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Roña había estado con el culo tan inquieto tantos días que ahora que había empezado a moverse, ya no podía estarse en un solo lugar. Salió de la casa de Daniel y no atinó a volverse a la suya, sino a darse una vuelta primero por el taller del Licha, uno de los mejores amigos de su viejo. Mientras caminaba, todavía tenía esa sensación de ardor en el estómago y no podía evitar apretar bien los labios, porque lo tenía bien grabado al mecánico en el paladar. Sabía bien lo que le estaba pasando con él, pero nunca había sido muy partidario a romperse la cabeza con las cosas; tenía en claro que la vida nunca paraba para que vos le siguieras el ritmo, tocaba moverse e improvisar para llevarla adelante.

Se apareció por el taller con la esperanza de que el amigo de su viejo o sus hijos supieran algo de lo que andaba pasando en el barrio, en particular, con quién podía haberle dado esa putiza a Dani. Tenía bien en claro que no habían sido ninguno de ellos, desde hacía mucho ya que estaban yendo por coches para desarmarlos o venderlos en otras provincias, además de que no lo hacían en su propio barrio, pero quizá podían haber escuchado algún rumor o se habían enterado de algo.

La cosa se torció enseguida. Lisandro empezó a hacer preguntas sobre quién era ese "amigo" al que habían agarrado, qué tenía pensado hacer o qué onda, y Roña se dio cuenta que se estaba empezando a meter en bardos al pedo, así que arrugó y le dijo que daba igual, que solo quería saber, pero que mejor lo dejaban así. Pero Licha le hizo caras y se comprometió en averiguar, "solo porque era él". Estaba bastante en pedo, así que optó por no ponerse a discutirle ni decirle nada, con suerte se olvidaba en la resaca y no se veía en deudas de nuevo con él.

El amigo de su viejo tenía sus mambos y era como manipular un fierro tumbero, nunca sabías si te iba a fallar en un momento crítico o te iba a salvar la vida. Miles de veces se habían peleado, amigado y vuelto a desconocer, pero Roña llevaba ya bastante tiempo intentando alejarse de él. No quería deberle nada para que no lo metiera en sus negocios, eran rebuscados y dependían mucho de gente y situaciones puntuales; además, vivía dándole órdenes y Roña prefería ir a la suya, ser el dueño de su propia vida, por eso tantas veces se habían chocado las cabezas. Ahora, si el pedo le duraba y le venía con data, iba a tener que aguantársela y volver a mancharse las manos de nuevo, volver a la junta, al menos por un rato. Le pasaba por pensar con la pija, pero es que ese condenado mecánico estaba tan bueno...

Pasó un rato más con ellos y se volvió a su casa, decidido a no mandarse más cagadas. Los perros de la cuadra le movieron la cola al verlo y Roña les dio unos cuantos mimos. Varios le empezaron a seguir, así que se prendió un pucho y se fijó qué tenía en la casa para darles de comer. Les preparó una olla de polenta con algunas verduras y unos huesos, y repartió la ración para los que estaban ahí esperándole. El vecino del frente pasó y le recriminó que dejara de darles de comer, que cada vez eran más, y él le gritó que dejara de romper las pelotas, que al menos ellos eran más útiles que él porque defendían la cuadra y no se escondían a la primera que pasaba un patrullero.

Se quedó un rato ahí, viendo que no se pelearan ni se robaran la comida entre ellos, y después aprovechó que ya tenía el coche para ir a visitar a la familia. Coordinó con su prima Zaira y se fue a buscarla para visitar a la tiita Ari, a Lena y sus bendiciones. Su sobrina Pipi estaba cada día más alta y hermosa, Roña nunca podía evitar apachurrarla y llenarla de besos, aprovechaba cada segundo para jugar a las muñecas con ella, porque enseguida iba a crecer y no darle bola nunca más. Su otro sobrino, el Chino, cada día estaba más grandote e inquieto, todavía no había llegado al año pero ya andaba queriendo caminar, así que trató de llevarlo de acá para allá para que se largara y la volviera loca a su madre.

Su tía les cocinó algo y comieron un montón, mientras charlaron de todo. Se enteró que el negocio de Lena seguía prosperando, ya tenía clientas habituales que le gustaba su trabajo y volvían por sus precios asequibles. La tía Ariana la estaba ayudando con eso y a cuidar a los enanos, y Zaira seguía con sus movidas raras de viuda negra. Le gustaba verlas bien a las tres, pero todavía sentía esa espinita clavada que él ya era un inútil para ellas. Ya no lo necesitaban, y estaba bueno que se pudieran manejar solas, pero todavía se sentía raro.

Perro amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora