IV

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Suguru daba lo mejor de sí en cada misión, si los demás daban el 100% él intentaba dar el 101%, pero aún así, era complicado. Luego de cada misión, no podía evitar ir al baño y vomitar por horas. Por más años que llevaba tragando maldiciones, realmente no podía con el sabor, con la sensación.

Y otra vez estaba ahí, tirado en el suelo del baño con lágrimas en los ojos, preguntándose por qué dios lo castigaba de esa manera. Nadie más en su familia era un chamán. ¿Era el único que debía sufrir? Porque no sólo fue castigado con una maldición, sino que con una muy poderosa. Realmente no entendía por qué él, por qué no alguien que venga de una familia de chamanes. Suguru abrazó sus piernas y respiró con dificultad. Iba a pasar otro rato hasta que se sintiera lo suficientemente bien como para levantarse e irse a su habitación.

Escuchó la puerta ser tocada un par de veces.

—"¿Suguru?"—. Era Satoru — "¿Estás ahí? Ábreme por favor".

Suguru, como pudo, se arrastró hasta la puerta y la abrió. La luz del sol lo cegó un momento y tuvo que entrecerrar los ojos hasta poder ver claramente la figura de Satoru. Los ojos del peliblanco se abrieron con preocupación al ver al pelinegro en el piso, pálido y lleno de sudor. Su cabello suelto estaba hecho un desastre y algunos mechones se pegaban en su cara y cuello.

—"¿Dónde están tus lentes? Se te cansará la vista".

Satoru frunció el entrecejo — "Eso es lo que menos importa ahora, mírate". Se agachó — "Déjame llevarte hasta tu habitación". Y como si no pesara nada, Satoru lo levantó y lo ayudó a caminar hasta su cuarto.

Suguru fue sentado en su cama por Satoru, quien se sentó en la silla de su escritorio frente a él. Suguru pudo ver en su escritorio algunas botellas de agua y un envase de comida.

—"¿Qué es eso?"

—"Bueno, siempre te sientes mal luego de una misión, así que te traje agua y zaru soba porque sé que te gusta". Suguru miró fijamente a Satoru mientras sentía que sus ojos se llenaban de lágrimas — "Oye ¿Qué pasa?"

Suguru cubrió su cara con sus manos — "Satoru... ¿Crees que esto tiene sentido?"

—"¿'Esto'?"

—"Ser un chamán". Lloriqueó — "¿No te sientes cansado?"

—"¿Qué?"

Suguru negó con la cabeza mientras se limpiaba las lágrimas — "Disculpa, me dejé llevar".

Suguru es perfectamente consciente de que no está solo; tiene a Satoru, a Shoko, a Nanami y a Haibara. Entonces ¿Por qué se sentía tan solo? A diario intentaba dar lo mejor de sí; sentirse como se siente no ayudaba a nadie, y mucho menos traería a Riko de vuelta.

Casi a diario se enfrentaba a la muerte; estaba acostumbrado, debería estar acostumbrado. Pero cuando cerraba los ojos y recordaba cómo a Riko se le iba la vida en un segundo, sentía que algo dentro suyo se movía, y eso lo asustaba. No sabe lo que es, pero le perturbaba lo suficiente para robarle el sueño y no dejarlo vivir tranquilo. Sentía una voz susurrarle al oído cosas no tan agradables y eso hacía que vivir se sintiera pesado.

No entiende; realmente no puede entender. Si él es uno de los dos más fuertes, entonces ¿por qué no puede con esto? Debería poder. Pero sentía que se le escapaba de las manos y eso lo llenaba de desesperación.

A Suguru le da miedo en lo que se puede convertir; siente algo negativo creciendo dentro suyo y le asusta. Pero no tiene con quién hablar; si Satoru no pudo entenderlo entonces ¿quién más podría? No tenía a nadie; su familia lo rechazó cuando se volvió un chamán. Pensaron que se había vuelto loco, que había entrado a una especie de secta y le dieron la espalda. No tiene a nadie más que a sus amigos; pero ¿qué puede hacer un alma solitaria cuando ni siquiera sus amistades pueden comprenderla? Había comenzado a escribir lo que sentía; a dibujar; lo que sea para calmar sus pensamientos. Pero nada de eso funcionaba a largo plazo; poco a poco la desesperación crecía y lo hacía sentir peor. A veces soñaba con una maldición lo suficientemente fuerte apareciera y lo matara; pero sabía que eso no iba a suceder; y que si de casualidad se encontraba con una, entonces Satoru no lo dejaría morir.

Aún así, intentaría dar lo mejor de sí mismo, tenía que hacerlo si quería mantenerse cuerdo.

La Sombra de la Perdida • Satosugu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora