Kayla estaba pidiendo a gritos que la descuartizaran o, peor aún, que la raptaran. Pero no podía dejar pasar aquella oportunidad. Comida. El chico con ese adorable gorrito de zorro le estaba ofreciendo comida de verdad. Si por ello no merecía la pena correr el riesgo a morir o a poner a sus parantan en la complicada posición de tener que rescatarla, no sabía qué lo haría.
Con una peculiar amabilidad, el desconocido le ayudó a sentarse en una de las altas butacas de un puesto de comida, en plena calle, y tomó asiento a su lado. Kayla apenas era consciente de nada más que del delicioso olor que emanaba de las sartenes y bullentes cazuelas. Era mejor que en sus sueños. Apoyó los codos en la barra y las manos sobre la boca, asegurándose de que no estaba babeando. Apenas transcurrieron unos minutos desde que el chico encargó su comida cuando la mujer -¡cuya piel también tenía color, y más intenso que el de él!- les sirvió dos boles rebosantes con una sopa de serpenteante udon, arroz, dados de tofu y setas, todo ello especiado y desprendiendo un acogedor vapor. Dos largos palillos de metal reposaban sobre los bordes.
La princesa los apartó a un lado y alzó el cuenco. El vaho se plegó sobre su piel helada y el sabor, intenso y arrollador, estalló en su lengua, reavivando las papilas gustativas que ya había dado por muertas. Antes de que una sola gota de aquella deliciosa sopa se derramara por las comisuras de sus labios, Kayla se obligó a bajar el cuenco. Un profundo temblor le recorrió de los pies a la cabeza. Dos regueros de lágrimas bajaban descontrolados por sus mejillas. Aquella sopa debía haber sido cocinada por las propias Diosas.
-Oye... ¿estás bien? -preguntó el desconocido con desasosiego, su bol todavía intacto.
Kayla se limpió el rostro con la manga de su vestido y le miró con una dentada sonrisa mientras una sombra de su antiguo ser se desperezaba.
-Esta es la mejor sopa que he probado en mi vida -dijo con sinceridad. Se volvió hacia la cocinera, quien también se había quedado mirando a Kayla anonadada. La princesa estiró los brazos sobre la barra para coger sus manos-. Pocos cocineros podrían igualarla, señora. Debería estar orgullosa de su trabajo.
Con una expresión de pura estupefacción, la mujer dio un brinco cuando Kayla estrechó sus manos entre las suyas. Solo entonces la princesa fue consciente de que -no sabía cuándo- se había quitado los guantes. Sus manos no eran más que arañas patilargas sobre las oscuras y robustas, endurecidas por el fuego, de la cocinera. Como si temiera quebrar sus raquíticos dedos, la mujer rompió el contacto y señaló el bol con la cabeza para que siguiera comiendo. Kayla obedeció con gusto.
Obligándose a usar los palillos para no seguir dando el espectáculo, la princesa devoró el resto de su comida a un ritmo moderado, disfrutando de cada bocado como si fuera el primero, y el último. El chico comenzó el suyo sin dejar de mirarla con cierta fascinación. Poco a poco, a medida que el hambre empezaba a ser una necesidad cubierta, Kayla captó los detalles que le rodeaban.
Lo primero que le noqueó fue el hecho de que estaba fuera. Hasta escasos minutos antes, el único exterior que habían conocido sus pasos habían sido los jardines reales. Nada más. Nunca había salido a la calle. Nunca había ido a la escuela. Nunca había salido del recinto del palacio o del kil, y solo porque éste estaba conectado al primero mediante el túnel. Intentó preguntarse qué se sentía al estar allí, en plena calle, rodeada de gente que no la conocía, y no supo responder. Eran tantas sensaciones, tantas impresiones... estaba abrumada.
La gente no era solo de tez blanca. El chico que le había noqueado era tan diferente de ella como lo podía ser su mathair con y sin maquillaje. Pero, al mismo tiempo, tanto él como ella eran tan diferentes de la cocinera como si cada uno viniera de diferentes mundos y aun así compartieran la misma naturaleza bajo la piel y los moldeados huesos.

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Noroi
FantasyEn Ar Saoghal existen dos tipos de personas: los que nacen sin habilidades y los norois. Perseguidos y temidos, los norois llevan siglos obligados a vivir como parias; una situación que solo empeora cuando la República de Morkt cae bajo el Golpe de...