Cuando abrió los ojos la lluvia seguía golpeando la ventana y los relámpagos iluminaban la habitación como si fuera una discoteca. Se estiró un poco sintiendo esa agradable sensación que producía un colchón cómodo. Al mirar a su alrededor le tomó un tiempo entender que se encontraba en la casa de Dionisio. Las imágenes de la noche anterior se repitieron en su cabeza a toda velocidad. Tomó el celular que había quedado bajo una almohada y miró la hora. Era cerca del mediodía. Con pereza salió de la cama y encontró sus valijas cerca de la puerta. Dionisio debía haberlas dejado ahí. Tomó ropa limpia y se dirigió a un baño con cerámicas claras de buen gusto, para dejar que el agua caliente le quitara los restos del cansancio que traía encima. Aunque consideraba que debía dormir un día más.
Cuando estuvo listo y olía a limpio decidió llamar a un taxi para pasar por la casa de Mara y buscar a Oliver. Justo cuando se dispuso a buscar papel para escribirle una nota al doctor, hubo ruido en la puerta principal y se quedó congelado a medio camino. Una llave se estaba moviendo y al instante la puerta se abrió. Era el dueño de la casa. Nunca lo había visto con su uniforme. Llevaba unos pantalones celestes de algún material liviano y casi transparente y una camiseta de la misma tela con cuello en escote en V. Gracias a la lluvia esta se había pegado contra su cuerpo y sus rulos goteaban. En la mano llevaba una bolsa plástica de color blanco. Estaba seguro de que contenía comida porque el aroma que provenía de allí le abrió el apetito. No había alcanzado a llamar al taxi.
—Hola. Me alegro de encontrarte ya despierto. Compré hamburguesas con papas fritas. Tengo una hora de descanso para almorzar y decidí regresar para ver si necesitabas algo —dijo Dionisio cerrando la puerta tras su espalda.
—Estaba por irme a casa, pero creo que puedo quedarme un poco más si en verdad hay comida chatarra en esa bolsa —dijo Bautista con una sonrisa y se acercó despacio al otro hombre. Dionisio se quedó en su lugar, quizá un poco tenso. Bautista le dio un beso en la mejilla y lo miró a los ojos—. Gracias por todo esto, Dio. Eres increíble.
—No es nada. Me gusta hacer esto por ti —dijo sonrojándose un poco—. ¿Puedo darte un beso? Si eso te parece bien...
Bautista no le dio tiempo. Que le pidiera permiso para besarlo le pareció de lo más tierno. Tomó la bolsa de comida para dejarla en el piso y encerró el cuello de Dionisio con los brazos antes de estrellar su boca contra la de él. El otro no retrocedió ni un centímetro. Es más, tomó coraje. Sus manos apretaron la cintura de Bautista y lo empujaron hasta el sofá. Todo el peso del cuerpo de Dionisio estaba encima de Bautista. Sus cuerpos se juntaban en todos los puntos que podían existir, en esos lugares cálidos, en los sitios blandos y en los que se endurecían también. La lengua de Dio exploró su boca y Bautista pensó que el efecto que producía podía llegar a ser adictivo. Con ese tiempo de distancia pudo darse cuenta de lo que había extrañado tenerlo cerca. Por más que no tuvieran algo serio había echado de menos su compañía y el contacto físico con él. Su cabello mojado le humedeció el rostro y Bautista se rio contra su boca.
—¿Qué pasa? —preguntó Dionisio con un jadeo mientras su boca bajaba a su cuello y allí fue que Bautista puso una mano en su pecho para detenerlo. Ese era su punto débil y no quería asustar al otro avanzando más de lo que debía. Pero si el doctor llegaba a su cuello, no habría vuelta atrás. Ya lo indicaba la dureza en sus propios jeans que le quedaron ajustados entre las piernas.
—Estás todo mojado. ¡Me estás empapando! —comentó moviendo los rulos de su frente para despejarle el rostro. Desde arriba y a pocos centímetros de él, los ojos azules de Dionisio lo miraron, sujetándolo en el lugar como su pudiera hacer magia con ellos.
—No te molestó mucho al principio —bromeó Dionisio y bajó su boca para besarlo de nuevo. Con sus dientes tiró suavemente de su labio inferior.
