16. Solo toma mi mano

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El día prometía ser perfecto para tener una tarde de piscina. La temperatura mínima de la mañana, no era tan mínima como el pronóstico indicaba. Debía ser la más alta en todo el verano. Con ese calor Bautista decidió que no iba a usar la bicicleta para llegar hasta la casa de Dionisio así que llamó un taxi. Pensó seriamente que debía comprar un auto en el futuro o una casa en el área donde vivían sus amigos. Al final de cuentas, las personas que frecuentaba no vivían en el centro de la ciudad. Ni siquiera su familia, a la que veía poco, residía en la zona comercial de Villa Milagro.

Se puso una camisa blanca liviana de lino y unos pantalones cortos de color azul que también servían para nadar. Estaban hechos de un material que se secaría rápido con tan solo pararse un rato bajo el sol. En la mochila cargó una toalla, desodorante y ropa para cambiarse cuando el atardecer llegara.

Durante el trayecto, observando los paisajes coloridos gracias a las formaciones rocosas, sintió entusiasmo y un poco de nervios. Cuando el taxi se alejó detrás de él, llamó a la puerta de la hermosa casa y no pudo evitar pensar que había estado allí una vez y lo habían ignorado. En su mente rogó no volver a tener esa experiencia. Sabía cómo podía ser un hombre que recién había aceptado su homosexualidad y la represión que eso traía consigo. Era normal que Dionisio decidiera dar pasos adelante y también otros hacia atrás. Pero ninguno de los finales pesimistas que su mente creó, se convirtió en verdad porque una estatua viviente rodeó la casa y apareció por la esquina derecha. El hombre venía sonriendo y caminando con seguridad. Sus rulos oscuros que se encontraban mojados, desprendían gotitas sobre sus hombros redondos y estas se deslizaban por unos pectorales que se hacían notar. Lleva un pequeño short negro elastizado como el que usaban los nadadores profesionales. La tela se expandía alrededor de la parte superior de dos cuádriceps macizos. No pudo evitar notar dos líneas que bajaban de la parte baja de su estómago y se perdían bajo el bañador. O sea que así se veía sin ropa el doctor. Bautista notó que su complejo de inferioridad comenzaba a despertar. Nunca había estado tan cerca de un tipo que cuidaba su cuerpo de esa forma. Hasta su piel se veía más bronceada que de costumbre.

—Hola. ¿Cómo estás, Bau? —saludó el doctor y se acercó a darle un beso en la mejilla—. Me alegro de que hayas venido.

—Bien, pero creo que tú la estás pasando mejor que yo. ¿No aguantaste el calor? —preguntó Bautista con una sonrisa. Tenía que decir algo para dejar de mirarlo—. Y no tienes que saludarme con un beso si no te sientes cómodo con eso.

—Está bien. Ya no me comporto como un tonto —dijo soltando una risita—. Pero si a ti te molesta, podemos darnos la mano. Como dos caballeros honorables harían.

—No, está bien —dijo él negando con la cabeza. Porque realmente le gustaba que Dionisio tuviera esos gestos para con él.

—Sígueme. El agua está deliciosa en la piscina. Apenas llegué del trabajo me di un chapuzón —indicó Dionisio girando sobre sus pies para que rodearan la casa. Gotas de agua recorrían los músculos de su espalda ancha hasta llegar a su trasero. Otra cosa que se veía demasiado bien en Dionisio. Todo parecía estar en su lugar. Bautista dirigió la mirada a la piscina rectangular porque no quería pasar por un perverso. El doctor lo acompañó hasta dos reposeras de madera de color marrón claro junto a la piscina. Estas tenían dos toallas blancas extendidas sobre ellas. Entre medio de las dos había dos había una mesita alta con dos vasos grandes de jugo de naranja exprimido y un recipiente de cristal lleno de trozos de frutas de todos los colores.

—No me digas que te tomaste todo este trabajo. Si apenas saliste de la clínica —dijo Bautista, apoyando su mochila en el suelo, al lado de una de las reposeras. En verdad parecía haberse dedicado a que todo estuviera perfecto para recibirlo.

Solo toma mi manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora