Para la hora que emprendieron el viaje hacia el centro de la ciudad, la mayoría de las personas debían estar en sus camas durmiendo. El auto de Dionisio era el único que transitaba las calles bajo las luces de las altas lámparas. Eso era lo que traía consigo el hecho de vivir en un lugar grande, pero no una capital. Los ritmos de vida eran otros y la paz caminaba en puntas de pies por los callejones cuando la luna era una reina en lo alto del cielo y los gatos salían pasear por las cornisas y tejados. Quedaban algunos minutos de viaje hasta el apartamento y todavía no habían dicho una palabra desde que habían abandonado la casa de Mara y Jero.
—¿Tú no tienes que levantarte temprano mañana? —preguntó Dionisio sin quitar sus ojos de la calle. Bautista torció un poco su rostro para verlo. Su perfil era igual de atractivo que el resto de su cara—. Bebiste demasiado.
—No tengo que hacerlo. Te dije que soy profesor y estoy de vacaciones en este momento —explicó levantando una ceja—. ¿Vas a controlar cuánto bebo? Te recuerdo que no eres mi doctor.
—Lo sé —dijo él soltando una risita—. ¡Qué suerte tienes! Yo necesito al menos una semana de dormir siete horas de corrido.
—Estás agotado con la mudanza, ¿verdad?
—Sí, eso y lo demás —suspiró, sacudiendo la cabeza. Bautista observó sus manos fuertes aferradas al volante—. ¿Qué harás durante las vacaciones?
—Me dedicaré a andar en bicicleta y a escribir un poco. Empecé con un blog —respondió él pensando que tal vez a un tipo como Dionisio, que había cambiado de vida, la suya, no le parecería tan interesante.
—Espero que no tengas más accidentes y puedas hacer ciclismo sin problemas —dijo con una sonrisa y lo miró de reojo—. ¿Qué escribes? Eso suena interesante.
—Reseñas de libros y artículos de opinión acerca de literatura. Ayer, cuando nos conocimos, estaba yendo a la revista donde trabajé por varios años escribiendo porque me despidieron de un momento para el otro —explicó y luego pensó que tenía que dejar de ser tan abierto con las personas y contar todo acerca de su vida. ¿De qué le podía servir al otro toda esa información?
—¡Qué mal! ¡Lo siento! Encima vengo yo y me estrello contra tu bicicleta —dijo él, pidiendo disculpas otra vez. Bautista iba a perder la cuenta de cuantas veces lo había hecho ya y sería capaz de cubrirle la boca con la mano para que dejara de decir que lo sentía.
—¿Sabes una cosa? Creo que hubo algo positivo en nuestro accidentado encuentro.
—¿Lo crees? ¿Qué podría resultar bueno de semejante situación?
—Aunque yo no lo quiera reconocer, de seguro iba a hacer un escándalo en la revista. Empezaría a exponer mis ideas con respeto y las cosas escalarían. Terminaría por decirle a Marlene, la directora, cosas de las que luego me arrepentiría usando un tono de voz que no es apropiado. Así que puedes dejar de torturarte con lo que sucedió. Estoy sano y me salvaste de quedar como un tipo desequilibrado —dijo Bautista y sonrió. Dionisio asintió y pudo ver como sus hombros se relajaban. Siempre parecía estar tan tenso—. ¿Y tú? ¿Qué harás mañana además de trabajar? ¿Cuántas horas trabajas?
—Demasiadas horas. Toda la mañana con un descanso para almorzar y sigo hasta las cinco de la tarde. Luego quedo a disponibilidad para emergencias. La verdad todavía no conozco mucho del lugar así que no sabría dónde ir o qué conocer. Tengo que inscribirme a un gimnasio también. ¿Sabes de alguno?
—¿Gimnasio? ¿Yo? No. Con eso podrían ayudarte Mara y Jero —respondió Bautista con una carcajada. Tenía un cuerpo delgado y atlético por andar en bicicleta, pero nunca había pisado un gimnasio—. Tu querido amigo está en un grupo donde corren, saltan, arrojan enormes pelotas contra una pared y gritan como antiguos guerreros.
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Solo toma mi mano
RomanceLas vacaciones de verano de Bautista comienzan con un despido en la revista donde trabaja y un accidente en su bicicleta. Allí conoce al nuevo doctor que se ha mudado a la ciudad. Sin embargo, no es él quien lo curará, sino que es el causante del ac...