—¿Tiene hambre, doctor? —preguntó Bautista con una mirada traviesa.
—Sí, de ti. Se me hace muy difícil contenerme —explicó suspirando y Bautista se animó a poner sus manos en el trasero del otro. Era muy notable y firme así que le dio un buen apretón ante una carcajada del doctor.
—A mí también. Pero tienes que trabajar y alimentarte. No tienes mucho tiempo de descanso. Además, odiaría pensar que por quedarte conmigo algún paciente en emergencia no pueda ser atendido.
—Lo sé. Entonces no deberías haberme dejado besarte. Eres tentador, Bau.
—Te propongo algo. Esta noche puedes visitarme. Tengo que buscar a mi gato en casa de Mara y ordenar mis cosas en el apartamento. Pero estás invitado a venir y allí no habrá límite de tiempo.
—Acepto la propuesta. ¿Debo ir preparado de alguna manera? —preguntó el hombretón con rostro inocente. Eso era un arma letal.
—Uno siempre debe estar preparado, pero no te pongas presiones, Dio. No te olvides que una vez yo estuve en tu lugar. Solo pueden ser besos y caricias. Nada más.
—Gracias por ser tan comprensivo conmigo.
El doctor le dejó un beso más en los labios y se apartó, poniéndose de pie junto al sofá. Sus manos en la cintura y la mirada seria, como si estuviera analizando algo en su mente. Bautista soltó una carcajada y se cubrió la cara con un almohadón al verlo.
—¿De qué te ríes ahora?
—¿Qué es eso en sus pantalones, doctor? ¿Trae algún instrumento médico ahí?
—¿Qué? ¡Mierda! —dijo con una carcajada acomodando su uniforme y lo que había debajo del pantalón—. Bueno, esa es una reacción física que tú has provocado.
—De la que voy a hacerme cargo esta noche, doc —dijo Bautista y con un saltito se puso de pie ante la cara de incredulidad del otro hombre—. ¿No me digas que te vas a horrorizar cada vez que diga cosas picantes?
—No. Es más, me gusta verte en esta nueva luz. Creo que me gustas todavía más.
—Es una luz sexual —bromeó Bautista y entre risas, ambos dispusieron la apetitosa comida chatarra sobre la isla de la cocina y comieron mientras la lluvia caía afuera. La cortina de agua era tan espesa que los cerros eran invisibles en el horizonte.
—¿Un doctor que entrena y come de esta forma? No sé, no me parece bien —comentó Bautista para molestarlo. Se habían quedado en silencio y comieron como animales salvajes, con prisa y casi sin respirar, bajando algunos bocados con agua.
—Es mi permitido de la semana. Luego como sano y entreno mucho —dijo Dionisio cuando su plato quedó vacío. La hamburguesa había tenido como tres medallones de carne y la porción de papas fritas había sido enorme. Aún así, no quedaba una migaja.
—Se nota el ejercicio. Pude dar fe de eso en el sofá —comentó Bautista con picardía y le guiñó un ojo—. Aunque me falta más inspección para estar seguro del todo.
—Basta. Porque me quedo y perderé el trabajo por faltar a ver a mis pacientes.
—No. Mejor ve. Su paciente favorito lo espera esta noche.
—Eres terrible —exclamó Dionisio con una sonrisa enorme y se giró en su banqueta alta. Tomó el rostro de Bautista con sus dos manos y le dio un beso lento cargado con la promesa de la visita.
Bautista regresó a su casa con el gato contra su pecho. Oliver no lo había soltado ni un segundo, sus pequeñas uñas aferradas a su suéter. El pobrecito nunca había estado tanto tiempo sin verlo. Recordó su viaje y lo que había sucedido hacía unas horas en la casa del doctor. Sus vacaciones habían dado un giro sorprendente. Habían empezado con un despido y un choque y terminarían con un viaje más en su pasaporte y la compañía del hombre más hermoso y cálido que había conocido en toda su vida.
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Solo toma mi mano
RomanceLas vacaciones de verano de Bautista comienzan con un despido en la revista donde trabaja y un accidente en su bicicleta. Allí conoce al nuevo doctor que se ha mudado a la ciudad. Sin embargo, no es él quien lo curará, sino que es el causante del ac...