Capítulo 1 (Parte 2)

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Después de una profunda y reñida reflexión, Floyd llegó a la conclusión de que detestaba Animus.

La Ciudad de Cristal.

La Magnífica Capital del Adinerado, Honorable y Transparente Reino de Geal.

La Mayor Obra Arquitectónica para Representar el Mayor Ego e Hipocresía de Ar Saoghal.

Soberbiamente ridículo.

Todavía contando con sus recónditas excepciones, sus pequeñas maravillas, nada podía contrarrestar el irrefutable hecho de que aquella ciudad estaba esencialmente muerta. La vida caminaba a dos patas por sus calles, sin permitir crecer ni vivir nada que no decidieran o permitieran con técnicas tan artificiales como sus habitantes. El irrompible y grueso cristal que conformaba carreteras, edificios, parques, templos y hasta el mismo palacio real no tenía ninguna grieta ni coyuntura. Todo era una pieza única. Un gigantesco e invasivo bloque clavado en la tierra, impidiendo que creciera nada auténtico.

Con el tiempo se habían instalado jardines y huertos sobre el cristal. En las calles, los gealianos se jactaban de haber introducido macetas donde dejaban crecer solitarios cipreses, modificados genéticamente para que sus hojas y frutos se desintegrasen sin soltarse de las ramas y así no «ensuciar» la ciudad más brillante del mundo.

Sin lugar a dudas, aquel lugar era lo más horrendo que jamás había hecho un noroi.

-¡Esta ciudad es puto alucinante! ¡Cuánta belleza! ¡Cuántas cositas monas! ¡Cuánta comida!

Floyd lanzó una mirada de soslayo a Daisy, quien apenas podía contener la emoción -ni la baba-. Brincando a su lado, con su cabello platino recortado de cualquier forma y su piel de alabastro, su hermana no creaba ningún contraste en aquellas calles repletas de rubios y paliduchos gealianos. Tampoco llamaba la atención su acento cerrado cuando se paraba ante los puestos mercantes y acosaba al encargado con una sonrisa radiante.

No, Daisy encajaba con el perfil de gealiana de pueblo que iba a la gran ciudad para extasiarse con sus exóticas maravillas. Y, con esa simple resta, Floyd comprendió que él debía ser la causa por la que, mirara donde mirase, solo encontraba caras de pocos amigos. De la misma forma, supuso que él también debía ser la causa por la que la gente se apartaba de su camino como si estuviera enfermo y temieran contagiarse.

Incapaz de ignorarles lo suficiente como para calmar su perpetuo rubor frustrado, así era como poco a poco, con cada minuto que pasaba en la capital, su primera y desagradable impresión de Animus se acentuaba. Uno tenía que estar loco para querer vivir en una ciudad como aquella.

Por desgracia, «loco» era la palabra perfecta para describir a Daisy la mitad del tiempo.

-No ha sido una buena idea que viniera -comentó Floyd en voz baja.

-¿No me digas que preferirías haberte quedado en casa haciendo bizcochos con Sasha y viendo holonovelas? -picó Daisy, entrelazando el brazo con el de su hermano adoptivo.

Floyd dejó pasar la pulla poniendo los ojos en blanco. La verdad era que habría dado lo que fuera por estar arrebujado bajo las mantas con Sasha, pero tendría que estar moribundo y demente para admitirlo delante de Daisy, para quien cualquier cosa podía ser objeto de burla durante los próximos cinco años.

-Estoy llamando demasiado la atención -señaló, rehuyendo cualquier mirada.

-¿Ah, sí? A ver... da una vuelta, deja que te vea -dijo Daisy, deteniéndose en mitad de la calle para mirarle de los pies a la cabeza. A regañadientes, Floyd dio una vuelta sobre sí mismo mientras le escrutaba con un dedo sobre la barbilla y aire crítico-. Hum... No estás enseñando la raja del culo y tampoco tienes la bragueta bajada... ¡Oh, ya sé lo que te falta! ¡Lo que necesitas es un gorrito!

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