•01•

1.9K 234 45
                                    

Usualmente los lunes eran así.

El omega escuchaba ese pitido que su alarma disparaba cada 5:30 AM, y no le quedaba otro remedio que levantarse con esa frustración de seguir durmiendo. Estiró su brazo y apagó su reloj con un gruñido, seguido de otro, y luego otro más. ¿Quién carajo adora los lunes?

Desde que sus padres le avisaron que cada lunes y miércoles debe levantarse más temprano de lo usual para dejar a su hermanita en la escuela, el rubio despierta con poco humor. No es porque odie a su hermana pequeña, no. Todo lo contrario. La adora, la ama, y daría su vida por ella, pero obviamente odia despertar a esa hora.

Quizás a nadie le guste. Solo la gente amante de despertar en plena madrugada.

Se metió al baño para darse una ducha rápida, y luego dirigirse a la cocina, en donde escuchaba ruidos de platos. Quizás su padre ya estaba de pie.

— Jimin, cariño —saludó su padre Jaemin—. Buenos días.

— Hola, papá.

— ¿Dormiste bien? ¿Quieres un café?

— Con leche, sí... Y sí, dormí bien —dijo, dejando sus cuadernos dentro de su mochila—. ¿Nabi está despierta?

— Tu padre la está peinando —contestó, mientras le preparaba el desayuno a sus dos hijos.

Jimin se sentía afortunado de tener a dos padres que le enseñaron desde muy pequeño la importancia del respeto, del amor a la familia, de lo eficiente que es la comunicación entre pares, entre otros valores que destacaron durante su infancia. Su padre Jaemin era arquitecto, al igual que su otro padre, Juwon. Ambos se conocieron en la universidad, y fue amor a primera vista. Ambos crearon una pequeña empresa con mucho esfuerzo que se enfoca en tener un grupo de arquitectos en donde discuten trabajos a futuro, aportan en proyectos para compañías grandes e importantes, y elaboran todo tipo de actividades que favorecen el crecimiento de su empresa. Jimin está orgulloso de ellos.

— Te ves radiante —le dijo el omega a su padre—. Me gusta como te ves con esa corbata.

— Tu padre me la regaló para el aniversario número treinta, me gusta mucho.

— ¿Qué te dijo cuando te la regaló? Ya sabes que pá suele ser bastante romántico.

— Lo fue —rió, y le entregó el café a su hijo—. Me dijo "eres el mejor alfa de todos, estoy agradecido de tener a mi otra mitad", y yo solo le dije que no le quedaba de otra porque ya lo marqué, y él a mí.

— Gracias por no dar más detalles —viró sus ojos, y lanzó una pequeña risita—. ¿Pero solo eso le dijiste?

— Claro que no —su padre tomó asiento a su lado, y miró a su hijo mayor—. Le dije que seguía enamorado de él, tal y como lo estuve cuando lo ví por primera vez.

El corazón del omega se hizo pequeño. Envidiaba la forma en que sus padres se amaban tanto, pero no de la mala manera. Él quería algo así, quería que lo amaran con la misma intensidad porque el amor que sus padres sentían dejaba la vara bastante alta.

Nunca discutieron al frente de Jimin o de Nabi, siempre lo hacían alejados de ellos, o procurando que no estén en el mismo techo para escuchar las discusiones. Se comunicaban bien, y siempre se daban pequeños regalos, o citas a restaurantes, y con constantes "te amo" que escuchaba veinticuatro siete.

Él quería algo así.

¿Era mucho pedir?

— ¿Ocurre algo?

— O-Oh... No. Nada —musitó, llevando el café a sus labios.

— Sabes que si estás conociendo a alguien, puedes comentarmelo. Quizás no soy un omega como tú, pero créeme que puedo escucharte, aconsejarte con todo el conocimiento que tengo y estar para tí. Pero si prefieres hablar con tu padre porque quizás entre omegas se entienden mejor, no tengo problema cariño.

Brown EyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora