de los seis ojos — Dijo Geto imitando a Gojo, pero con una voz aguda. — ¿Algo más? Ya lo sabemos.

— Todos son tan rudos conmigo — Se cruzó de brazos. — Cuando una maldición me mate...

Suguru rodó los ojos. — Celebraremos.

— ¡Okay! — Se levantó de golpe, sus manos apoyadas en su escritorio. — Todos los de esta clase apestan.

— Satoru, somos tres, ni al caso — Shoko hizo un ademán con su mano, restándole importancia al comentario del de lentes. — Y si todos apestamos, tú apestas más, perdedor — Le sacó la lengua.

Suguru no pudo evitar reír por lo bajito mientras Gojo y Shoko empezaban a discutir. Era inútil meterse en esa discusión, eran como perros y gatos, y eso lo divertía a más no poder. Por su parte, Satoru y Shoko fueron hasta el frente del salón y empezaron a lanzarse golpes pero sin tocarse entre sí. La idea no era lastimarse, nunca lo era. Suguru los miraba desde su asiento y animaba la pelea imaginaria.



Ya era de tarde y el trío se encontraba en uno de los patios de la escuela. Estaban sentados mientras Suguru y Shoko fumaban. Satoru, por su parte, comía una paleta.

Satoru se sacó la paleta de la boca. — No entiendo cómo pueden fumar, es asqueroso.

— Costumbre — Respondió Shoko. — Lo dejaré pronto, Utahime siempre me regaña.

Satoru rió. ¿Es tu mamá acaso?

Shoko le sacó el dedo a Satoru. Satoru le respondió con el mismo gesto; ambos rieron más que para ofender; ya habían adoptado el gesto como muletilla. — Lo entenderás cuando tengas alguien que se preocupe por ti.

Satoru guardó silencio y se concentró en saborear su paleta de fresa; le había dolido un poco el comentario pero no pensaba darle a Shoko la satisfacción de hacerle saber que lo hirió. Los tres estaban en silencio, cada uno sumergido en sus pensamientos; era como si estuvieran en el mismo barco pero en océanos diferentes; tan lejos pero tan cerca; últimamente había sido así.

— Bueno — Suguru se levantó, lanzó la colilla en el piso y la pisó para apagarla . Me tengo que ir.

— ¿A dónde? Preguntó Satoru.

— Tengo planes; hasta mañana. Shoko y Satoru vieron como Suguru caminaba y se alejaba lentamente; parecía ir a los dormitorios pero realmente no sabían si esa sería el destino del pelinegro.

Satoru soltó un quejido y se levantó . Entonces yo también me voy.

— ¿Te vas?

— Sí.

— ¿Por qué?

— Bueno, ya Suguru se fue — Habló como si fuera obvio.

— Ah bueno, adiós.

Satoru empezó a caminar y se despidió de Shoko sin siquiera darse la vuelta.





Suspiró mientras se sacaba el cigarro de la boca; la noche había caído y él se encontraba en la ventana de su habitación; quizá para admirar el cielo estrellado; quizá para que el humo no quedara en su habitación. Satoru sacó el cigarro de su boca y lo miró por un momento .

— Lo entenderás cuando tengas a alguien que se preocupe por ti — Imitó la voz de Shoko —  Pura mierda.

Dió otra calada, la realidad es que Satoru fumaba, fumana más que Shoko de hecho, pero no iba a permitir que sus amigos lo encontraran haciendo algo tan denigrante, por eso siempre lo hacía en la soledad de su habitación. Sacó su celular, Suguru no le había respondido ¿Quien se pensaba que era? Lo tenía rogándole, y Satoru se negaba a rogarle a quién sea, aunque a veces le volvía a escribir para tener una respuesta, Suguru estaba extraño.

La Sombra de la Perdida • Satosugu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora