Capítulo 1 (Parte 4)

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-Hay rumores de que una guerra está en camino, pero se equivocan. ¡La guerra ya está aquí! ¡En nuestras propias calles! ¡En nuestras propias casas! ¡Incluso en nuestras propias familias! Los Maghean de los Dioses están por todas partes, contaminando desde hace décadas nuestra tierra y nuestra sociedad. Se hacen pasar por gente de bien, pero son el mal encarnado, ¡mismísimas semillas de los Dioses! Retuercen la naturaleza para convertirla en algo aberrante y perverso. Y si hay alguien aquí presente que dude de su maldad, escuchen esto:

»Un hombre, un simple campesino, honrado y leal a las Diosas, regresó a su hogar tras una larga jornada para descubrir que su esposa, una mujer pía, había sido violada y asesinada con una brutalidad antinatural. Pertenecían a una pequeña comunidad donde todos se conocían y el buen espíritu reinaba, y por ello creyó que debía tratarse de un extranjero. Pocos días después, el buen hombre descubrió que su nighan había sufrido el mismo destino que su mathair. No obstante, en esta ocasión pudo descubrir al demonio mientras infectaba con su ponzoñosa existencia al cadáver de la pequeña ¡de tan solo dos años! No se trataba de nada más y nada menos que de su propio mac, una criatura que aparentaba tener diez años.

»La familia había sabido desde su concepción que era una aberración de la natura, pero en vez de ahogarlo en el río o quemar su cuerpo impuro como los preceptos de las misericordiosas Diosas indican, le dejaron crecer y le disfrazaron de buen mozo ante el resto de sus vecinos. Aquel hombre, creyendo que actuaba honradamente y que aquella criatura merecía una oportunidad en el sagrado Ar Saoghal, trajo la destrucción total sobre su familia y su linaje. No fue el primero en dejarse engañar por su apariencia humana, ignorando que bajo esa piel no había más que putrefacción y podredumbre. Demasiado tarde para su esposa y su nighan, el hombre hizo lo correcto y confesó su error ante la comunidad, quienes le perdonaron y dieron caza al monstruo que había liberado en nuestras santas tierras. A su avanzada edad, solo el fuego fue capaz de eliminar hasta el último rastro de su maldad; y así es como el alma de la bondadosa esposa y la inocente nighan fueron capaces de reencarnarse en las Diosas y formar parte de su esencia. ¡Alabadas sean las Diosas! ¡Alabados sean sus maghean!

-Te juro que voy a vomitar tan fuerte que la bilis me va a salir por las orejas -susurró Floyd con el rostro macilento.

Daisy murmuró distraída mientras todos se ponían en pie al unísono para gritar una ovación para las Diosas y rezar. Floyd no fue capaz de imitarles, aunque solo fuera para no desentonar. Se sentía enfermo. No porque fuera una «aberración», o un «monstruo», o un «demonio», sino porque ya había oído en otro lugar esa sarta de mentiras, pronunciadas con la misma ignorante seguridad y escuchadas con esa incrédula devoción. Y nunca traía nada bueno.

A su alrededor la gente lloraba y maldecía a aquel niño quemado por su pueblo con palabras tan duras que le sacudían el estómago. El odio y hastío borboteaba en el kil como gusanos retorciéndose jactanciosos en carroña. El espectáculo solo fue en aumento cuando un hombre con la estereotipada camisa de campesino y pantalones de pana ennegrecidos por barro seco subió al atril de la Voz de las Diosas, cayendo de rodillas a sus pies y berreando lágrimas falsas.

«Yo tengo más tierra bajo las uñas que la que ese dramaturgo ha tocado en su vida», pensó Floyd con la quijada tan prieta que los dientes le crujieron. Daisy, sin embargo, no parecía haber escuchado ni una palabra de la macabra anécdota de la Voz de las Diosas. Tenía medio cuerpo vuelto hacia atrás, mirando hacia arriba con una profunda concentración; algo extremadamente inusual en ella.

-¿Qué pasa? -preguntó Floyd antes de seguir la dirección de su mirada, temiendo que hubiera un grupo de fanáticos preparando un par de piras para ellos.

Pero todo estaba en relativo orden. Le agobiaba verse rodeado por miles de personas que había acudido a escuchar aquella bazofia y tragársela como un delicioso veneno, pero Daisy no estaba intercambiando miradas con nadie del público. Sus ojos apuntaban al palco central, desde el que se debía ver aquel espectáculo con todo lujo de detalles. Dos largos estandartes con un campo escarlata y un inmenso Hay dorado surcándolo estaban situados a ambos lados de la balaustrada, identificando a la familia real.

A Floyd se le cayó el alma al suelo. Si la monarquía fomentaba y se alimentaba con ese tipo de discursos, Geal no tardaría en estar tan perdido como Morkt.

-¿Dai? -llamó Floyd, dándole un ligero empujón con el hombro.

Como si hubiera despertado de un intenso sueño, su hermana se volvió hacia él y parpadeó. Floyd arqueó las cejas.

-¿Hay algún problema?

-Desde aquí no se ve bien a los reyes, qué mierda -se quejó mientras se recolocaba en el banco con los brazos cruzados.

-¿Y para qué quieres verlos?

-Porque son los reyes -bufó como si fuera justificación suficiente-. Aunque parece que falta la princesa. Qué raro... Dicen que de toda la familia real es ella quien sigue con mayor devoción estos sermones. La misma Voz de las Diosas es su consejera espiritual, ¿sabes?

-Suena a que es una persona encantadora -musitó Floyd con una sonrisa sardónica.

Daisy se encogió de hombros y se dejó hundir en el banco un poco más. Floyd no tuvo otra opción que volver a escuchar a aquella anciana.

-... evitar todo contacto con ellos. Durante los últimos once años hemos visto cómo nuestro país se está asfixiando bajo miles de inmigrantes morktianos, la mayoría de ellos aberraciones de la natura. La misericordia de Izue, Diosa del Amor, nos alienta a ayudar a los indefensos incluso cuando no son nuestros compatriotas, pero debemos tener cuidado con no dejar que el enemigo se infiltre entre las almas más puras. Uno no puede mantener su cultivo saludable y fértil si su vecino no deja de verter sus desperdicios en sus tierras...

-¿Podemos irnos ya? -suplicó Floyd más alto de lo que había pretendido. Miradas furibundas le atravesaron de parte en parte y, al percatarse de que se trataba de un morktiano, movieron los labios bien para soltar una pequeña plegaria o un exabrupto. Floyd enrojeció hasta la punta de las orejas.

-Ya queda poco -alentó Daisy, quien tenía los ojos cerrados y la barbilla caída como si pretendiera echarse la siesta.

Floyd sacudió la cabeza y se hundió a su lado. Sondeó a Daisy con cuidado de no dejar que nadie más penetrara dentro de su sensibilidad y, en cuanto hizo contacto con su presencia, se sorprendió de no empaparse de la calma que aparentaba, sino de una tensa cautela. ¿Estaba pendiente de lo que la Voz de las Diosas estaba diciendo o había algo más? ¿Para qué habían ido allí?

Solo una vez la engalanada anciana concluyó con que debían ser precavidos con cualquier inmigrante -en especial morktianos- y de contarles otra historia para criminalizarlos, representándoles como alcohólicos y drogadictos que matarían a sus propias madres con tal de seguir alimentando sus vicios, el oficio terminó.

Floyd tiró de los pompones de su gorro de zorro mientras Daisy volvía a escrutar el templo con los brazos apoyados en el respaldo del banco. No parecía tener intención de levantarse pronto. Los reyes, rodeados por su séquito de matones armados, bajaron de su palco para hablar con la Voz de las Diosas en el atril y coger algunas manos de los devotos más afortunados, pero Daisy no mostró ningún interés por ellos a pesar de su anterior protesta.

-Daisy, ¿qué estamos haciendo? -terminó preguntando Floyd, deseando poner tanta distancia como le fuera posible de aquel lugar contaminado con rabiosas mentiras.

Haciéndole caso omiso, Daisy sonrió y golpeó a Floyd en el brazo con el dorso de la mano.

-Vamos, hermanito -dijo sin perder de vista a su presa-. Tenemos trabajo que hacer.

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