—Sí. Aquí está bien. Muchas gracias —anunció Bautista cuando el taxi se detuvo. Tomó la billetera del bolsillo delantero más chico de su mochila negra y le pagó al conductor por el viaje que lo había traído hasta la finca de su familia. El portón campestre de madera blanca estaba abierto y el sendero de piedras cercado por los altos álamos que se mecían en la brisa como gigantes le dieron la bienvenida. Tenía al menos unos cuatro minutos de caminata para llegar hasta el casco de la estancia. Las casa de paredes blancas y tejas rojas de sus padres se veía inalterable sobre una colina verde. Las ventanas con arcos y rejas negras de hierro tenían flores amarillas de estación en las macetas que nunca se movían de su lugar. Todo se veía perfecto siempre, como un cuadro. Cuando estuvo cerca, dos perros labradores de pelaje marrón claro se acercaron corriendo con sus rosadas lenguas fuera. Hicieron un gran escándalo de ladridos y saltos y Bautista se agachó para acariciarlos. También recibió unos cuantos besos perrunos que consistían en lametones tal vez desagradables para otras personas. Se puso de pie y con Mika y Dante a su lado dándole empujones que por poco lo hicieron caer, llegó primero hasta el restaurante de su hermana. Cuando el sendero de piedras terminaba, comenzaba un círculo enorme de adoquines. Había una fuente de agua con caballos blancos en el centro. A la izquierda habían agregado el comedor con estilo de rancho. No era una construcción alta. Era un gran salón con una galería extensa hacia el frente. Esta tenía unas arcadas redondas y el techo por supuesto era de tejas coloradas. Había mesas cuadradas con sillas de madera bajo esa galería y también en el interior.
—Hola. ¿Hay alguien aquí? —preguntó ingresando en la sala principal del restaurante sin dejar que los perros se metieran con él. Había una pequeña cascada vertical en una de las paredes y la ornamentación combinaba con la geografía y los colores de Valle Milagroso. En las esquinas había enormes vasijas de barro con cañas dentro de ellas—. ¿Cómo es posible que nadie esté brindándome un buen servicio?
—¡No puedo creerlo! ¿Estás vivo, hermano? —dijo su hermana saliendo por una puerta que debía conducir a la cocina. Sonrió al verla y ella se acercó dando saltitos. Tenía veinticinco años y ese proyecto había sido su sueño de toda la vida, desde que había terminado sus estudios de chef. Al ver la belleza del lugar y el entusiasmo de la muchacha, se lamentó por haberse negado a visitarla antes. La chica de cabello enrulado y cobrizo lo abrazó fuerte y luego levantó su rostro con pecas para mirarlo con esos enormes ojos de color avellana—. ¿Y qué te parece? ¿Se ve mejor que en las fotos de Instagram?
—Mucho mejor. Me encanta, Dani. Siempre tuviste buen gusto y la verdad es que combina con la casa de nuestros padres y el estilo de la estancia. Te felicito —dijo él dejándole un beso en la cabeza.
—Siéntate, Bau. Ya casi es hora del almuerzo así que vas a probar la carne asada y las papas españolas que servimos en el menú. Con un buen vino de la bodega de... —dijo ella feliz y al instante su sonrisa se desvaneció. Como si hubiera estado a punto de decir algo terrible, se cubrió la boca con una mano a toda prisa.
—Bodega Los Cerros de Máximo Roca. Mi ex. Está bien, puedes decirlo —dijo con una carcajada. Pero en el fondo, no estaba bien. Había terminado con su ex hacía un año cuando estaban de viaje en París. La ciudad del amor para el cambió de nombre y desde ese momento le llamó la ciudad de los corazones y los cuernos. Había cosas que uno nunca debía hacer estando en pareja, eran hábitos horribles, como revisar el celular del otro. Pero esa cantidad de mensajes que iluminaron la pantalla ese día y la vista previa que decía: ¿Cuándo vuelves, papi? Tu nene te extraña, hicieron que Bautista sintiera una sensación horrible en el estómago y un cosquilleo en los dedos. Nunca había hecho algo como mirar el celular de Máximo, pero ese mensaje lo empujó a comportarse como alguien que él no era. Finalmente confirmó que tenía un amante en Valle Milagroso, el arquitecto que le había diseñado la casa y muchos cabos se ataron. Las horas que su novio se la pasaba viendo planos en reuniones con Amadeo y las llegadas a altas horas de la noche. Ese viaje había sido solo para dejarlo tranquilo y alejarlo de la ciudad. Bautista llenó su valija de ropa, lágrimas y sueños rotos y sin decirle nada se marchó al aeropuerto Charles de Gaulle en París. El taxi lo llevó por una calle desde donde se podía ver la imponente Torre Eiffel iluminada y pensó en los cientos de parejas que en ese momento debían estar tomándose una hermosa foto allí. No respondió los incesantes mensajes de Máximo por varios días. Lo único que le dijo es que la próxima vez fuera más inteligente y no dejara el celular sobre la cama cuando saliera a comprar algo. Pero que mejor sería si nunca más hiciera algo así. Le dijo que era horrible jugar con los sentimientos de las personas. Pero Máximo era amigo de su hermana y el negocio ya había sido puesto en marcha tiempo atrás así que a veces tenía que cruzárselo y era por esa razón que había evitado visitar el restaurante de Daniela.
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Solo toma mi mano
RomansLas vacaciones de verano de Bautista comienzan con un despido en la revista donde trabaja y un accidente en su bicicleta. Allí conoce al nuevo doctor que se ha mudado a la ciudad. Sin embargo, no es él quien lo curará, sino que es el causante del ac...