18. Yo también te extraño

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En su segundo fin de semana en el exterior, Bautista se encontraba en un tren rumbo a Edimburgo, la bella y mágica capital en Escocia en el norte del Reino Unido. Una semana atrás, un sábado en el comedor había escuchado hablar en español a una chica de México y a su novio de los Estados Unidos, que al parecer había aprendido el idioma gracias a ella. Los reconocía de su curso y tomó valor para acercarse a ellos, acarreando su silla hasta su mesa y desde ese día los tres habían empezado a compartir sus comidas. También se sentó a su lado en el gran salón donde tenían clases. Con mucha apertura y amabilidad ellos lo habían invitado a ese paseo de fin de semana. Le dijeron que no podía seguir pasando los pocos fines de semana que tenían disponibles encerrado en la residencia. El invierno era espantoso en esa isla, pero no era impedimento para salir a conocer los asombrosos lugares que existían allí. Para aprobar el curso debían entregar un proyecto final de veinticinco carillas acerca de los más grandes poetas del Reino Unido y aunque el motivo principal del viaje tenía que ver con turismo, investigarían a los escritores escoceses más famosos de todos los tiempos. Bautista todavía no podía creer que lo que estaba viviendo fuera real, le parecía estar dentro de un sueño que requería toda su atención. Por esa razón, respondía de forma escueta los mensajes de su hermana, Mara y Jero y los de Bautista. Con él se tomaba un poco más de tiempo para charlar, pero la diferencia horaria, la cantidad de cosas que hacía y la interminable lista de lectura, complicaban las cosas. Sumado eso, tenía que escribir su ensayo en inglés y si bien era bueno, sus compañeros le ayudaban a revisar cada nuevo párrafo que escribía. Esa mañana en un tren, sentado en el asiento opuesto al que ocupaban Juana y Michael, cuando leyó el mensaje que Bautista le había enviado, no supo qué responder. Se lamentó haberlo marcado como visto porque no había tenido tiempo de pensar en una respuesta y no quería decir algo por compromiso o que no sintiera. La verdad era que todo ese entusiasmo por conocer al doctor, se había desvanecido un poco con su viaje.

Espero no molestarte. Se que estás viviendo un sueño. Solo quería decirte que te haces extrañar. Terminé de leer La piedra filosofal y ya me compré el de la cámara secreta. ¿Soy un buen alumno? Beso.

¿Era posible que él lo extrañara tan pronto? Llevaba dos semanas en ese país y estaría de regreso en siete días más. Bautista se llenó de confusión. Dionisio le agradaba demasiado, pero en ese momento él se encontraba a un océano de distancia, compartiendo su tiempo con otra gente y viviendo nuevas experiencias. Guardó el celular en la mochila y se dedicó a ver el cambio de la geografía a través de la ventana que se había llenado de gotitas de lluvia en algún momento. Los verdes se hacían presentes y las montañas borrosas por las nubes que se amontonaban en la cima hicieron que se olvidara un segundo acerca de los sentimientos y se perdiera en esos paisajes que parecían pinturas.

Antes de instalarse en el hostal donde compartirían habitación para abaratar costos, bajo un cielo gris y una llovizna intermitente, vio el castillo de la gran María Estuardo coronando lo alto del cerro. Pudo contemplar un monumento a un escritor que parecía una capilla gótica ennegrecida y unas calles tan antiguas como bonitas donde hombres con polleras de colores tradicionales tocaban la gaita dándole a la atmósfera un toque mágico y surreal. Aquello estaba tan alejado a lo que el siempre había conocido.

Por la noche salieron a beber unas cervezas en un pequeño pub cerca del alojamiento. No sabía que allí eran tan abiertos y eso le sorprendió. Había un tipo bastante atractivo de sonrisa blanca que no había dejado de mirarlo toda la noche y en un momento levantó su jarra a modo de saludo. El hombre tenía una barba rubia, ojos azules y llevaba una camisa a cuadros sobre su camiseta blanca.

—Nuestra piel bronceada por el sol les atrae bastante a estos blanquitos —bromeó Juana con sus chispeantes ojos oscuros y recibió un beso en la mejilla de su novio americano—. Yo que tú iría a charlar con el escocés. Tal vez hasta cumples la fantasía de muchos y te quedas en Edimburgo con un marido que te lleve a recorrer las montañas.

Solo toma mi manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora