II

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El aburrimiento lo consumía. Últimamente no tenía tantas misiones y no sabía qué hacer con tanto tiempo libre. Así que, sin más que hacer, decidió ir a molestar a Suguru. Probablemente podrían ir a comer algo después o simplemente charlarían. Satoru fue hasta la habitación de Suguru con un andar flojo. Al estar frente a la puerta, la abrió sin tocar.

— Suguru — dijo con voz cantarina, alargando la última vocal.

Frente a él estaba Suguru, con el pelo húmedo, solo con su ropa interior y con su pantalón en mano. Ambos quedaron petrificados por un momento ante la embarazosa escena. Los ojos de Satoru no pudieron evitar fijarse en el cuerpo del contrario.

— ¡¿Qué haces?! ¡Salte! — gritó Suguru con la cara roja.

Satoru finalmente procesó lo que estaba pasando y cerró la puerta antes de que el pantalón que había lanzado Suguru lo golpeara. El peliblanco se sentó a un lado de la puerta a esperar a su amigo. Mientras tanto, empezó a recordar la escena de hace unos momentos; el cuerpo de Suguru se veía delgado, demasiado.

La puerta fue abierta, captando la atención de Satoru. — Ya puedes pasar — murmuró Suguru.

Satoru se levantó y entró a la habitación de Suguru, cerrando la puerta tras de sí. — Perdón — se rascó el cuello con incomodidad.

Suguru suspiró. — ¿Pasó algo?

— Sólo estaba aburrido — Satoru avanzó hasta la silla del escritorio y se sentó ahí. Suguru estaba sentado en el borde de su cama, ambos frente a frente pero a una distancia prudente. — Estás más delgado — mencionó.

El pelinegro sonrió como de costumbre, aunque para Satoru algo se sentía diferente. — Debe ser el verano, Satoru.

Satoru tomó aire. No sabía si lo que estaba por decir era apropiado o no. — Uhm... — hizo una pausa — ¿Qué hay de los...? ¿De los...?

— ¿De los...? — Suguru lo miró expectante, sus ojos café clavados en los azules.

— No sé, a veces soy tonto, no sé qué quería decir — Satoru rió por lo bajito— Quería preguntarte si te gustaría ir a la playa. Con esto de que tenemos días libres y todo eso... No sé de dónde salió la idea; su boca fue más rápida que su pensamiento.

— ¿Playa?

— Mañana nos vamos temprano y volvemos al anochecer.





Eran las diez y media de la mañana y Satoru ya estaba agotado. Se había tenido que levantar a las cinco y media para estar listo en una hora y poder salir a las siete en tren hasta Shirahama. Apenas habían llegado y ya estaba sufriendo las consecuencias de sus actos.

Satoru vio a Suguru a su lado. No dejaba de tomarle fotos a todo con su cámara. Le alegraba verlo así. Era la razón de este viaje impulsivo. Y es que, Satoru sentía diferente a Suguru desde lo de Riko. Estaba más pálido, había bajado de peso y su humor había decaído. En general, le dolía mucho ver a su mejor amigo en ese estado.

Fue un día divertido. Jugaron en la arena, compraron recuerdos, comieron pescado. Aunque no se metieron al mar, hacía demasiado frío como para eso. Las risas abundaban y el corazón de Satoru se sentía cálido al ver a su amigo sonreír genuinamente luego de un par de meses. Justo ahora se encontraban sentados en una toalla puesta en la arena mientras comían helado. Todavía tenían una hora antes del tren de las cinco que los devolvería a Tokio.

— Satoru.

— ¿Hm?

— Gracias — Suguru sonrió a Satoru — Siento que en el futuro extrañaré mucho estos momentos.

Satoru golpeó suavemente el hombro de Suguru — Qué cursi — Mordió su helado — Si llegas a extrañar estos momentos podemos repetirlos cuántas veces quieras — Suguru sólo le dio una pequeña sonrisa a Satoru — No será lo mismo, pero será mejor, aunque estemos más viejos.

— Realmente creo que extrañaré estos momentos — Hizo una pequeña pausa — Es decir, son únicos, no me gustaría que esto se escuche como si fuéramos a separarnos.

Satoru sonrió — Sé que incluso en el silencio, nuestras voces llegarán al otro, no te preocupes por eso Suguru.

Ambos chicos se miraron a los ojos fijamente. Satoru puede jurar que en los ojos de Suguru hay lágrimas que amenazan con salir, pero teme preguntar. Satoru no entiende qué pasa, pero decide abrazar a Suguru. Ninguno dice nada porque en realidad no hay nada que decir.

La Sombra de la Perdida • Satosugu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora