Capitulo I: Reinos

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Año 532 de la Era de Xyrath

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Año 532 de la Era de Xyrath

El sol nacía sobre el continente de Xyrath, iluminando los cuatro reinos que lo componían: Sunev, Dak, Durdi y Ajyamidlay. Cada uno de ellos poseía características únicas que los definían y los hacían especiales, moldeando su historia y su destino.

Sunev: El Reino de la Abundancia.

El reino de Sunev, conocido como la "Tierra de las Mil Piedras Preciosas", era una tierra de belleza radiante y riquezas incalculables. Sus verdes colinas albergaban minas de gemas de todos los colores y tamaños, y sus ríos serpenteantes transportaban oro y plata en abundancia. Sin embargo, a pesar de su opulencia, los habitantes de Sunev no se dejaban llevar por la codicia ni la vanidad. Eran personas humildes, amables y compasivas, que reflejaban la belleza de su reino en su corazón y en su comportamiento.

Vivían en armonía con la naturaleza, venerando a los dioses con devoción y agradeciendo las bendiciones que recibían. Su cultura estaba impregnada de un profundo respeto por la vida y por todas las criaturas, y su filosofía se basaba en la búsqueda del equilibrio y la justicia. Los habitantes de Sunev eran artistas talentosos, artesanos expertos y narradores apasionados, y su reino era un faro de luz y cultura en el continente de Xyrath.

Dak: El Reino de los Guerreros Sagrados.

En las escarpadas montañas del norte se encontraba el reino de Dak, hogar de guerreros formidables y devotos de los dioses. Sus hombres, curtidos por el duro clima y entrenados desde la infancia en el arte del combate, eran conocidos por su fuerza, valor y lealtad inquebrantable. Dak era un reino austero, donde la vida giraba en torno a la defensa y la protección del honor. Sus habitantes, guiados por un estricto código de ética y justicia, vivían en armonía con la naturaleza y veneraban a los dioses como fuente de su fuerza y sabiduría.

La vida en Dak era simple y frugal. Las riquezas materiales no tenían valor, y el lujo era considerado una debilidad. Los guerreros se entrenaban sin descanso, perfeccionando sus habilidades en el combate y cultivando una férrea disciplina mental y física. Las mujeres, por su parte, eran hábiles guerreras y administradoras del hogar, criando a los hijos con valores de honor, sacrificio y lealtad a su reino. Dak era un reino unificado por la fuerza de sus guerreros y la sabiduría de sus ancianos, un bastión de la justicia y la defensa en el continente de Xyrath.

Durdi: El Reino de la Soberbia.

En las fértiles llanuras centrales se extendía el reino de Durdi, cuna de mentes brillantes y artesanos prodigiosos. Sus habitantes, conocidos por su ingenio y astucia, eran maestros en la construcción de máquinas complejas, la elaboración de armas y armaduras de alta calidad, y la explotación de los recursos naturales con eficiencia y precisión. Durdi era un reino próspero y ambicioso, donde la búsqueda del conocimiento y el poder era un motor constante. Sus gobernantes, visionarios y calculadores, anhelaban expandir su influencia y dominio sobre las tierras vecinas.

Sin embargo, la ambición de Durdi no estaba exenta de riesgos. La búsqueda del poder a menudo los llevaba a tomar decisiones cuestionables, y su desmedida confianza en su propia inteligencia los cegaba ante las consecuencias de sus actos. Los habitantes de Durdi eran hábiles diplomáticos y comerciantes, pero también eran conocidos por su arrogancia y su falta de empatía. A pesar de sus logros en ciencia, Durdi era un reino dividido por la ambición y la desconfianza, donde la búsqueda del poder a menudo eclipsaba el bienestar de su gente.

Ajyamidlay: El Reino Perdido.

En las brumosas selvas del sur se encontraba el reino de Ajyamidlay, un lugar envuelto en un velo de misterio y leyenda. Sus habitantes, conocidos como los "Hijos de la Luna", eran maestros de las artes arcanas, capaces de manipular las fuerzas de la naturaleza y conjurar hechizos de gran poder. Ajyamidlay era un reino enigmático y temido, donde la magia se utilizaba tanto para el bien como para el mal.

Los habitantes de Ajyamidlay vivían en armonía con la naturaleza, venerando a los espíritus ancestrales y a los dioses de la luna y las estrellas. Su cultura estaba impregnada de misticismo y rituales complejos. Se decía que eran capaces de comunicarse con los animales, predecir el futuro y caminar entre sueños. Su arquitectura era única, con torres altísimas que se adentraban en la jungla y templos construidos con una piedra negra que absorbía la luz de la luna, otorgándole un brillo fantasmal por la noche.

Sin embargo, una catástrofe sin precedentes azotó Ajyamidlay. Algunos relatos hablan de un desequilibrio mágico provocado por el uso excesivo de la hechicería, otros cuentan de una maldición lanzada por un dios enfurecido. Lo que sí se sabe con certeza es que la magia se volvió incontrolable, asolando el reino con terremotos, tormentas infernales y criaturas de pesadilla. La tierra se abrió en enormes grietas, tragándose ciudades enteras, y el cielo se tiñó de un rojo ominoso.

La magia se rebeló contra ellos, convirtiéndose en una fuerza devoradora que arrasó con todo a su paso. El reino de Ajyamidlay desapareció de la noche a la mañana, dejando tras de sí solo ruinas humeantes y susurros temerosos en las tierras vecinas.

Desde entonces, Ajyamidlay se convirtió en un reino perdido, un lugar maldito que pocos se atrevían a explorar. Los supervivientes, si es que los hubo, se dispersaron por el continente, ocultando sus poderes y su identidad por temor a la persecución. La magia de Ajyamidlay se convirtió en un tema tabú, una fuente de poder codiciada y temida a partes iguales.

En las cortes de los reinos vecinos, se rumoreaba que artefactos mágicos de incalculable poder se encontraban ocultos en las ruinas de Ajyamidlay. Artefactos que podían otorgar la inmortalidad, la telepatía o el control sobre los elementos. Sin embargo, el riesgo de sucumbir a la magia corrupta disuadía a la mayoría de los aventureros más ambiciosos.

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