VII

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Suguru se miró en el espejo del baño: su piel pálida y cubierta de sudor, su pelo enredado y saliva saliendo de su boca. Recientemente había regresado de una misión, y tan pronto como puso un pie en la escuela, lo primero que hizo fue correr al baño.

Se sentía tan mal, tan sucio. Necesitaba ducharse, pero sentía que se desplomaría si estaba de pie un segundo más. Necesitaba descansar urgentemente; su cuerpo no daba más. Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, salió del baño y caminó casi a rastras hasta su habitación. Una vez allí, se quitó la chaqueta, el pantalón y la camisa del uniforme, junto con sus zapatos y medias, quedando únicamente en ropa interior. Arrastrándose hasta su cama, finalmente cayó en ella.

Se acurrucó en su cama y cerró los ojos con fuerza, esperando las lágrimas que suponía estaban por salir. Sin embargo, nada salió. Se encontró incapaz de llorar. ¿Por qué no podía hacerlo? Se sentía tan mal y aún así no podía derramar una lágrima. Suguru no había podido derramar ni una lágrima desde aquel día. Se había sentido incapaz de sentir algo profundamente, y eso le asustaba. Él rogaba por una lágrima, algo que confirmara que estaba sintiendo, porque sentir algo era mejor que no sentir nada.

Su cabeza era tan ruidosa pero tan silenciosa al mismo tiempo. Se sentía inquieto y no tenía a nadie. Tanto Satoru como Shoko se encontraban en sus propias misiones y él no sabía cuándo volverían, o si él estaría en la escuela cuando regresaran. Necesitaba a alguien, pero la soledad era la única compañía que lo abrazaba ahora.

Y quizás si su cuerpo no estuviera tan agotado, él se hubiera levantado y hubiera empezado a dibujar, esculpir o tejer. Suguru tenía mil hobbies, pero realmente no disfrutaba ninguno. Se había llenado de pasatiempos para reducir el tiempo en el que podía pensar. Había llenado varios sketchbooks en un par de semanas, había intentado esculpir las cabezas de sus amigos una y otra vez, había tejido varias prendas, había intentado bailar, cantar, tocar la guitarra, se había leído diversos mangas... Pero nada de eso le gustaba. Él solo quería silencio, pero sentía que su mente era incapaz de dárselo. ¿Qué podía hacer?





Suguru escuchaba una voz a lo lejos que lo llamaba; la voz sonaba ligeramente distorsionada y sentía que el sonido provenía de todas partes. La voz insistía en llamarlo y ahora sentía algo tocando su cuerpo. Poco a poco abrió los ojos, dándose cuenta de que en algún momento se había quedado dormido.

— Oye, despierta —. Sus ojos buscaron de dónde provenía la voz, era Shoko.

— ¿Eh? —. Frunció el ceño — ¿Qué haces en mi habitación? Estoy en ropa interior.

Shoko chasqueó la lengua —. No es como si no te hubiera visto sin camisa cuando te atendí en la enfermería; simplemente imaginaré que estás en mini shorts o algo así, si tanto te incomoda.

Suguru suspiró —. Así no funciona...

Suguru se levantó de la cama y caminó hasta su armario para buscar algo con qué vestirse, mientras Shoko miraba algo en su celular —. A veces pienso que ser tan fuerte como ustedes sería genial, pero luego tengo misiones como la última y pienso "no es tan malo ser un soporte" —. Levantó la cabeza para mirar a Suguru, que estaba parado frente a ella —. Mientras los demás pelean, yo estoy sentada jugando sudoku y fumando, y me pagan por eso, creo que es genial.

— ¿Solo haces eso?

— También ayudo curando a los demás, pero si las cosas van bien suele ser al final de las misiones.

— ¿Y no te cansas de eso? —. Jugaba nerviosamente con sus dedos —. Quiero decir, ¿no te aburres haciendo nada mientras esperas a los demás?

Shoko parpadeó un par de veces antes de asentir con la cabeza — Un poco. ¿Por qué?

— Bueno... —. Se sentó al lado de su amiga, ambos en el borde de la cama —. A veces me siento cansado de las misiones, me pregunto: ¿por qué tengo que hacer esto? ¿Por qué tengo que lidiar con maldiciones? A veces siento que he sido maldecido desde mi nacimiento. Soy el primer chamán de mi familia y estoy maldito con tanto poder como para ser de rango especial; si quisiera, podría desatar el caos en Japón en este momento, y ser consciente de eso da miedo. Ser tan fuerte da miedo, Shoko —. Suspiró apartando los mechones de pelo que le caían en la cara —. He intentado hablar con Satoru sobre esto, pero él parece tan feliz, tan tranquilo siendo fuerte, y me aterra no ser comprendido por él.

Shoko puso su mano en el hombro de su amigo, ejerciendo una leve presión — Al decir eso suenas un poco como los ancianos del piso superior —. Suguru miró a Shoko con tristeza — Sé que conoces a Gojo mejor que yo, pero si hay algo que ambos sabemos es que tampoco es fácil para él. Tú lo dijiste: no vienes de una familia de chamanes; su crianza y la forma en que vivieron sus habilidades son completamente diferentes. Quizás Gojo no es feliz siendo fuerte; tal vez simplemente está acostumbrado a serlo —. Shoko le sonrió ligeramente — Oh, me emocioné un poco ¿no crees? Qué vergüenza. Lo que quiero decir es: Gojo puede ser un cabeza hueca, pero te entenderá.

— Gracias, Shoko.

Su amiga le devolvió la sonrisa — De nada.

La Sombra de la Perdida • Satosugu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora